La «geopolítica de la misericordia» según Papa Francisco

La describe el padre Antonio Spadaro en un texto publicado en el último número de «La Civiltà Cattolica»: Papa Bergoglio está lejos de «todos los teóricos del enfrentamiento de Civilización» y de los predicadores del «enfrentamiento final, con amargo gusto religioso, que alimenta el imaginario de yihadistas y neo cruzados»

La misericordia que Papa Francisco recuerda al mundo todos los días que no vive en el reino enrarecido e impalpable de las ideas justas y de los buenos propósitos. El dinamismo de su curación puede sanar heridas reales en las vidas de los individuos, de las familias, de las comunidades. Y, en este tiempo devastado por los conflictos y esa «guerre en pedacitos», en donde los delirios religiosos se convierten en terror, representa un manantial de una mirada nueva y fecunda sobre los problemas del presente. Una «diplomacia de la misericordia» que el jesuita Antonio Spadaro describe en el texto «La diplomacia de Francisco. La misericordia como proceso político», publicado en el último número de «La Civiltà Cattolica», revista de los jesuitas italianos que él mismo dirige y cuyos borradores son revisados y aprobados por la Secretaría de Estado vaticana. Son 18 páginas llenas de sugerencias, y en ellas Spadaro dibuja la proyección y el alcance geopolítico del magisterio de la misericordia que proclama Bergoglio y que se vuelve concreta en los gestos, en las palabras y en las decisiones del Papa argentino en relación con el escenario internacional.

Nadie está perdido para siempre

Dios, ha sugerido en muchas ocasiones Papa Francisco, no es una abstracción metafísica. Él «actúa en la vida de las personas, pero también detrás de los procesos históricos de los pueblos y de las naciones, incluso en los más complejos e intrincados». Es «el rostro de Dios», hallad y reconocido en su misericordia, el que hace posible otra manera para afrontar el empeño histórico y político. Por ello, explica Spadaro, Papa Francisco también ha querido sugerir esta perspectiva a los embajadores ante el Vaticano, como lo hizo durante la última audiencia que les concedió. Concretamente, subraya Spadaro, la misericordia declinada como «categoría política» en el tablero internacional condice a «no considerar nunca nada ni a nadie como definitivamente ‘perdido’ en las relaciones entre naciones, pueblos y estados». Quiere decir, por ejemplo, que ningún sujeto histórico puede ser identificado siempre como «enemigo» absoluto y eterno, y que el enemigo mortal de hoy puede convertirse en el compañero de camino de mañana. Según Papa Francisco es deseable también que «el lenguaje de la política y de la diplomacia se deje inspirar por la misericordia, que nunca da nada por perdido». Una dinámica que Spadaro explica a la luz de las «metáforas líquidas» que utilizó Papa Francisco en la homilía del primero de enero de este año, cuando Bergoglio habló del «Océano de misericordia» que puede inundar el mundo y sumergir ese «río de miseria, alimentado por el pecado» que lo atraviesa. La misericordia, comenta Spadaro, da una nueva dirección a «las aguas del curso de la historia y abre los diques del determinismo». Y justamente esta «fluidez es el motivo que permite comprender por qué Papa Francisco no se casa nunca con mecanismos de interpretación rígidos para afrontar las situaciones y las crisis internacionales».

Ninguna «alineación» preconcebida

La mirada evangélica y la misma referencia a la misericordia nutren una percepción realista de los contextos y de los problemas. Y alejan de alineaciones geopolíticas preconcebidas las iniciativas y las palabras del Papa. Así se experimenta incluso en el ámbito de las relaciones concretas con los diferentes sujetos y contextos lo que el Papa definió como «pensamiento incompleto» o «pensamiento abierto»: con respecto a los escenarios geopolíticos, subraya Spadaro, el Papa no suele repartir razones o errores, ni sumarse a frentes predefinidos con base en los compromisos de grupo. La libertad con la que se relaciona con líderes como Putin (de Rusia) o Rouhaní (de Irán), el deseo de reunirse con Xi Jinping (de China), el reconocimiento del Estado de Palestina y la necesaria seguridad de Israel, la disponibilidad para impulsar el proceso de paz entre el gobierno de Colombia y los guerrilleros de las FARC… son indicios de que «la Santa Sede ha establecido o quiere establecer relaciones directas y fluidas con las superpotencias, sin querer quedar atrapada en redes preconfeccionadas de alianzas e influencias». Una dinámica «libre y fluida» que, nota Spadaro, se manifestó también en el viaje a los Estados Unidos, «en donde sus discursos no ofrecieron ningún argumento para confirmar la identificación del catolicismo con las categorías políticas de ‘conservadores’ o ‘progresistas’, o con etiquetas como ‘pro-life’ contra ‘pro-choice’».

