24 horas para el Señor…

Desde la tarde del viernes 4 hasta la tarde del sábado 5 de marzo estamos invitados a vivir una hermosa tradición difundida por Francisco, las “24 horas para el Señor”. En realidad se trata de una auténtica “maratón de confesiones” que está colocada al centro del “Año de la Misericordia”, proclamado por el mismo Papa. Para experimentar en primera persona la Misericordia de Dios nada mejor que una buena confesión, y por ello el Papa promueve esta iniciativa; para no irla retardando, dejándola para después, para más tarde.

Las “24 horas para el Señor” han sido teatro, en ocasiones anteriores, de bellos gestos “Franciscanos”. La primera vez que se celebró este jubileo de penitencia, el Papa “rompió el saque” a todo el mundo, comenzando por el maestro de ceremonias papal, al ir a arrodillarse humildemente, como uno más, ante un confesor –igualmente sorprendido-, que en el momento sublime de la confesión hace presente a Cristo, y confesar humildemente sus pecados. El gesto de por sí es elocuente, pero nos recuerda algunas verdades de fe, un tanto olvidadas, pero que han vuelto a cobrar vida gracias a hechos como este. Una de esas verdades, que tanto han sorprendido y tanto han gustado al hombre de hoy, es que el Papa es un cristiano más, un hombre común, necesitado, como todos, de la misericordia de Dios, de su perdón, el cual llega ordinariamente a través del sacramento de la penitencia.

Ver al Papa confesarse nos recordó a todos lo que es una verdad antigua pero olvidada: el Papa, antes de ser Papa, es cristiano. No deja de ser hombre al recibir el cargo, y quien dice hombre dice debilidad, flaqueza, necesidad de comprensión, de perdón, de Dios. Quizá la “clericalización” de la Iglesia nos había hecho imaginarnos al Papa, a los obispos y sacerdotes como una especie de ángeles arrojados a la tierra, inmunes a las tentaciones y caídas. Los escándalos recientes nos han mostrado abruptamente que no es así; el gesto del Papa lo manifiesta expresamente en modo positivo. Sin embargo, si fue novedosa la forma, no lo es la doctrina, ya san Agustín decía: “para vosotros soy obispo, con vosotros soy cristiano”. El Papa no deja de ser fiel por el hecho de ser Papa, como bien recordó el beato Álvaro del Portillo al comentar los textos del Concilio Vaticano II. Tiene una misión especial en la Iglesia, pero está llamado, como todos en la Iglesia, a la santidad, y cuenta con los mismos medios que todos, ni uno más: la oración y los sacramentos.

Fue en el contexto de las “24 horas para el Señor” 2015 donde Francisco anunció el presente “Año de la Misericordia”, y en la Bula con la que convoca el Jubileo (Misericordiae Vultus) invita a vivir esta celebración con particular intensidad. “Muchas personas están volviendo a acercarse al sacramento de la Reconciliación y entre ellas muchos jóvenes, quienes en una experiencia semejante suelen reencontrar el camino para volver al Señor, para vivir un momento de intensa oración y redescubrir el sentido de la propia vida. De nuevo ponemos convencidos en el centro el sacramento de la Reconciliación, porque nos permite experimentar en carne propia la grandeza de la misericordia. Será para cada penitente fuente de verdadera paz interior”.

Francisco, que descubrió su propia vocación sacerdotal en el contexto de una confesión, invita a los confesores a confesar y a confesarse; a dispensar generosamente la misericordia de Dios y a beneficiarse de ella, recordándoles esa verdad: no dejan de ser hombres por ser sacerdotes. “Que los confesores sean un verdadero signo de la misericordia del Padre. Ser confesores no se improvisa. Se llega a serlo cuando, ante todo, nos hacemos nosotros penitentes en busca de perdón”. Los primeros necesitados de la Misericordia de Dios somos los encargados de administrarla. “Ninguno de nosotros es dueño del Sacramento, sino fiel servidor del perdón de Dios. Cada confesor deberá acoger a los fieles como el padre en la parábola del hijo pródigo: un padre que corre al encuentro del hijo no obstante hubiese dilapidado sus bienes. Los confesores están llamados a abrazar ese hijo arrepentido que vuelve a casa y a manifestar la alegría por haberlo encontrado”. Ojalá que todos aprovechemos la oportunidad durante estas “24 horas para el Señor”, a lo largo del Jubileo y siempre.

Padre Mario Arroyo

Doctor en Filosofía