Homilía del domingo XXV del Tiempo Ordinario: “Astucia sí, pero para hacer el bien”

La liturgia de hoy nos ayuda a descubrir el trato que debemos tener con los pobres. Mientras algunos seres humanos abusan de ellos, Dios es todo misericordia.

  • El profeta Amós

“La canasta de fruta madura” que presenta el profeta Amós, unos versículos antes de la lectura de hoy, viene a ser como un presagio sobre el futuro del pueblo de Dios que ya colmó la medida de sus pecados.

En la lectura de hoy profetiza Amós el castigo del Señor para los que oprimen a los pobres y humildes.

¿Cuál es el pecado de ellos?

El texto bíblico nos presenta una página que lamentablemente nos parece familiar:

*        Quitar la tierra a los humildes.

*        Vender aumentando el precio y quitándole peso con balanzas falsificadas.

*        Vender hasta el salvado del grano (digámoslo con humor) que nos hacen comer hoy las nuevas dietas, cosa que entonces era inimaginable.

  • Salmo responsorial

Dios, en cambio, tiene a los pobres como a sus predilectos y los defiende.

El salmo (112) es el primero de los seis salmos del famoso Hallel del que tantas veces hemos oído hablar. Jesús los rezó al final de la cena de pascua.

Se trata de unos salmos que nos ayudan a cumplir una de las obligaciones más grandes que tenemos para con Dios: ¡Alabarlo!:

“Alabad siervos del Señor, alabad el nombre del Señor.

Bendito sea el nombre del Señor ahora y por siempre: de la salida del sol hasta su ocaso, alabado sea el nombre del Señor”.

Después de glorificar al Señor vemos cómo este salmo, en contraposición al texto de Amós, nos enseña la ternura de Dios en la manera de tratar a los pobres:

“Levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre, para sentarlo con los príncipes, los príncipes de su pueblo”.

  • San Pablo nos pide que aprendamos a rezar por todos, porque “Dios quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”.

Y concreta por quiénes debemos ofrecer nuestra oración. (Posiblemente nos llame la atención quiénes son estas personas):

“Por los reyes y por todos los constituidos en autoridad”.

Interesante: todos criticamos a los que nos gobiernan. ¿No sería más eficaz rezar por ellos? Gobernarían mejor.

Con las críticas negativas no conseguimos nada… Si rezamos por ellos “podremos llevar una vida tranquila y apacible, con toda piedad y decoro”. Esto le gusta a Dios.

También nos enseña el apóstol cómo debemos rezar:
“Te ruego, lo primero de todo, que hagáis oraciones, plegarias, súplicas  y acciones de gracias por todos”.

Quiere también que pidamos por toda la humanidad. El deseo de Dios, que quiere la salvación de todos los hombres, movía a Pablo a evangelizar “a tiempo y a destiempo”.

Quiera Dios que sintamos también nosotros ese celo que inquietó a San Pablo hasta repetir  con él:

“¡Ay de mí si no evangelizo!.

  • El verso aleluyático nos enseña hasta qué punto llega la predilección de Jesús por los pobres y desvalidos, para redimirlos del pecado y de la muerte:

“Jesucristo siendo rico se hizo pobre para enriqueceros con su pobreza”.

  • El Evangelio nos cuenta una parábola interesante.

En ella Jesús no alaba al administrador porque supo robar a su señor, sino por la astucia con que actuó.

La astucia era admirada en la antigüedad. Recordemos cómo actuó Abraham cuando llegó a Egipto, diciendo que su esposa era su hermana, para evitar que lo mataran.

José, con mucho ingenio, obtuvo de Jacob la bendición de la primogenitura que le correspondía a Esaú, por haber salido el primero del seno materno.

Los seguidores de Jesús no debemos ser necios. Él nos pidió más bien que seamos “astutos como serpientes”.

Debemos continuar la obra de Dios y superar todos los problemas que encontremos en el camino.

Al final de su parábola Jesús nos da un consejo muy importante aunque en la práctica no solemos tenerlo en cuenta, porque preferimos “poder contar” con distintas personas…

Esto dice el Señor:

“Ningún siervo puede servir a dos amos porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien, se dedicará al primero y no hará caso del segundo”.

Es Jesús mismo el que saca la conclusión de sus palabras:

“No podéis servir a Dios y al dinero”.

El dinero esclaviza y Dios libera.

 

José Ignacio Alemany Grau, obispo