Participación de la Iglesia en la vida política

El pasado 31 de marzo (2014), el congresista Bruce afirmaba: “Ninguna religión debe meterse en políticas públicas”. En conferencia de prensa desde el Congreso, el parlamentarista Carlos Bruce –promotor de la propuesta de ley de la unión civil– respondió a las reacciones que generó el planteamiento del Señor Cardenal , Juan Luis Cipriani, Arzobispo de Lima, de consultar a la población temas como el aborto terapéutico, o la misma propuesta de ley.

Con respecto a esta posición, y en referencia explícita a la fe cristiana católica, este tipo de afirmaciones no son nada nuevas. Ya en 1996, refiriéndose a algunas declaraciones del señor Cardenal Mons. Augusto Vargas Alzamora sobre el Programa del Vaso de Leche, la Presidenta del Congreso de la República, la Sra. Martha Chávez, manifestó: “Me gustaría ver al cardenal siendo guía espiritual de las personas y no opinando en temas de carácter político. Yo creo -expresó- que a él no le gustaría que alguien opine sobre cuestiones que corresponden a su jurisdicción”; y añadió que el señor Cardenal “tiene bastante tarea con evangelizar y hacer que los católico podamos vivir correctamente. Debe enseñarnos la doctrina católica que es bastante extensa y tiene explicaciones para todos”, y lo exhortaba a que “actúe con el mismo empeño doctrinal apostólico con que actuaron los primeros cristianos y eso demostrará que no hay tiempo para los otros temas”; y sarcásticamente sentenció “¡Zapatero a tus zapatos!” (Diario La República 22-6-96).
En estos últimos años, se viene escuchando en nuestro medio frases alusivas a una “Iglesia de sacristía”, cuyos presbíteros se dediquen únicamente a lo falsamente entendido como “lo espiritual”. En el tema sobre moral sexual cristiana, ya por el año 1995, el señor Carlos Orellana, en su artículo “Qué saben los curas de estas cosas”, afirmaba: “Nada hay más gracioso que un cura dando consejos sobre planificación familiar. Quien ha escogido el camino del celibato y la castidad, además de no saber qué es la paternidad, tampoco puede erigirse en autoridad en temas sexuales” (Diario El Peruano 3-8-95).

Recientemente, en su programa Diálogos de Fe, del sábado 05 de abril (RPP – 2014), el Cardenal de Lima respondió a quienes criticaron su planteamiento de realizar un referéndum sobre la “unión civil” y el aborto terapéutico. Monseñor Cipriani defendió el derecho de la Iglesia de expresar su punto de vista. “He escuchado un griterío para decir que la Iglesia no hable, y es un error muy grande (…) Hoy hay una tendencia al ‘laicismo’, de decirle a la Iglesia que no intervenga en asuntos relativos a la vida y comportamiento de los ciudadanos. Pero además (me dicen) “no quiero que hable. En nombre de la tolerancia, cállese la boca. Ni Cantinflas en una buena película hubiera hecho una afirmación igual”, indicó.

No está demás tomar en cuenta que la posición que la Iglesia tiene ante el tema de la homosexualidad ya ha sido expresado a través de la carta “Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la Atención Pastoral a las Personas Homosexuales” emitido por la Congregación para la Doctrina de la Fe cuyo prefecto en 1986 era el Cardenal Joseph Ratzinger que luego sería el Papa Bendicto XVI y aprobada por el Papa Juan Pablo II.

Desgraciadamente hay mucha gente, que tergiversan las palabras y las acciones de nuestros pastores, ya sea o por ignorancia o por mala intención. A propósito recuerdo haber leído alguna vez lo que dijo el que fuera Arzobispo de Río, Mons. Helder Cámara: “Cuando alimento a los hambrientos me dicen que soy un santo, cuando pregunto por qué están hambrientos me llaman comunista”.

En los primeros siglos del cristianismo, los Padres de la Iglesia afrontaron diversas dificultades de índole social, ante las cuales no dejaron de pronunciar su mensaje de condena sin atenuantes ante la inhumanidad y la falta de misericordia. Así tenemos a San Basilio, San Juan Crisóstomo y San Ambrosio. Este último, Obispo de Milán, fue un gran apóstol social cuya doctrina, con rigor de jurista y severidad de moralista, acusa los daños del dinero egoísta y los excesos de la propiedad. Vio el crecimiento económico de su sociedad pero en ambientes reducidos; afirmó que ella (la búsqueda del crecimiento económico) no puede ser la única norma por la cual regirse, cuando va en detrimento de las mayorías y desconoce los derechos de los otros. Proclama, una verdadera denuncia de las desigualdades existentes entre los hombres (Cf. Sobre Nabot, PL 14, 767.783.787. En Teología Patrística II [s.IV-V] Prof. Gregorio Pérez,o.f.m. Ed. Facultad de Teología Pontificia y Civil de Lima).
Así como él, otros santos Padres de la Iglesia, se pronunciaron sobre los problemas sociales. Algunos argüirán diciendo, que aquella era una situación de cristiandad y por lo tanto, el Obispo o cualquier presbítero podría entrometerse. De ser así, tendríamos que fijarnos si pasada tal época, hubo otras en que a imitación de los Padres de la Iglesia haya habido alguno que denunciara tal situación.

