“Señor Padre Santo, te damos gracias porque consagraste Sacerdote eterno y Rey del universo a tu único Hijo, nuestro Señor Jesucristo, ungiéndolo con óleo de alegría, para que ofreciéndose a sí mismo, como víctima perfecta y pacificadora en el altar de la cruz, consumara el misterio de la redención humana, y sometiendo a su poder la creación entera, entregara a tu majestad infinita un reino eterno y universal:
El reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz”.
Así la Iglesia nos invita a rezar en el prefacio de hoy.
Se trata de un reinado maravilloso.
Sin embargo, no deja de ser muy extraña la forma como Jesús, viviendo en este mundo, pretendió ser Rey:
¡Desde la cruz!
Y precisamente es en la cruz donde ponía su título de Rey y es allí donde pudo leerlo la multitud.

La liturgia por su parte repetirá: “reinó desde el madero”.
La Sagrada Escritura en distintos momentos nos habla del reinado de Cristo:
En el ciclo A nos presenta a Jesús en el juicio final diciendo:
“Entonces dirá el Rey a los de la derecha: venid benditos de mi Padre”.
En realidad el Padre se presenta como juez último de todo lo que existe, pero en este episodio presenta al Hijo del hombre como Rey.
Jesús explicó en otra oportunidad:
“El Padre no juzga a nadie sino que ha confiado al Hijo todo el juicio” (Jn 5,22).
El ciclo C nos recuerda que mientras unos se burlaban diciendo: “Si eres tú el Rey de los judíos, sálvate”; el ladrón ajusticiado le decía al Señor: “Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”.
Hoy, en nuestro ciclo B, el apóstol Juan nos lleva al pretorio para que escuchemos el diálogo entre Pilato y Jesús:
– “¿Eres tú el rey de los judíos?”
Jesús:
– “Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí”.
Cuando Pilato le pregunta:
– “¿Con que tú eres Rey?”
Jesús aclara:
– “Tú lo dices. Soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para dar testimonio de la verdad”.
Jesús es Rey que vence y nos salva a todos.
Es el reino que va por dentro (“está dentro de ustedes”).

Jesús mismo advirtió a los apóstoles que su reino llegaría cuando “sea levantado en alto”, es decir, cuando sea crucificado; como le decía a Nicodemo:
“Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre” (Jn 3,14).
También en otros momentos Jesús repitió la misma idea:
“Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre sabréis que Yo soy”.
El reino que nos ofrece Jesús no pertenece a este mundo.
Es espiritual.
Se basa en el nuevo mandamiento: el amor:
“Ámense unos a otros como yo os he amado”.
Jesús es el Rey de la verdad. Es el rey de la vida. Es el rey del amor.
Por su parte Daniel, en su párrafo brevísimo, nos dice del Hijo del hombre, que “le dieron poder real y dominio… su dominio es eterno y no pasa; su reino no tendrá fin”.

El salmo responsorial es el 92. Es el salmo de la realeza, salmo mesiánico que nos invita a repetir “el Señor reina, vestido de majestad”.
En cuanto al versículo aleluyático Marcos, el que fue nuestro compañero en el ciclo B que ya termina, nos recuerda cómo aclamaban a Jesús al entrar en Jerusalén el domingo de Ramos:
“Bendito el que viene en nombre del Señor. Bendito el reino que llega, el de nuestro Padre David”.
El Apocalipsis nos habla de Jesucristo, “el testigo fiel, el primogénito de entre los muertos, el príncipe de los reyes de la tierra”.

Y después de darnos el motivo por el que debemos glorificarlo, es decir, porque nos ama y nos ha librado del pecado con su muerte y ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes, añade:
“A Él la gloria y el poder por los siglos de los siglos”.
En esta sociedad que rechaza a Dios, se repite “no queremos que éste (Jesús) reine sobre nosotros”, y “no tenemos más rey que el César” (¿el dinero?).
Nosotros que sí amamos a Jesús, abrimos el corazón a Cristo Rey para que reine entre nosotros y podamos encontrar la paz que anhelamos.

José Ignacio Alemany Grau, obispo