Francisco con frecuencia se ha referido al “Ecumenismo de la Sangre”, es decir, al hecho de que los cristianos actualmente sufren una brutal y sangrienta persecución en diversas partes del mundo –un doloroso ejemplo reciente es la matanza de Misioneras de la Caridad en Yemen-, independientemente de la denominación cristiana a la que pertenezcan. Es decir, el dolor y la muerte nos unen, aunque también la esperanza y la certeza de participar en la resurrección de Cristo. A este “Ecumenismo de la Sangre” bien puede llamársele “Ecumenismo de la Muerte”; los cristianos divididos externamente estamos unidos en confesar la divinidad de Jesucristo con  la propia sangre, con la propia vida, con la muerte.

Pero junto a este “Ecumenismo de la Muerte” surge otro “Ecumenismo de la Vida”. Es cierto que el primero está cargado de esperanza, no sólo en la vida eterna, sino en sus frutos patentes ya en la presente, al decir de Tertuliano: “la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos”. Pero,  indudablemente, es deseable que termine pronto. Desde todo el mundo se elevan oraciones –ahora mismo podemos hacerlo- pidiendo a Dios que acabe este tiempo de dura prueba, de dolorosa persecución. En cambio el segundo, también cargado de esperanza, es deseable que se mantenga, crezca y se desarrolle; es el ecumenismo que lucha por la vida y que está en contra de la muerte. La batalla por la dignidad de la vida humana desde su concepción hasta su término natural es también  otro punto que une hondamente a los cristianos.

El “Ecumenismo de la Vida” está en contra de la “globalización de la muerte”, proporcional a la banalización y a la instrumentalización de la vida. Es un “ecumenismo” que por decirlo así, rebasa las barreras religiosas: aglutina a personas de diferentes credos cristianos, diversas confesiones religiosas e incluso a personas sin religión ninguna, que valoran, sin embargo, el carácter único e irrepetible de cada ser humano concebido. Los “heraldos de la muerte” buscan silenciarlo, minimizarlo: lo condenan con frecuencia a una dura campaña de silencio, al ostracismo o minimizan sus alcances, o lo equiparan a otros movimientos de mucha menor envergadura como si fueran equivalentes.

Es el caso, por ejemplo, de la reciente Marcha por la Vida de Lima (12-III-2016) que aglutinó a una festiva muchedumbre de 750 mil personas: las primeras noticias difundidas por la agencias de noticias hablaban de “alrededor de 10 mil personas”, o equiparaban tal marcha a otra manifestación a favor del aborto que no lograba reunir tres dígitos entre sus participantes (a duras penas juntaba algunas decenas de personas). Pero una de las notas particularmente bellas de la marcha es que unía fraternalmente a católicos y cristianos de otras denominaciones, lo que es novedoso, pues usualmente suelen verse con recelo entre sí. Sin embargo en la marcha iban de la mano luchando por algo grande y valioso: la vida humana.

Indudablemente que experiencias así fomentan la unión, pues llevan a derribar mitos, clichés y suposiciones infundadas. Los católicos usualmente recelamos de los protestantes, pues vemos cómo crecen a expensas de nosotros, muchas veces difundiendo falsedades o inexactitudes sobre la doctrina católica (como que adoramos a la Virgen o a las imágenes), o se refieren despectivamente a nosotros como “mundanos”. Los católicos también con frecuencia nos referimos despectivamente a ellos afirmando, por ejemplo: “católico ignorante, seguro protestante”. Al participar en una marcha así, sin embargo, descubrimos que tenemos mucho en común, que nos une el “Evangelio de la Vida” y la comprensión de que Dios ama la vida humana y pide cuenta de la sangre humana desde Abel hasta el último abortado.

Defender la vida juntos permite que nos veamos de una nueva forma, sin recelo, con confianza, valorando lo bueno que tiene el otro y lo que tenemos en común. Al mismo tiempo nos proporciona una tarea conjunta,  fundamental para la sociedad contemporánea, pues descubrimos, como hacía ya un escritor de los primeros siglos del cristianismo, que “lo que el alma es para el cuerpo, eso son los cristianos para el mundo”. A diferencia del “Ecumenismo de la Muerte”, que esperemos termine pronto, el de la Vida deseamos que se fortalezca y pronto sea cosa del pasado la muerte injustificada de los más débiles, indefensos e inocentes seres humanos.

P. Mario Arroyo

Doctor en Filosofía