Homilía del IV Domingo de Cuaresma: En víspera de Getsemaní

Perú Católico, líder en noticias.- Antiguamente a este domingo se le llamaba primer domingo de pasión y tenía su propio prefacio en el que se leía:

“Porque en la pasión salvadora de tu Hijo el universo aprende a proclamar tu grandeza y por la fuerza de la cruz el mundo es juzgado como reo y el Crucificado exaltado como rey poderoso.
Las lecturas del ciclo B nos llevan, todas ellas, al tema de la pasión de Jesús y en concreto a Getsemaní.
Jeremías
El profeta anuncia que un día Dios hará una “alianza nueva” con Israel.
La característica de dicha alianza será una ley metida en el pecho y escrita en los corazones.
Jesús lo dirá con estas palabras: “en espíritu y en verdad”.
Por otra parte, dice Jeremías que todos conocerán al Señor “cuando perdone sus crímenes y no recuerde sus pecados”.
Esa alianza nueva la recordamos todos los días en la Eucaristía: “Mi sangre de la nueva y eterna alianza” y además “derramada para el perdón de los pecados”.
Carta a los Hebreos
Esta carta nos trae hoy el recuerdo de la pasión de Jesucristo.
Benedicto XVI nos dice que el autor (que no es conocido) debió tomar estos datos de una “tradición” distinta de las que tomaron los cuatro evangelistas.
En realidad los evangelistas hablan del grito que dio Jesús al morir, poniéndose en manos del Padre y hablan de sus lágrimas sobre Jerusalén y a la muerte de Lázaro.
Pero el autor de la carta, en el párrafo de hoy, nos da a entender que las palabras que leemos se refieren a todo el tiempo de la pasión, hasta la muerte de Jesús.
Hay algo muy interesante en el libro “Jesús de Nazaret” con lo que Benedicto nos explica por qué el terror de Jesús en Getsemaní y general en su pasión.
Les invito a meditarlo:
“Se trata siempre del encuentro de Jesús con el poder de la muerte, cuyo abismo, como el Santo de Dios, percibe en toda su profundidad y terror.
La Carta a los Hebreos ve así toda la pasión de Jesús desde el Monte de los Olivos hasta el último grito en la cruz, impregnada de la oración, como una única súplica ardiente a Dios por la vida, en contra del poder de la muerte”.
En efecto. Se trata de la lucha brutal entre las tinieblas del pecado y la luz del Santo de los santos, Jesús.
¿Quién podrá entender esto?
En ese “gritar, llorar y orar” de que habla la carta, Jesús realiza su sacerdocio que nos redime a todos.

Evangelio

Juan narra lo que solemos entender como la Oración del Huerto, tratada por el cuarto evangelista.
Jesús es el grano de trigo que tiene que morir para resucitar, multiplicado en espiga.
Luego dice el Señor:
“Ahora mi alma está agitada y ¿qué diré?
¡Padre, líbrame de esta hora!”
Es evidente que estas palabras nos hacen pensar en la angustia de Jesús en el huerto cuando pide al Padre que le quite el cáliz.
Pero luego (también como en Getsemaní) Jesús añadió:
“¡Pero para esto he venido!”
Y pide al Padre que lo glorifique.
“Entonces vino una voz del cielo:
Lo he glorificado y volveré a glorificarlo”.
Lucas nos dirá en su Evangelio que “se le apareció un ángel del cielo y lo confortaba”.
Así era Jesús, hombre verdadero y sufrido:
“Mi alma está triste hasta la muerte”.
Recuerda que Jesús tiene verdaderamente cuerpo y alma humanos, pero solo una Persona, que es divina.
Jesús adelanta el fruto de su muerte diciendo:
“Cuando yo sea levantado de la tierra atraeré a todos hacia mí”.
¿Estás seguro que Jesús se ganó tu corazón?
Será bueno que terminemos con el salmo 50, de hoy, diciendo:
“Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
Lava del todo mi delito, limpia mi pecado”.

José Ignacio Alemany Grau, obispo