Estimados amigos lectores, vivimos en un mundo agitado por el trabajo, estudio, familia, amigos, política, guerras, conflictos, etc. Sin descartar los titulares en cada portada de los diarios que nos gritan a la cara.

El tiempo en nuestro reloj pareciera que avanzara cada vez más rápido sin esperarnos casi nada, apenas dejándonos respirar.

¿Y dónde queda Dios en medio de la vida agitada?

Muchas veces queda postergado al final de nuestro día o a veces al culminar la semana. O en muchas oportunidades lo buscamos ante la necesidad de algo espiritual o material. Dios debe y/o debería ser el centro de nuestra vida, de donde saquemos fuerzas y mucha fe para seguir adelante incluso en tiempos difíciles, es ahí donde el Señor se pone a caminar con nosotros sin desfallecer; si no andamos en el camino correcto de la vida irradiando luz, fe y amor hacia los demás no podremos desplegar nuestros dones.

Nos toca vivir en un siglo de muchas cosas positivas pero también de destrucción del hombre, de su moral, de esa imagen y semejanza dada por Dios desde la creación. No estamos para ser servidos, estamos para servir, para amar; porque recuerden que Jesús es el mismo ayer, hoy y siempre. Estas generaciones tienen muchos caminos y ejemplos que se nos presenten para alcanzar la felicidad. La moda muchas veces incomoda y las buenas costumbres parecen que van desapareciendo de la noche a la mañana.

La vida cristiana es una lucha constante y permanente entre hacer el bien u optar por hacer el mal que muchas veces nuestro corazón no lo desea. Sin Cristo no hay vida cristiana. Él es el único camino a seguir siempre, en todo tiempo y en todo lugar.

Si continuamos con nuestros principios y valores seguiremos aportando algo no solo para nuestro entorno sino para la humanidad, esa misma que no se sacia con lo que el mundo ofrece, esa que palpita cuando se encuentra con su creador, pues de él venimos y hacia él vamos.

Hagamos de nuestros quehaceres una vida de oración, una vida que cada día encuentre sentido en hacer las cosas más que bien. Solo haciendo las cosas con amor podremos amar más. En cada día demos gracias a Dios por ese encuentro con nosotros mismos, con los demás y con él.

La vida cristiana no es una moda, un estilo de vida o algo ‘fashion’; la vida cristiana es el seguimiento e imitación de Jesucristo en cada momento de nuestra existencia. Suenan muy interesante estas frases, pero lo cierto es que nadie en la historia ha dicho que es fácil. Porque toda lucha entre el bien y el mal es un combate interior. ¿Lo insulto o no le insulto?, ¿Le pego o no le pego?, ¿Si todos lo hacen por qué yo no?, ‘Ella empezó’, ‘Haré justicia’, ‘Después me confieso’. Tenemos muchas tentaciones que casi siempre son pretextos para hacer el mal. Incluso luego de hacer el mal y disfrutarlo tenemos un vacío interior que nos entristece.

A veces solemos pensar que debemos vivir de acuerdo a las modas o estereotipos que nos introduce el mundo o países ‘desarrollados’, y muchas veces no es así. “Lo normal no siempre es lo correcto”, pareciera ilógica esta frase pero es cierto. En un poblado de Estados Unidos es muy normal que los jóvenes fumen marihuana y tengan relaciones en su primera cita antes de los 14 años de edad. ¿Es eso normal allá? Sí. ¿Es bueno para ellos? No.

Todo lo que empieza mal culmina mal; ante las presiones de nuestros amigos o compañeros de hacer algo malo tengamos la firmeza y la claridad de saber discernir si daña o no daña, si es cristiano o no lo es.

Amistad no es sometimiento sino un querer desinteresado y respeto de por medio. Que el mundo de hoy y sus ofrecimientos no desvirtúen nuestros valores, porque las modas y las cosas banales tienen fecha de vencimiento, pero el amor y los actos buenos permanecen en los corazones y en la eternidad, y son el mejor ejemplo de vida que podemos dejar a nuestras futuras generaciones.

La vida cristiana quizá tenga doble mérito en estos tiempos.