Monjas de congregación peruana evangelizan en bicicleta Argentina

“Es hermoso ver bajar de la montaña los pies del mensajero que anuncia la paz” (Is. 52, 7)

En una mañana de verano, cuando el sol sale con verdadero ritmo de chacarera (música típica del lugar) nosotras con nuestras bicicletas, sombrero y cantimplora emprendemos una vez más nuestros largos recorridos, visitando las distintas comunidades que pertenecen a nuestra  Parroquia. Algunas están a 10, 20 o 35 Km. A las poblaciones más distantes vamos en vehículo y luego nos vamos desplazando en bicicleta, con la intención de llegar a todos. Varias horas transitamos por unas pequeñas huellas, internándonos en estos espesos montes, la mayoría son zonas vírgenes.

La nota característica de estos lugares es la soledad y el silencio que envuelven a toda la naturaleza, largas horas pedaleamos en silencio, dando gracias a Dios, por el privilegio que la Iglesia nos concede, ser portadoras de Jesús Eucaristía, a quien llevamos sobre nuestro pecho en unas pequeñas píxides, Él es nuestra grata compañía y fortaleza en estos caminos polvorientos o llenos de agua en tiempos de lluvia. Qué gran alegría experimentamos ser nosotras adoradoras de Jesús sacramentado en estas horas solitarias y silenciosas de nuestra misión “No estamos solas, él va con nosotras”.

Vivir en este Monte Santiagueño –Argentina-es como vivir en el paraíso, pero a veces nuestro silencio es interrumpido por nuestras amigas las víboras, que salen a los caminos para sorprendernos, que susto nos llevamos al encontrarnos con ellas inesperadamente, pero todo es cuestión de acostumbrarse y perderles el miedo, porque en la misión en tiempo de verano nos vemos generalmente acompañadas por ellas. Recuerdo que un día al estar cenando en casa de una familia y después de la sobremesa, nos disponíamos a retirarnos y, al ponernos de pie, vislumbramos a la luz de la luna algo enrollado, inclinándonos  más pudimos  observar a una gran víbora que había estado, desde que hora sería junto a la pata de la mesa presenciando nuestra cena… gran susto nos hemos llevado, gracias a Dios no pasó nada. También existen gigantes boas, se alimentan de animales domésticos, gallinas, cabritos, etc. perjudicando la economía de las familias. Con gran pena me contaba doña Marina un día: “Estos animales acaban con mis cabritos”. Es una lástima, cuánto sacrificio tienen que hacer para criar sus animalitos y muchas veces no es para consumo de ellos, porque su único ingreso económico es venderlos    y proveer de lo necesario a su familia.

Para nosotras es un  tesoro y gozo compartir con ellos esta pobreza, en estas tierras de misión, seguirle a Dios es una gracia y transmitir este tesoro a nuestros fieles más abandonados es un encargo que el SEÑOR, al llamarnos y elegirnos nos ha confiado.

Iremos de dos en dos anunciando el REINO de Dios…porque solo el  “Amor de Cristo nos apremia. (2Cor. 5,14)

DATO:

La prensa argentina ha recogido algunos aspectos del servicio de estas misioneras en la diócesis de Santiago del Estero, la más pobre de Argentina, del tamaño casi de Castilla-La Mancha y con unos 70 sacerdotes para atender una población muy dispersa.

Ellas atienden un territorio del noroeste de la diócesis llamado La Candelaria, con una parroquia y 14 capillas. No solo tienen funciones litúrgicas o catequéticas, sino que llevan alimentos, medicamentos, agua y ayuda de todo tipo a los más necesitados, recorriendo infinitos kilómetros casi siempre sin asfaltar. Ellas suelen decir que cuando acaba el asfalto empieza su territorio.

En 2015 se les estropeó su camioneta, pero varios donantes colaboraron en volver a proporcionarles vehículo. A muchos otros sitios van en monturas animales, o bicicleta, o a pie.

Muchas de estas religiosas son enfermeras universitarias especializadas en obstetricia y odontología y ayudan con los primeros auxilios en caso de urgencias médicas.

A menudo ellas son las que trasladan los enfermos al hospital más cercano, que suele ser en la capital provincial, a 270 kilómetros, los primeros 50 en pistas de tierra.

Aunque las misioneras agradecen y potencian todas las vocaciones con formación en medicina, a nivel espiritual su formación básica implica 6 años: un año de postulantado, dos años de noviciado y tres de juniorado. “Durante este tiempo cumplimos un programa de Teología bíblica, Dogma, Moral, Historia de la Iglesia, Filosofía, Misionología, Liturgia, Nociones de Derecho Canónico. Además, nos preparamos en Pastoral, Catequesis, Oratoria, Doctrina social, Música y la lengua propia donde trabajamos”.

Tienen comunidades en Bolivia, Argentina, Uruguay, Paraguay y Chile.