Perú Católico, líder en noticias rumbo al Bicentenario de la Independencia. Este artículo es escrito por el Doctor e Historiador José Antonio Benito.

La Independencia del Perú -que tiene como fecha emblemática el 28 de julio de 1821- podía adelantarse 40 años antes, a 1780, momento de la tremenda sacudida de la revuelta de Túpac Amaru. Estudiado casi siempre como líder político, vamos a fijarnos en su dimensión espiritual como hombre de fe, católico.

José Gabriel Condorcanqui o Quivicanqui (Surimana, 1738 – Cuzco, 1781) descendía por línea materna de la dinastía real de los incas: era tataranieto de Juana Pilco-Huaco, la hija del último soberano inca, Túpac Amaru I (bautizado y catequizado por el jesuita Alonso de Barzana). Más de doscientos años después, en 1780, el vigoroso José Gabriel, carismático, culto y elegante, lideró el más importante de los levantamientos indígenas contra las autoridades virreinales españolas.

Tras el fracaso de la revuelta, preludio de las luchas por la independencia, fue ejecutado cruelmente, uniendo su destino al de su ancestro. Las rebeliones indígenas prosiguieron durante dos años en diversas regiones del país, y obligaron a las autoridades a introducir algunas reformas. Pero su nombre se convirtió en símbolo y bandera para posteriores insurrecciones indígenas y criollas. Durante la primera fase del Gobierno Militar, el General Juan Velasco Alvarado utilizó intensamente la imagen de curaca cusqueño, reproduciéndola en los eventos oficiales y otros espacios de la esfera pública; todavía en el siglo XX diversos movimientos guerrilleros revolucionarios como el MRTA reivindicaron su figura.

Hijo del cacique Miguel Condorcanqui, nació en Tungasuca hacia 1738, y se educó con los jesuitas en el Colegio de San Bernardo de Cuzco. Durante un tiempo se dedicó al negocio del transporte entre las localidades de Tungasuca, Potosí y Lima, para lo cual contó con un contingente de varios centenares de mulas; hizo también fortuna en negocios de minería y tierras. Hombre educado y carismático, llegó a ser cacique de Tungasuca, Surimana y Pampamarca, y las autoridades reales le concedieron el título de marqués de Oropesa.

Su prestigio entre los indios y mestizos le permitió encabezar la rebelión contra las autoridades españolas del Perú en 1780; dicha rebelión (precedida por otras similares) estalló por el descontento de la población contra los abusos de los corregidores y contra los tributos, el reparto de mercaderías y las prestaciones obligatorias de trabajo que imponían los españoles (mitas y obrajes). En el proceso que se le siguió a Túpac Amaru, asombra el dominio de ciertos temas bíblicos y la aplicación práctica a la realidad cotidiana. En su carta compara la suerte de los indios con la del pueblo de Israel: “Un humilde joven con el palo y la honda, y un pastor rústico, por providencia divina, libertaron al infeliz pueblo de Israel del poder de Goliat y Faraón: fue la razón porque las lágrimas de estos pobres cautivos dieron tales voces de compasión, pidiendo justicia al cielo, que en cortos años salieron de su martirio y tormento para la tierra de promisión…Mas nosotros, infelices indios, con más suspiros y lágrimas que ellos, en tantos siglos no hemos podido conseguir algún alivio”. Hay también una alusión a Moisés, Saúl y David y una velada comparación de su persona con los caudillos israelitas: “Y así esperando que otro u otros sacudiesen el yugo de este Faraón, no habiendo salido alguno a la voz y defensa de todo el Reyno…” (Carta a al Obispo Moscoso, 3 de enero de 1781) Presenta la rebelión como una causa justa querida por Dios que vela por los maltratados indios y que desenmascara a los corregidores españoles. Casi todos los movimientos de reivindicación social cercanos al cristianismo han recurrido al Antiguo Testamento para buscar en el Éxodo la justificación de una lucha santa para conseguir la libertad del pueblo y crear un reino mesiánico en la tierra.

José Gabriel Túpac Amaru fue católico creyente que ve su rebeldía con óptica providencialista. Es interesante la atribución que el caudillo indígena se toma para nombrar a diversos párrocos en los territorios que fue dominando.  Debe considerarse también la actuación del Obispo de Cuzco, Juan Manuel Moscoso y Peralta, promocionado desde la sede de Córdoba del Tucumán a la sede andina en 1778. Moscoso fue acusado de actuar a favor de la revuelta, entre otros por Mata Linares; las acusaciones no se demostraron y el obispo sería promocionado en 1789 a la diócesis peninsular de Granada, en donde permaneció hasta su fallecimiento en 1811. Aparicio sostiene que el obispo no colaboró con la rebelión indígena. Cabe mencionar también la religiosidad de Micaela Bastidas, esposa del líder, que en todo momento apoyó la legitimidad de la revuelta y a quién correspondió tomar decisiones a favor de la causa, en ausencia de su marido en guerra.

Mons. Aparicio Quispe autor de la obra El clero y la rebelión de Túpac Amaru (Imp. Amauta, Cuzco 2000, 92 pp) destaca que Túpac Amaru es un hito singular de la forja del Perú, por articular el mayor movimiento social en defensa de los derechos de los indios contra los abusos de las autoridades locales hispanas. Se conocen a los eclesiásticos que se opusieron a Túpac Amaru y que emprendieron iniciativas para su represión; y a los que le apoyaron en su causa; estos últimos fueron doce sacerdotes seculares y cinco regulares: tres dominicos, un franciscano y un agustino; el más significativo fue D. José Maruri, cura de Asillo (Puno).

Foto del autor de esta sección y de este artículo: Doctor e historiador José Antonio Benito.

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