35.- Iglesia ante el Bicentenario: Monseñor José Calixto Orihuela y Valderrama (1747-1841), OSA, Obispo de Cusco

Perú Católico, líder en noticias rumbo al Bicentenario de la Independencia. Este artículo es escrito por el Doctor e Historiador José Antonio Benito.

Nació en Cochabamba, en el Alto Perú. Entró en el noviciado agustiniano de Lima hacia 1762, donde estudió en el Colegio de San Ildefonso, recibiendo las sagradas órdenes y optando grado de maestro en 1790. Dentro de su orden organizó la Tercera Orden Seglar, de cuya casa de ejercicios fue director y protector, la misma que se hallaba en el pueblo del Cercado. Estableció el alumbrado continuo del Santísimo Sacramento en la iglesia de su convento grande.

Y, más adelante, comisario provincial de la Orden, calificador del Santo Oficio, y director de la Casa de Ejercicios de Lima. En 1796 publicó en Lima una traducción del francés de un libro entonces de éxito, los Sentimientos sobre el amor de Dios, de Avillon.

El 29 de marzo de 1819 fue preconizado obispo titular de Calama y obispo auxiliar del Cuzco, siendo consagrado el 9 de julio de 1820 en la catedral de Lima por el arzobispo Bartolomé María de las Heras. En dicha ceremonia estuvieron presentes también el obispo de Huamanga, Pedro Gutiérrez de Cos, y el de Charcas, Diego Antonio Navarro Martín de Villodras, con quienes emprendió viaje a sus respectivas diócesis, tomando la ruta de la sierra central. Por entonces el Ejército Unido Libertador del Perú, dirigido por el general José de San Martín, había arribado al Perú, y parte de sus fuerzas se adentraron en la sierra para alentar el patriotismo lugareño. En Huancayo, Orihuela decidió esperar a las fuerzas patriotas comandadas por general Juan Antonio Álvarez de Arenales, con quien se entrevistó en noviembre de 1820. Al parecer, reconoció la legitimidad de la causa patriota, aunque formalmente seguía leal al Rey de España.

Cuando llegó al Cuzco, se encontró con la noticia de la muerte del obispo José Pérez y Armendáriz, (llamado “el obispo patriota”). Actuó como administrador apostólico desde el 21 de septiembre de 1821. Solicitó su nombramiento como obispo titular, y aunque las bulas respectivas fueron expedidas el 27 de junio de ese año, llegaron el 28 de junio de 1823. En el ínterin se mantuvo leal al gobierno virreinal, cuya sede se había instalado precisamente en el Cuzco, pero tras la capitulación de Ayacucho del 9 de diciembre de 1824, reconoció la Independencia del Perú como obra divina, tal como consta en una carta pastoral de 1825: “Por el principio sentido de que toda potestad viene de Dios y porque el que resiste a la potestad constituida resiste a la voluntad de Dios”.

Se dirigió a Bolívar interpretando el triunfo de la Independencia como un bien querido de Dios. Repetidamente aparecerá esta idea providencialista en sus pastorales y sermones. El problema se dio cuando el Libertador ordenaba asuntos que vulneraban la esfera específica del pastor como la reorganización eclesiástica, contribución monetaria a ‘la causa’, entrega de los diezmos y elección del sucesor episcopal.

Sin embargo, no tardó en producirse ruidosas competencias y disgustos con el gobierno republicano, representado por el prefecto del departamento del Cuzco, general Agustín Gamarra.

Su compañero de congregación y biógrafo, P. Javier Campos, destaca su afán por servir a la Iglesia de Cuzco en los años difíciles del tránsito del Virreinato a la República, en el “marco de la agitación militar y política, inestabilidad social y gobiernos débiles por cambios de adhesiones de sus miembros donde no pocos eran abiertamente hostiles a la Iglesia a la que se trató de dominar y someter a sus intereses”. Orihuela fue consecuente con la responsabilidad del cargo que ostentaba como demuestran las cartas pastorales donde quedan reflejados los cambios que tuvo que ir dando de actitud y mentalidad. Si, al comienzo de su episcopado era realista porque a Fernando VII le debía la designación para la mitra y siguiendo las directrices pontificias que pedía a los obispos americanos fidelidad al monarca legítimo, cuando los acontecimientos militares marcaron el cambio político comprendió que su misión pública debía girar a la jura de la independencia y la obediencia a la autoridad republicana constituida, pero defendiendo los derechos de la Iglesia y denunciando las intromisiones que las autoridades de Lima y Cuzco hacían. Evitó el enfrentamiento directo, tratando de doblarse sin quebrarse como la caña azotada por el viento.

Además tuvo que afrontar graves problemas como el rearme moral de su clero, recuperar la disciplina en los claustros y vivir la dura experiencia de clérigos asesinos luego sentenciados y ejecutados; sufrió las intromisiones del poder civil en el fuero eclesiástico, las tensiones frecuentes con el prefecto Gamarra y el incumplimiento de las promesas hechas por Bolívar de que “siempre sostendré los fueros del Santuario…”, la creación de nuevos aranceles y las peticiones de donativos en una diócesis con sensible reducción   de sus rentas, aranceles y dotación; la enajenación de bienes de la Iglesia y del patrimonio cultural. A nivel nacional estaba la campaña contra la Iglesia sostenida por la prensa hostil apoyada por las sociedades secretas y los ataques abiertos de los liberales radicales.

Monseñor B. de las Heras, arzobispo de Lima, informará en el 1822 al Papa de este “infatigable operario de la vida del Señor, siempre se le veía ocupado en ganar almas para el cielo; su ejemplar conducta y la unción con que exhortaba en sus sermones, le concilió el amor y veneración del público”.

Como el propio J. Campos indica “fueron muchos frentes abiertos para un cuerpo débil y un espíritu que solo por servicio a la Iglesia sufrió y soportó hasta que le faltaron las fuerzas. Fue entonces cuando  decidió renunciar aduciendo motivos de salud y pasó a Lima, el 14 de noviembre de 1826. Se retiró a la casa de ejercicios de Nuestra Señora de la Consolación del pueblo del Cercado de Lima, que había fundado y protegido, y donde falleció en 1841 a los 74 años de edad.

Foto del autor de esta sección y de este artículo: Doctor e historiador José Antonio Benito.

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