Perú Católico, líder en noticias.- A fin de responder a esta pregunta, necesitamos primeramente distinguir la diferencia entre castigo y disciplina. Para los creyentes en Jesús, todo nuestro pecado – pasado, presente y futuro – ya ha sido castigado en la cruz. Como cristianos, nunca seremos castigados por el pecado. Esto fue hecho una vez y para siempre. “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (Romanos 8:1). Por el sacrificio de Cristo, Dios ve solamente la justicia de Cristo cuando nos mira a través de Él. Nuestro pecado ha sido clavado en la cruz con Jesús, y nunca más seremos castigados por ello.

Sin embargo, el pecado que permanece en nuestras vidas, algunas veces requiere de la disciplina de Dios. Si continuamos actuando de manera pecaminosa y no nos arrepentimos y nos volvemos de ese pecado, Dios comienza a aplicarnos Su disciplina divina. Si no lo hiciera, Él no sería un Padre cuidadoso y amoroso. Así como disciplinamos a nuestros hijos por su propio bien, así también nuestro amoroso Padre celestial corrige a Sus hijos por su propio beneficio. Hebreos 12:7-13 nos dice, “Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos.

Por otra parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los venerábamos. ¿Por qué no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos? Y aquéllos, ciertamente por pocos días nos disciplinaban como a ellos les parecía, pero éste para lo que nos es provechoso, para que participemos de su santidad. Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados. Por lo cual, levantad las manos caídas y las rodillas paralizadas; y haced sendas derechas para vuestros pies, para que lo cojo no se salga del camino, sino que sea sanado.”

Necesitamos recordar que el pecado es una constante en nuestras vidas, mientras todavía estemos en el mundo (Romanos 3:10, 23) Por tanto, no sólo tenemos que lidiar con la disciplina de Dios por nuestra desobediencia, sino que también tendremos que lidiar con las consecuencias naturales resultantes del pecado. Si un creyente roba algo, Dios lo perdonará y lo limpiará del pecado de robo, restaurando su compañerismo entre Él mismo y el ladrón arrepentido. Sin embargo, las consecuencias sociales del robo pueden ser severas, desde multas hasta encarcelamiento. Estas son consecuencias naturales del pecado y deben ser soportadas. Pero Dios trabaja aún a través de esas consecuencias para incrementar nuestra fe y glorificarse a Sí mismo.