21.- Iglesia ante el Bicentenario: Mons. Bartolomé María de las Heras (1743-1823), Arzobispo de Lima

Perú Católico, líder en noticias.– Perú Católico, líder en noticias rumbo al Bicentenario de la Independencia. Este artículo es escrito por el Doctor e Historiador José Antonio Benito.

Nació en Carmona (Sevilla) el 25 de abril de 1743. Sus padres – Leopoldo de las Eras Navarro y de Gregoria de Ortega Morillo- se habían casado siete años antes, en 1736, y provenían de familias de mediana posición económica, su padre era alguacil mayor y recaudador de las rentas reales en Carmona, y su abuelo Bartolomé de las Eras Navarro fue regidor perpetuo del cabildo. Bautizado cinco días después, recibió cuatro nombres: Bartolomé, María, Marcos y José. Era el único hijo varón, pues tan sólo tuvo dos hermanas menores: María Dolores de la Era, desposada con Francisco González y Bárbara de las Eras, casada con Manuel Giménez Lorite.

Estudió en el colegio de los jesuitas de Sevilla, graduándose en derecho y doctorándose en Cánones y Teología en Toledo. En Sevilla perteneció al colegio de abogados, al tiempo que ostentaba un beneficio en Cazalla de la Sierra. Marchó a la Corte, convirtiéndose en capellán de honor y predicador de Carlos III, siendo además examinador sinodal y vicario general de los ejércitos y de la armada. Cargos todos ellos que desempeñó hasta su nombramiento como deán en la diócesis de Huamanga en Perú.

Arriba al Perú con el nombramiento de Deán de la Catedral de Huamanga en 1786, cargo que ocupó sólo durante un año. Aunque también fue propuesto como deán de La Paz no llegó a ocupar la plaza.

Pronto, y en atención a sus méritos, se le consagra Obispo del Cuzco el 12 de octubre de 1790, en los difíciles años tras la revuelta de Túpac Amaru, para pacificar el tempestuoso territorio.  La ceremonia de ordenación Episcopal, se realizó en la catedral de Arequipa a cargo del Ilustre Prelado Pedro José Chávez de la Rosa al filo del nuevo año de 1791, el nuevo Pastor ocupa su sede del Cuzco, donde su acción apostólica duraría quince años.

 Ante el fallecimiento del arzobispo de Lima, Juan Domingo González de la Reguera, en 1805, queda vacante la sede principal del virreinato, por la que el Rey Carlos IV hizo la consabida “presentación”, designando a Bartolomé de la Heras, por lo tanto, como XVII arzobispo de Lima. Se despidió de sus fieles, y —en clima ya de pre emancipación— les pidió que guardaran fidelidad al Rey; lo que habrá que tener en cuenta para explicar el cambio cuando, ya en Lima, ante los hechos consumados, firme el Acta de Independencia.

Su celo apostólico lo llevó a largas visitas pastorales por los pueblos y anexos de la sierra. Así mismo contribuyó a la erección del cementerio general. Contribuyó con todo para la fundación del Colegio de Medicina de San Fernando. Mandó a reformar materialmente el seminario de santo Toribio, a cargo del sacerdote arquitecto Don Matías Maestro.

Por sus méritos, la regencia de Cádiz le confirió el 26 de agosto de 1812 la Gran Cruz de la Real Orden de Carlos III y el Rey Fernando VII le concedió la Gran Cruz de la Isabel de la Católica, el 7 de junio de 1815. Del mismo modo el Ayuntamiento y el Cabildo de Lima en 1816 se dirigieron al Rey para solicitar a la Santa Sede la dignidad cardenalicia.

