Homilía del Domingo XXIV del Tiempo Ordinario: Perder la vida por Jesús y el Evangelio

Ser discípulo significa aprender del maestro que enseña.
De una u otra forma todos los seres humanos somos discípulos unos de otros.
Pero lo más importante para un discípulo es aprender de Dios.
 Isaías
En el versículo anterior a la lectura de hoy, el profeta comienza el “Tercer cántico del Siervo del
Señor”:
“El Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo para saber decir una palabra de aliento”.
Completando esta idea leemos hoy:
“Cada mañana me espabila el oído para que escuche como los discípulos.
El Señor Dios me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás”.
He ahí dos actitudes muy importantes de todo aquel que quiera ser verdadero discípulo de
Dios.
Primero hay que escuchar la Palabra y luego compartirla.
Después de esto Isaías profetiza lo que acontecerá al gran Siervo del Señor, Jesucristo
Redentor, como veremos en el Evangelio de hoy.
Esto profetiza:
“Ofrecí las espaldas a los que me golpeaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me
tapé la boca ante ultrajes ni salivazos…”
Todos están contra el siervo pero él tiene la seguridad de que “el Señor me ayuda”.
 Salmo 114
Ahora es Dios quien “inclina su oído hacia mí el día que lo invoco”.
Por eso nace en mí el amor de la seguridad:
“Amo al Señor porque escucha mi voz suplicante”.
El oído de Dios y la lengua del hombre se entienden porque “le invoqué: Señor, salva mi vida”.
Y Él me escuchó:
“Arrancó mi alma de la muerte, mis ojos de las lágrimas, mis pies de la caída”.
El oído del discípulo y la voz del Maestro.
El oído del Maestro y la voz del discípulo: este es el secreto de la salvación de Dios.
 Santiago
La gran lección del apóstol es tan clara que algunas sectas no aceptan su carta entre los libros
inspirados por Dios.
Santiago enseña que la fe sin obras es muerta.
¿Cómo va a ser posible que uno crea en Jesús que dijo: “estuve enfermo y me visitaste, estuve
desnudo y me vestiste, en la cárcel…” y no lo tome en serio?
¿Puede aceptar el mensaje y no cumplirlo?, es decir, ¿creer y no hacer?
Santiago, como siempre, es muy concreto y por eso enseña:
“Alguno dirá: tú tienes fe y yo tengo obras. Enséñame tu fe sin obras y yo por las obras te
probaré mi fe”.
Esta importante enseñanza debemos de