Bergoglio y Przywara

La «geopolítica de la misericordia» huye de las lógicas de las fracciones en nombre de purismos abstractos y «neutrales», o para garantizar espacios de movimiento a las propias convicciones. Como punto de partida se desenmascaran todos los planes ideológicos y culturales que definen o interpretan a la iglesia como realidad en estado perenne «de conquista», comprometida en el esfuerzo para afirmar hegemonías y afirmar por sí misma la propia relevancia en la historia. Siguiendo las huellas del jesuita Erich Przywara, maestro del teólogo suizo Hans Urs von Balthasar, recuerda Spadaio, tampoco el primer Papa jesuita percibe ni proclama las sugestiones de un «catolicismo entendido como garantía politica, ‘último imperio’, heredero de gloriosos vestigios, pilar para contrarrestar el declive, frente a la crisis de los liderazgos globales en el mundo occidental». Con Przywara, Bergoglio reconoce que los cristianos han sido llamados a «salir fuera del campamento» para llevar sobre sí «el ultraje de Cristo». Y repite que la Iglesia vive en plenitud el propio misterio solo cuando es «descentrada» y cuando se encuentra «en salida» de sí misma, cuando no es «autoreferencial» y por lo tanto no tiene el problema de adquirir márgenes de influencia, en competencia con los poderes constituidos.

Yuhadistas y neo cruzados en el espejo

Esta percepción del misterio de la Iglesia, y de su camino en la historia, inmune a todos los fundamentalísimos y los milenarios (latentes o en incubados) que ahora dominan el escenario internacional. «Con su actitud», escribe el director de «La Civiltà Cattolica», «el Papa nacía desde dentro la máquina narrativa del Califato, basada en un milenario sectario que prepara al Apocalipsis y que por ello se refiere a la muerte con tonos de sacrificio, de enfrentamiento final». Casi por un efecto reflejo, «él vacía de sentido incluso el militarismo apocalíptico que pretende definirse ‘cristiano’, y que se plantea como justificación de la guerra en contra del que es definido, en términos religiosos y éticos, como ‘el eje del Mal’». Papa Francisco se muestra «alejado de todos los teóricos del enfrentamiento de civilizaciones», que todos los catalizadores del «enfrentamiento final, con gusto religioso amargo, que nutre la narrativa del terror y alimenta el imaginario de los yihadistas y de los neo cruzados».

Querer el bien del enemigo

Gracias a esa distancia de las ideologías identitarias y étnico-religiosas que alimentan los conflictos, Papa Francisco puede indicar y denunciar sin rodeos los factores estructurales que representan su verdadera raíz: la pobreza, la explotación, el tráfico de armas. «El hecho de que el Pontífice se aviente contra los traficantes de armas, sin caer en la tentación de identificar una religión con el fundamentalismo», explica Spadaro, «significa que pone en campo todos los factores políticos y económicos que provocan situaciones de crisis». Además del realismo lúcido, «en esta lucha contra el imperialismo y el integralismo de cualquier signo, Francisco es extremo, y llega a llamar, de manera provocatoriamente evangélica, a los mismos terroristas con una expresión llena tanto de condena como de compasión: ‘pobre gente criminal’». En esta comprensión vertiginosa de la realidad, que reconoce incluso el derecho del injusto agresor «a ser detenido para no hacer el mal», se aprecia una aplicación «escandalosa» a la realidad del mundo del llamado de Cristo a amar a los propios enemigos. Una perspectiva que «incluye y no excluye al enemigo ni su bien mayor». Menos que esto, sugiere el Papa, no es cristianismo. Y sin esta vertiginosa apertura a amar al enemigo, «el Evangelio correría el peligro de convertirse en un discurso edificante». Sin embargo, justamente esta apertura escandalosa y vertiginosa representa el dato genético más íntimo de una posible «geopolítica de la misericordia, e imprime en ella sus rasgos distintivos: el respeto de la realidad multipolar del mundo, la agilidad para construir puentes entre posiciones alejadas, la disponibilidad para poner en movimiento soluciones imprevisibles, el hacerse cargo de los conflictos, sin censurarlos, por el bien de la familia humana. Según el director de «La Civiltà Cattolica», Papa Francisco trata de sugerir «una convivencia humana y una acción politica que hable el lenguaje de la reconciliación con el enemigo, sin excluirlo. Es justamente esta estrategia de la misericordia la más atacada por los yihadistas y los ‘teocon’ radicales. Pero también lo es de posiciones ‘ilustradas’, que descargan las culpas (incluso satíricamente como sucedió en Francia) directamente sobre Dios y sobre la religión en general». Entonces, nada de «pacifismo» abstracto. Y también una gran distancia de la «demagogia populista del terror disfrazada de defensa de las ‘raíces cristianas’, que, por el contrario, las instruentaliza». lastampa.