La perseverancia en el ideal, por las Misioneras de Jesús Verbo y Víctima

Perú Católico, líder en noticias.– El pequeño Federico fue creciendo custodiando en su interior el secreto de su vocación sacerdotal. Un día, al terminar la escuela primaria, se decide revelar el secreto a su madre, ella le abrazó con ternura y le dijo: ¡Lo sabía, hijo, lo sabía! Y es que las madres tienen una intuición especial que adivinan los secretos de los hijos. La buena madre, Wilhelmine, le prometió su ayuda y con un beso selló la señal de la cruz trazada en la frente del hijo.

Acompañado de su padre, Josef, se presentó en el convento de los Misioneros del Sagrado Corazón (MSC) en Hiltrup, Alemania para solicitar su admisión con estas palabras: “Estoy seguro que con mi ingreso al convento cumplo enteramente la santa voluntad divina. Aquel que me llama con estas palabras: ¡Sígueme! me dará la fuerza y la gracia para alcanzar la hermosa meta a la que me llama”. Iniciaba así sus estudios secundarios en el seminario menor de los MSC.

Concluidos los estudios del gimnasio ingresa en el noviciado. Tenía el alma henchida de amor y de deseos ardientes de llegar a la meta, pero su constitución débil será la piedra de toque en la historia de su vocación. Los superiores le devuelven a la casa paterna a causa de sus frecuentes dolores de cabeza. Después de pocos meses ya está de nuevo solicitando el reingreso al noviciado. Y otra vez las fuerzas físicas no secundan el ímpetu del alma. De nuevo retorna al hogar. Esta vez entiende que debe descansar, fortalecerse y esto lleva tiempo. Cuánto sufría la madre ante el aparente fracaso del hijo. El alma de Federico se sumía en la incertidumbre ¿qué significado tendría su enfermedad? Busca a Dios en la intimidad de la oración y así, abatido y desconsolado, entiende que Dios permite la enfermedad, la incertidumbre y mucho más para purificar el alma. Solo el alma probada es capaz de abandonarse totalmente en los brazos misericordiosos del Padre. Acepta su enfermedad y pone todos los medios humanos para alcanzar la salud plena, tan indispensable para llegar al sacerdocio. No duda en recurrir también a la intercesión de su paisana Ana Catalina Emerick, la estigmatizada del siglo XIX. Ante su tumba le implora ayuda para alcanzar de Dios la gracia de la sanación.

Una vez más retorna a Hiltrup, al noviciado de los MSC y esta vez para siempre. Su salud era estupenda, ni un solo día faltó en la comunidad a causa de enfermedad alguna. Cuán agradecido estaba a la intercesión de la Beata Ana Catalina. Así en entusiasmo y asombro ante los misterios divinos recorrió el largo camino de formación al sacerdocio.

El día anhelado llegó. Era una hermosa mañana de verano cuando se encontraba de rodillas ante el altar mayor esperando que el Arzobispo de Paderborn posara sus manos sobre su cabeza y lo consagrara sacerdote para siempre. Cuánto había esperado este momento y ahora sentía que su madre desde el cielo le sonreía y la Beata Ana Catalina Emmerick inclinaba la cabeza en señal de adoración ante el Altísimo. Pensó: “Gracias a Dios esto ya no me lo quita nadie”.

MISIONERAS DE JESÚS VERBO Y VÍCTIMA