‘Fray Martín en tiempos de pandemia’, por José Antonio Benito

Perú Católico, líder en noticias. – A los 15 años ingresó como donado al convento de Santo Domingo en Lima y en 1603 hizo la profesión como hermano lego. Los superiores de San Martín, pronto advirtieron sus cualidades y caridad por ello le confiaron, junto a otros oficios, el de enfermero. Sus habilidades y el ardor con que cuidaba a los enfermos atrajo incluso a los religiosos de otras comunidades que llegaban a Lima sólo para atenderse con el santo. San Martín fue muchas veces despreciado y humillado, por ser mulato, pero nunca se rebeló contra los insultos que le inferían. Su abnegación, su modestia y la paz que irradiaba impresionaban a cuantos conocía. En la enfermería y en la portería del convento del Rosario (Santo Domingo) atendía con acogedora bondad y amor a los pobres y enfermos. Si a todos los dolientes trataba exquisitamente, a sus hermanos religiosos los servía de rodillas.

Su caridad universal le llevará a convertir el convento en hospital. Sabe que el amor es la ley suprema. De este modo, una tarde se encuentra en la plaza con un enfermo vestido de andrajos y devorado por la fiebre. Le carga sobre sus espaldas, le lleva al convento y le acuesta en la cama. Al ser reprendido por uno de los frailes:

– ¿Cómo traéis a clausura enfermos?

El santo, con paciencia serena, contesta con sencillez:

– Los enfermos no tienen jamás clausura.

No nos extraña que se ganara el afecto de los esclavos morenos y de los indios pescadores de Chorrillos y de Surco, pues les servía como enfermero y les catequizaba como misionero. Ellos, por su parte, le obsequiaban con frutos de sus huertos y estipendios para Misas.

Más allá del mito y de la leyenda creada en torno al taumaturgo “santo de la escoba” hay que rescatar -como hizo magistralmente su biógrafo José Antonio del Busto- su entrañable humanidad, la gran responsabilidad con la que vivió su vocación. Al respecto dirá su compañero Fray Juan de Barbarán que todo el tiempo que fue religioso “tocó a maitines y al alba”, de forma tan vigilante que “enmendaba el reloj y tan perseverante que nunca dejó de oírse esta salva a la aurora”. En su profesión de lavandero destacó por la pulcritud con que dejaba la ropa.

Atacados de la “alfombrilla” –especie de viruela o sarampión- reinante en Lima, muchos religiosos se contagian. Martín no para y está a todas horas a su cabecera, sin que se sepa cuándo duerme, come o descansa. A la misma hora se le ve en distintos sitios atendiendo a enfermos. Con frecuencia se hace además invisible, sobre todo en sus éxtasis. Los que conocí­an sus arrebatos místicos iban a presenciar cómo se levantaba del suelo, pero no lo lograban. Una tarde penetra en el noviciado estando las puertas cerradas y se coloca a la cabecera de un enfermo. El novicio, sorprendido, le pregunta: “¿De dónde vienes, pues nadie os ha llamado?”. Impasible contesta: “Oí que me llamaba tu necesidad y vine”. Añade con bondad: “Toma esta medicina, y curarás”.

Su compañero enfermero, el padre Fernando Aragonés, afirma como testigo en su declaración para el proceso de beatificación (19 junio 1660):

Y en este tiempo hubo una peste en esta ciudad de una enfermedad que llaman alfombrilla o sarampión en la cual tuvo este testigo en su enfermería sesenta enfermos, los más de ellos mancebos novicios. Esta enfermedad daba crueles calenturas que se subían a la cabeza… El siervo de Dios estuvo sin parar de día y de noche, acudiendo a dichos enfermos con ayudas, defensas cordiales, unturas, llevándoles también a medianoche azúcar, panal de rosa, calabaza y agua para refrescar a dichos enfermos. Y a estas horas, maravillosamente entraba y salía del noviciado, estando las puertas cerradas y echados los cercos. Y visitando este testigo los enfermos por la mañana, sabía de ellos cómo había estado allí el siervo de Dios y a todos los había visitado y consolado, dándoles a todos los que se les habían quitado las calenturas el refresco del agua, a los que estaban sudando les había mudado camisas y les hacía las camas siendo en todo un espíritu, manos y obras en servicio de Dios, para los enfermos compasivo y misericordioso, para los pobres socorro y para los que padecían trabajos consuelo…

Y en dicha ocasión un mancebo colegial, pareciéndole que era buena ocasión el haber muchos enfermos para alcanzar licencia para irse a su casa, con título de que lo estaba, le dio un regalo al Doctor que le curaba, el cual se lo facilitó, y pidió la licencia asegurando su necesidad y enfermedad al Prelado, el cual con fe de dicho informe dio la licencia. Y, sabiéndolo el dicho siervo de Dios fray Martín de Porras, le buscó y le habló puesta la capa para irse, y le dixo: “¿Dónde va, hermano?”. A que le respondió que a curarse a su casa. Y el dicho siervo de Dios le dixo: “No vaya por su vida que no tiene enfermedad que le obligue, y si porfía iré al Prelado y le diré que le quite la licencia”. Con lo cual el dicho colegial se enojó y le habló con libertad, y el dicho siervo de Dios le respondió con mucha humildad: “Vaya hermano, que Dios le castigará, porque finge enfermedad”. Y sucedió así, porque dentro de pocos días le trujeron muerto de su casa”.

Con toda razón fue beatificado por el Papa Gregorio XVI en 1837 en los inicios de la vida independiente del Perú, declarado patrono de las obras de Justicia Social en el Perú el 10 de enero de 1945 por Pío XII y canonizado por Juan XXIII en vísperas del Vaticano II, en 1962.  Mediante la Ley 25125, del 17 de noviembre de 1989, San Martín de Porres fue proclamado Patrono Internacional de la Paz. Desde este blog le propongo “patrono mundial de la pandemia Covid-19”. Por José Antonio Benito.