Muchos sacerdotes llevan clergyman, algunos sotana, y muchos otros visten de calle: esa es la realidad; el hábito eclesiástico es obligatorio en circunstancias normales: esa es la norma.

¿Está esa norma –reafirmada en los últimos años- alejada de la realidad y se ha convertido para algunos en una ley hueca? ¿El contexto en el que viven los sacerdotes que visten como cualquier otra persona puede considerarse una situación excepcional que relativiza la obligación de su cumplimiento?

No hay duda de que es una cuestión controvertida, pero ¿se trata de una mera formalidad o es una cuestión esencial? ¿Hasta qué punto es importante?

El alzacuellos facilita que las personas identifiquen a quien lo lleva como representante de Dios. Su sentido es mostrar la consagración y la identidad de la persona que desempeña un ministerio público.

Un párroco de Barcelona, Jaume González, explica a Aleteia las razones por las que lo lleva: “En primer lugar por una razón disciplinar, porquela disciplina eclesiástica dice que debo llevarlo”, afirma.

“En segundo lugar –continúa-, ¿por qué hay que llevarlo? La Iglesia lo pide no por un capricho abusivo, sino porque es un signo de la consagración; cuando un sacerdote o religioso sale a la calle, está predicando sin abrir la boca, está diciendo: soy un sacerdote, un discípulo de Jesucristo”.

“Y también hay otro tema, de tipo personal o psicológico: cuando uno se viste de sacerdote, recuerda que lo es; su vida siempre remite a los ojos de los demás a Jesucristo”, añade.

Yo me pongo el alzacuellos en celebraciones importantes, cuando voy a Roma,… según las circunstancias, pero en el día a día me siento artificial con él, en mi ciudad donde la gente me conoce tanto”, explica Xavier Parés, párroco de La Seu d’Urgell (España).

“Esto va a estilos, y también vas cambiando de manera de pensar; está la norma general pero se han ido aceptando otras maneras y la práctica se ha ido imponiendo”, añade.

Vestido con una sencilla camisa y un jersey oscuros, otro sacerdote que prefiere permanecer en el anonimato, reconoce: “El hábito no hace al monje… pero ayuda; vamos diluyendo la presencia de Dios en la sociedad, y quizás me incluyo yo también -confiesa-, ¿no deberíamos mostrar estos signos que ayudan a pensar en Dios?”.

Monseñor Joan-Enric Vives, obispo responsable del seminario mayor interdiocesano de Cataluña, explica que “la norma está y en principio es el buen camino cumplirla, pero en la vida sacerdotal hay otros elementos que también hay que tener en cuenta, como la prudencia del vestir en determinados ambientes, por si el acercamiento a las personas tuviera que salir beneficiado de ello, nunca por vergüenza o para pasar sin responsabilidad sacerdotal”.

El arzobispo recuerda también que “hay otros signos además del clergyman, reveladores de la personalidad entregada al servicio pastoral y a la identificacíon con Cristo Pastor, como una cruz, la sencillez en el vestir, la discreción e incluso la pobreza en la manera de vestir y de vivir”.

Y añade que “en ambientes alejados, con el permiso de su obispo, el presbítero puede vestir sin clergyman, ya que no es esencial a la condición sacerdotal“.

Tras el Concilio Vaticano II, muchos sacerdotes optaron por aparcar distintivos que consideraron anticuados y vestirse de calle como todos los demás, a veces por comodidad, otras por ideología. Hoy algunos de ellos vuelven a usar el clergyman.

Según Xavier Parés, “los sacerdotes tienen libertad y los obispos lo respetan porque no es algo sustancial, y por otra parte seguramente algunos no lo cumplirían”.

Aunque los concilios siempre han hablado de vestir con sencillez y decencia más que de un traje en particular, el

Magisterio de la Iglesia aporta razones profundas sobre el significado teológico de lo especialmente sagrado, y el derecho canónico establece la obligación de llevar traje eclesiástico.“Los clérigos han de vestir un traje eclesiástico digno, según las normas dadas por la Conferencia Episcopal y las costumbres legítimas del lugar”, indica el artículo 284 del Código de Derecho Canónico.Y el Catecismo de la Iglesia Católica señala (1563 y 1582) que la ropa específica del sacerdote es el signo exterior de una realidad interior: el sacerdote ya no se pertenece a sí mismo, sino que es “propiedad” de Dios. La normativa más reciente al respecto, del año 2013, es la nueva edición del Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, de la Congregación para el Clero, que destaca la “importancia y obligatoriedad del traje eclesiástico”.

En su punto 61, prescribe que “el presbítero debe ser reconocible sobre todo, por su comportamiento, pero también por un modo de vestir”, y explica que el hábito clerical le recuerda que “es siempre y en todo momento sacerdote” y le sirve como “salvaguardia de la pobreza y la castidad”.

Este directorio prevé que los sacerdotes usen sotana o clergyman –un traje diferente al de los laicos y conforme a la dignidad y sacralidad de su ministerio- y también que cada conferencia episcopal establezca su forma y color.

Y advierte que “las praxis contrarias no se pueden considerar legítimas costumbres y deben ser removidas por la autoridad competente”.

En este sentido, en el año 1995, cuando un obispo brasileño preguntó al Vaticano si esta norma era de obligado cumplimiento o meramente exhortativa, el Consejo Pontificio para los Textos Legislativos respondió que sí, porque es un decreto general ejecutorio.

Al mismo tiempo, el directorio indica que para esta norma hay queexceptuar las situaciones del todo excepcionales, entre las que algunos canonistas enumeran el peligro de muerte, la persecución religiosa y la Iglesia en el exilio o perseguida.

Para Jaume González, la importancia de llevar el clergyman ha sido un descubrimiento: se ordenó con corbata y al principio vestía de paisano. “En el seminario no me mostraron la bondad disciplinaria y pastoral de llevar el clergyman y no tenía conciencia de que era una obligación –confiesa-, y es necesario formar a las personas y motivarlas para llevarlo”, opina.

El sacerdote considera muy positiva la experiencia de vestir con el traje eclesiástico. “Encuentras desde personas que te piden si les puedes escuchar o confesar en un rincón de la ciudad a otras que te preguntan cosas prácticas o te agradecen el sacerdocio”, explica.

Y recuerda así una anécdota de san Francisco de Asís y su compañero Fray León ocurrida un día que salieron a los pueblos “a predicar”: Pasaron de pueblo en pueblo sin abrir la boca, y al anochecer, Fray León le preguntó al “pobrecillo”: “¿cómo es que hoy no hemos predicado?”, a lo que san Francisco respondió: “¿te parece poco lo que hemos predicado?, la gente ha visto nuestros hábitos de la santa pobreza”. 

Artículo De Patricia Navas en Aleteia.