En junio de 1821 las Tropas de San Martín estrechan el bloqueo de Lima. La Serna invita al arzobispo a unirse al ejército realista en la retirada hacia la sierra andina. A lo cual Las Heras responde con la negativa el 4 de Julio: “Las obligaciones de un Pastor para con sus ovejas le ligan demandando a no abandonarlas en el tiempo de mayor calamidad, para velar sobre el rebaño fiado a mi cuidado, celar para que se evite la profanación de los templos y proveer de remedio espiritual a las necesidades que ocurran

En el círculo de amigos de San Martín ocupaba un puesto muy elevado Bernardo Monteagudo (1790 – 1825), argentino, secretario de San Martín y luego Ministro de Guerra y Marina. Una de sus arbitrariedades consistió en la activa hostilidad contra pacíficos ciudadanos españoles, incluido el Arzobispo. Por lo cual acusó que en la casa de ejercicios de Lima “Se hacen abusos de seria trascendencia a la causa del País, empleando contra ella el venerable influjo del ministerio sacerdotal”.  A lo que, Las Heras contestó “Si en ellas [Las Casas de Ejercicios] se cometiera algún exceso o cualquier pretendiera turbar la paz u orden público, inmediatamente que se sepa y se tomarán las providencias correspondientes a fin de contenerlo y corregirlo”.

El Ministro Juan García del Río influido por Monteagudo insiste el 27 de agosto en la suspensión de la Casa de Ejercicios, con tono de desafío. A ella, Las Heras responde con firmeza, luego de recordarle las obligaciones de un Obispo y su renuncia –  no hecha efectiva- del 24 de Julio: “Si entonces formalicé mi renuncia por los motivos que expuse, ahora lo repito de nuevo […] espero que a la mayor brevedad se me admita la renuncia…”.  García del Río en nombre del Protector acepta la dimisión y comunica a Las Heras que deberá viajar a Chancay. Desde Ancón, se despidió de San Martín por carta del 5 de septiembre de 1821:

“He sentido no poder dar a usted un abrazo antes de mi partida, ratificarle mi constante y buena voluntad y darle con el afecto más ingenuo, las debidas gracias porque me ha aliviado de una carga superior a mis fuerzas, llenando mis deseos de acabar mis días sin ella, para dedicarme a pedir a Dios el perdón de mis pecados hasta mi muerte, que no debe estar distante, en la edad octogenaria en que me hallo. Quiero pedirle a Ud. En señal de nuestra recíproca amistad y es que me permite la satisfacción de aceptar de mis muebles una carroza y un coche que entregará a Ud., a su regreso, mi secretario y juntamente un dosel de terciopelo y dos sillas; pueden servirle para los días de etiqueta y una imagen de la Virgen de Belén, que ha sido mi devota.

Créame Ud., amigo que lo encomiendo a Dios diariamente para que le dé la paz al reino cuanto antes. Jamás olvidaré las expresiones de afecto y consideración con que me ha distinguido cuando nos hemos visto, y lo será en todas ocasiones, su más apasionado amigo y capellán que besa su mano. Lima, septiembre 5 de 1821. Bartolomé María de las Heras”[1]

La carta refleja el corazón bondadoso y el forjado temple del Arzobispo. La asertividad con la que trata a San Martín revela también la gallardía del Libertador y lo doloroso que tuvo que ser para él no poder corresponder al prelado con la misma hidalguía. De Lima, el Arzobispo renunciante se encaminó por tierra hacia el norte hasta llegar a la caleta de Chancay. Allí se embarcó en una fragata angloamericana en compañía de sus familiares, el citado Nicolás Tadeo Gómez y Valentín Zorzano. No fue por Panamá como solicitó el anciano Prelado y había prometido el gobierno protectoral, sino que el 13 de noviembre, la fragata zarpó hacia el Sur, sufriendo las embestidas del océano en el Cabo de Hornos, hacia Río de Janeiro. Por fin llega a Madrid en julio de 1822. Una vez recuperadas las fuerzas físicas y serenado su espíritu, se comunica con el nuncio Giustiniani y redacta un detallado informe que firma el 3 de diciembre de 1822 y que es un arsenal de datos sobre la situación del Perú. Murió el 27 de enero de 1823, a los 79 años, en el convento de Trinitarios Descalzos.


[1] VARGAS UGARTE, R. El Episcopado en los tiempos de la emancipación sudamericana (1809-1930). Buenos Aires, 1932, p.121

Foto del autor de esta sección y de este artículo: Doctor e historiador José Antonio Benito.

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