Homilía del Domingo XXVI del Tiempo Ordinario: Después del tiempo, no habrá tiempo

Perú Católico, líder en noticias.- A veces hablamos de “matar el tiempo” y le quitamos toda la importancia que tiene para nuestra vida.

La liturgia nos invita hoy a profundizar cómo debemos aprovechar el tiempo para ganar la eternidad.

  • Amós

Habla del hombre rico que goza todo lo posible:

“Os acostáis en lechos de marfil, arrellenados en divanes, coméis carneros del rebaño y terneras del establo… bebéis vino en copas, os ungís con perfumes exquisitos…”

Pero después viene la amenaza del profeta por despilfarrar y no compartir:

“Encabezarán la cuerda de cautivos y se acabará la orgía de los disolutos”.

  • Salmo 145

Nos recuerda la fidelidad del Señor que hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos, liberta a los cautivos y tiene preferencia con los huérfanos y las viudas.

Por todo ello el salmista nos invita a alabar al Señor.

  • San Pablo

En el párrafo de hoy le dice a Timoteo cómo debe ser la vida de una persona consagrada a Dios:

“Practica la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia y la delicadeza”.

Una lista importante para poder vivir esta vida sobrenatural a la que Dios nos llama y triunfar en el combate de la fe que, de una u otra forma, todos tenemos que superar.

Todo esto lo pide San Pablo en el nombre de Cristo y no por motivos puramente humanos.

Es importante que en nuestra vida tengamos motivaciones fuertes para vencer y nunca encontraremos un motivo más importante que actuar como Cristo nos pide.

  • Verso aleluyático

En la diferencia que nos presenta la liturgia hoy entre el rico que derrocha y el pobre que carece de lo más indispensable, nos recuerda estas palabras que son un verdadero contraste entre Jesucristo que, como hombre, se ha despojado de todo y Jesucristo que, como Dios, nos puede y quiere enriquecer a todos.

Para eso precisamente se encarnó:

“Jesucristo siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza”.

  • Evangelio

Se trata de una parábola que Jesús dirige expresamente a los fariseos que, según la creencia del pueblo de Dios en aquel tiempo, consideraban que la bendición de Dios se traduce siempre en las riquezas materiales.

La parábola enseña que había un hombre de mucho dinero que banqueteaba a diario.

A su puerta el pobre Lázaro estaba sentado, cubierto de llagas, esperando las sobras de la mesa del rico.

Hay una pincelada importante como si a veces los animalitos fueran más comprensivos que los hombres: “Hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas”.

Antes de continuar conviene que nos fijemos en los nombres que da Jesús a los personajes de la parábola.

En efecto, Lázaro significa “Dios ha ayudado”. En cambio el nombre del rico no significa nada, simplemente “comilón”.

Según los judíos el “sheol” era el lugar donde iban los muertos. Pero con un destino distinto: los buenos al “Seno de Abraham”, donde esperaban al Redentor y los malos al tormento eterno, el Hades (según nota de la Biblia de la CEE).

Llama la atención ver cómo aquel rico que tuvo de todo pide una gota de agua “porque me torturan estas llamas”.

Abraham reconoce que Epulón verdaderamente era hijo suyo y a las palabras de “padre Abraham…” contesta: “hijo, recuerda…” para aclarar luego que entre los dos hay un abismo que nadie puede cruzar.

Epulón entonces, recordando que tiene cinco hermanos que viven como él, pide a Abraham que mande a Lázaro para que les avise de lo que puede esperarles después de la vida que llevan.

La conclusión es importante para todos nosotros.

Tenemos la Palabra de Dios, la Iglesia, los sacramentos, la Virgen, los santos, el Magisterio  y tantos otros medios  que debemos aprovechar en el tiempo. Ya que cuando termine el tiempo no se puede merecer. Es aquí en la tierra donde conseguimos el triunfo y la gloria en el cielo o el castigo eterno, como dice Jesús.

Aprovechemos, amigos, el tiempo porque después no habrá cambios en la eternidad.

 

José Ignacio Alemany Grau, obispo