13.- Iglesia ante el Bicentenario: Madre María Manuela de la Ascención Ripa (1754-1824), oráculo místico de la resistencia realista en Arequipa

Perú Católico, líder en noticias.– Perú Católico, líder en noticias rumbo al Bicentenario de la Independencia. Este artículo es escrito por el Doctor e Historiador José Antonio Benito.

En el face de la comunidad dominica de Santa Catalina de Arequipa se habla de ella y se presenta como “venerable” a quien se le reza y pide favores.  La imagen que presentamos está tomada del retrato post mortem que figura en sala De Profundis con el rótulo “berdadero retrato de la madre sor Maria Manuela de la Asención y Ripa. Murió el dia 4 de junio de 1824”.

Si el sacerdote P. Mateo Cosío encarna al doctrinario fidelista y José Gabriel Moscoso al militar defensor de la Corona en el campo de batalla, la madre María Manuela de la Ascensión Ripa, representa a la mística profética que sacraliza el discurso político-realista arequipeño con la coherencia y fama de su vida. A tanto llegó que aun a fines del siglo XX se corría como leyenda que en tiempos de la Independencia ella se enteraba de los resultados de los combates antes de que llegasen los correos. Ella misma nos dejó un epistolario y algunos escritos espirituales, donde plasmó sus visiones extáticas, así como algunos juicios históricos y políticos.

A pesar de su popularidad, a la fecha sólo se cuenta con lo aportado por Pedro José Rada y el P. Elías del Carmen Passarell (1839-1921), quien, en una nota a pie de página de su biografía de sor Ana de los Ángeles Monteagudo, confiesa haber “extractado” sus escritos y preparado una biografía de la madre María Ripa, que anhelaba ver publicada. “extractando las noticias de las cartas de la Madre Ripa a su confesor: empleando cuatro años; y esta es la obra que más trabajo nos ha costado, por ser mala letra, por estar los originales muy deteriorados y llenos de errores ortográficos. La obra no deja de ser muy curiosa e interesante y digna de ser leída. ¡Quiera Dios que se imprima cuanto antes!”

María Manuela Ripa y del Rivero nació el 22 de junio de 1754, en San Pedro de Aplao, en el valle de Majes, doctrina perteneciente entonces al obispado de Arequipa. Fueron sus padres Antonio Ripa y Juana del Rivero; sus hermanos: María Valeriana Ripa, Manuela Joseph, Augustina Castro Rivero (hermanastra de la Madre, nacida diez años antes que ella) y Juan Antonio Luis (nacido en 1759 y que posiblemente no sobreviviera).

Tomó hábito, ya con su nombre de religión María Manuela de la Ascensión, el 29 de julio de 1781 (cuarenta años exactos antes de la proclamación sanmartiniana de la independencia del Perú en Lima) y profesó al año siguiente, el 6 de octubre de 1782. Había renunciado a su herencia en favor de sus hermanas Valeriana Ripa y Augustina Castro un día antes.

Fue priora del monasterio de Santa Catalina de Arequipa, monja de velo negro, y murió el 4 de junio de 1824 poco antes del rezo del ángelus de mediodía, viernes. En la tradición conventual se guarda la memoria de haber tenido gran espíritu de oración y contemplación. Sus cartas hablan de gran e intensa unión mística y espiritual con Dios, su gran devoción a la Virgen Santísima y a los Santos Ángeles. Con toda su comunidad, prometió solemnemente por escrito en el año 1822 trabajar por la causa beatificación y canonización de la madre Monteagudo, a quien le tenía mucha devoción y quería verla honrada en los altares

El historiador Pedro Rada y Gamio en su biografía sobre Melgar  refiere algunos conceptos referidos en sus cartas acerca de la agitación entre los criollos a favor de la independencia y los múltiples argumentos con los que pretendían defenderla. Parece ser que de todo esto se enteraba la madre “en el locutorio [donde] mantenía conversaciones pertinentes con diversos sujetos. Acerca de su tendencia política dice que fue “goda [españolista] resuelta, pero no empapó su pluma en la hiel de la injuria para los patriotas. Su alta preocupación era salvar la fe católica en el naufragio de las instituciones políticas […]. Han pasado los tiempos y en el templo de la reconciliación por la historia, Bolívar brilla en nuestro cielo por su genio incomparable y la Madre Ripa por sus excelentes virtudes”.

Rescatamos el parecer de la Madre que nos habla también del ambiente cultural que se vivía en los claustros, en particular su juicio sobre los  “libertadores”; si a San Martín lo considera “otro Herodes” y un “azote de Dios”, a Bolívar “un hombre feroz”.

Su vida y doctrina constituyen un testimonio de las connotaciones religiosas y místicas que revistió la guerra entre realistas e independentistas. Su mención a los “sujetos de letras” que en los locutorios del convento explican “mundanamente cuantos puntos heréticos traen las gacetas” revela el grado al que el debate político había llegado en los ámbitos urbanos del virreinato, penetrando, incluso, en la clausura de los monasterios y levantado allí también los ánimos. La cultura política y el discurso sagrado se entrecruzan, asimismo, con su gran temor: la herejía. Las alianzas inglesas de José de San Martín y el énfasis comercial y cosmopolita de los independentistas también parecen sublevar el espíritu tradicionalista de la religiosa.

Pero lo que más le angustia es la posibilidad de que la Iglesia sea perseguida y aniquilada en medio de las guerras revolucionarias como de hecho pensaban realistas católicos de la década de 1820. Así lo consideraban los iquichanos y el obispo José Sebastián de Goyeneche -único obispo que, junto al de Popayán, para 1825 permanecía en su diócesis en la Sudamérica hispánica- la defensa del Rey y la lucha anti insurgente estaban vinculadas de manera inextricable con la supervivencia y defensa de la religión.

Foto del autor de esta sección y de este artículo: Doctor e historiador José Antonio Benito.

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