12.- Iglesia ante el Bicentenario: María Parado de Bellido (1760 – 1822), la heroína que murió con la bendición de la Virgen del Rosario

Perú Católico, líder en noticias.– Perú Católico, líder en noticias rumbo al Bicentenario de la Independencia. Este artículo es escrito por el Doctor e Historiador José Antonio Benito.

La conocemos especialmente gracias al óleo titulado “Fusilamiento de la heroína María Parado de Bellido” pintado por Consuelo Cisneros en 1929 con motivo de una ley para inaugurar en el entonces, Museo Bolivariano de Magdalena Vieja, una Sala de Patriotas que llevaría su nombre. A la fecha, es un símbolo del sentimiento de identidad forjado en Ayacucho en las luchas por la independencia, como refleja el hecho de darle su nombre a colegios, calles y hasta un distrito en la provincia de Cangallo.

Hija de Fernando Parado y Jacinta Ccayo, nació en Ayacucho hacia el año 1760 y a los quince años contrajo matrimonio con Mariano Bellido. Esa unión tuvo como fruto siete hijos, cinco mujeres y dos hombres, en este orden: Gregoria, Andrea, Mariano, Tomás, María, Leandra y Bartola. Su vida transcurría perdida en las tareas del hogar y el anonimato de una madre de familia numerosa, esposa de un negociante entre Huamanga, Cuzco y La Paz. Como tantos héroes populares, su vida cobró notoriedad para la historia oficial al enfrentarse al poder represivo y morir por el ideal patrio. En concreto, a partir de 1820 cuando su esposo Mariano e hijo Tomás se unieron a las fuerzas patriotas.

Ella continuó en su hogar al cuidado del resto de la familia, pero con la mente en su vástago mayor y en el peligro de perderlo, esto la llevó a planificar una manera de hacerlo retornar a su lado. Reunió una cantidad de dinero, entre quinientos y seiscientos pesos, y lo envió en manos de sus hijas mayores, Gregoria y Andrea, al montonero Cayetano Quirós a cambio de que Tomás fuese “liberado” del enrolamiento.  Parece que Tomás, aunque gozoso del encuentro, manifestó su disgusto ante la propuesta de estar en primera línea de combate: “Cuando entré en el ejército de mi patria, juré sostener la causa de esta hasta verter la gota última de mi sangre; y no seré yo quien abandone sus filas y torne a su casa hasta no ver al Perú libre”. 

Proponiendo a su jefe patriota la cantidad exhibida como donativo de guerra de su familia. Tan valerosa actitud, lección de desprendimiento frente a la vida y a favor de ideales mayores debió ser contundente para María Parado quien a partir de entonces colaboró con la gesta independentista enviando información sobre los movimientos de los realistas. 

Gracias a los datos proporcionados por ella los patriotas pudieron abandonar el pueblo de Quilcamachay, un día antes que el enemigo los sorprendiera. Sin embargo, este frustrado asalto significó para María Parado el fin del anonimato, pues su nombre empezó a conocerse entre la tropa realista, dado que una misiva dando cuenta del desplazamiento de los enemigos fue firmada con su nombre. Identificada, fue tomada prisionera y conducida frente al general José Carratalá, el 24 de marzo, quien la conminó a revelar el desplazamiento de los rebeldes, las armas que poseían y el nombre de sus cómplices, pues al comprobarse que era analfabeta tendría que haber recibido ayuda para escribir los mensajes de aviso. Fue amenazada y torturada, pero nada la doblegó, imponiéndose su temple de patriota a la de mujer y madre.

Así llegó al fatal consejo de guerra frente al cual mantuvo su silencio que definió la sentencia: la muerte. La doble afrenta –espionaje y negativa a colaborar- en la que había incurrido María Parado, recibió un castigo aleccionador para la población, pues no era solo el hecho de ejecutarla, sino que a partir de este servir de advertencia para los demás insurrectos. Así, una mañana de mayo fue llevada a la plaza de armas de Ayacucho, fuertemente custodiada, los soldados detenían su paso en cada esquina para que un oficial leyera la sentencia, la pena capital por revelarse contra el Rey y Señor del Perú.

Hay que rescatar aquí su talante ético y católico. Se sabe que en los conventos oraban por ella, quien sentía tan doloroso espectáculo como el vía crucis de Cristo, a modo de estaciones durante las procesiones, celebradas al interior de los claustros conventuales. Según narran las fuentes, María era una creyente fervorosa que en esos últimos minutos se acordó especialmente de encomendar ante Dios a los suyos. Así frente al templo de Santo Domingo “se arrodilló, exclamando con toda la efusión de su alma: ¡Madre mía, Virgen del Rosario! ¡Dame tu bendición y mira por tus hijos que quedan huérfanos, sin más amparo que tu divina misericordia”! 

Como rescata fielmente el lienzo, durante los últimos minutos fue acompañada por su confesor, el sacerdote José de Aiguida. Mercedario, quien, arrodillado, lee la biblia para reconfortar a la creyente, acompañado por un acetre de plata con el hisopo en su interior para en el desenlace fatal con el agua bendita. Después del fusilamiento, su cuerpo fue trasladado a la iglesia de la Merced, donde permaneció hasta la mitad de la tarde cuando fue sustraído ante el rumor de que la tropa realista deseaba cremar los restos para eliminar todo vestigio o “reliquia” que pudiera contribuir a idealizar el accionar de la valerosa “mártir” María. El cuerpo de Parado fue sepultado en la Capilla de Nuestra Señora de Chiquinquirá.

Foto del autor de esta sección y de este artículo: Doctor e historiador José Antonio Benito.

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