Todos recordamos el episodio del s.XVI, cuando fray Antonio de Montesinos, en la isla La Española, dirigió a los colonizadores un sermón en el que protestaba enérgicamente por el abuso cometido por ellos, en contra de los naturales de aquellos lugares. Los términos usados en aquel discurso apuntaban en forma directa a las faltas en sí, y es más, a ello se sumó, como medida radical, el negar la absolución en confesión a quienes continuaran cometiendo tales abusos e injusticias. Por esta época el Obispo Bartolomé de Las Casas también tuvo su participación en la denuncia de estas injusticias. Todavía eran tiempos de cristiandad, pero las circunstancias eran otras. En esa ocasión los frailes tenían la alternativa: o se adherían al sistema que convenía a los colonos, o iban en contra denunciando tales atropellos. Al elegir la segunda proposición, se ganaron de los gobernantes tremendos problemas, y los comerciantes les negaron venderles sus productos de panllevar y hasta sufrieron persecuciones y acusaciones.

Como estos ejemplos, podríamos citar otros más en el trascurso de la historia de la Iglesia. Papas, Obispos, Doctores, Santos, Evangelizadores: todos han tenido una gran inquietud por los pobres, los enfermos, los débiles, los oprimidos, en una palabra por los que tenían necesidad, no sólo espiritual sino también material y social.

Ya en este siglo, podemos citar el Concilio Vaticano II, que mediante su constitución pastoral Gaudium et spes, afirma: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos. La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia” (GS, 1).
No ha faltado quienes al ver la situación social real del medio, se han sentido compelidos y por consiguiente se han pronunciado sobre ella. Este sentir se acentuó a fines de los 60′ e inicios de los 70′. El Papa Pablo VI, captó estas necesidades; de ahí sus documentos “Populorum progressio” y “Octogesima adveniens”. Muchos católicos, al ver que algunas ideologías servían para dirigir sus inquietudes sociales, se adhirieron a ellas, llevándoles a optar por sobre el Evangelio, “sacando al Cristo de la Cruz”, y poniendo en su lugar la doctrina que proponía la ideología. Es así que el Papa (en la carta apostólica Octogesima adveniens de 1971) propuso el papel que le corresponde a las comunidades cristianas (pues, frente a situaciones tan diversas, es difícil pronunciar una palabra única, como también proponer una solución con valor universal), que a la vez será punto de referencia al proceder de la Iglesia misma: Analizar las situaciones concretas; Esclarecerlas mediante la luz del Evangelio; Discernir con ayuda del Espíritu Santo, en comunión con la Iglesia y demás cristianos y hombres de buena voluntad la exigencia y formas de compromiso y acción (Cf.OA,4).

Con ello, Pablo VI dio los principios por los cuales el fiel católico tenía luz verde para actuar en la política, participando de este modo en la construcción del tejido social, dentro del cual el hombre pueda crear nuevos modos de relaciones, y hacer sentir una aplicación original de la justicia social, y así, sin esperar pasivamente consignas y directrices, mediante sus iniciativas, penetrar del espíritu cristiano la mentalidad y las costumbres, las leyes y las estructuras de su comunidad viva. Y además propone lo que le compete a la jerarquía: “enseñar e interpretar auténticamente los principios morales que hay que seguir en este campo” (Cf.OA,48-49).
El Papa Juan Pablo II, retomando el sentido que dio Pablo VI a esta cuestión, yendo más a fondo, afirma entonces que a la Iglesia (todos los que la componen), le corresponde pronunciarse sobre la naturaleza, condiciones, exigencias y finalidades del verdadero desarrollo y sobre los obstáculos que se oponen a él. Al hacerlo así, cumple su misión evangelizadora, ya que da su primera contribución a la solución del problema urgente del desarrollo cuando proclama la verdad sobre Cristo, sobre sí misma y sobre el hombre, aplicándola a una situación concreta (Cf.SRS,41). Y esto es porque cada persona, precisamente en virtud del misterio del Verbo de Dios hecho carne, es confiada a la solicitud materna de la Iglesia. Por eso, toda amenaza a la dignidad y a la vida del hombre repercute en el corazón mismo de la Iglesia, afecta el núcleo de su fe en la encarnación redentora del Hijo de Dios, la compromete en su misión de anunciar el Evangelio de la vida por todo el mundo y a cada criatura (Cf.EV,3).

n consecuencia, con el Obispo Emérito del Callao, Monseñor Irízar, decimos: “Las necesidades y las aspiraciones del pueblo también son las de la Iglesia, aunque la solución a sus problemas corresponda a diferentes actores en la sociedad… Los sacerdotes tenemos el privilegio de estar muy cerca de nuestro pueblo y ellos recurren a nosotros porque nos tienen confianza” (Diario La República, 26-6-96).
Además, téngase en cuenta que lo nuestro no va meramente por un denunciar sin más. Nuestro hermano Timothy Radcliffe, Ex-Maestro de la Orden de Predicadores, nos narra su experiencia que, nos podría ayudar a entender lo que quiero decir: “cuando estaba en Inglaterra, una de las prioridades de mi vida era trabajar por la paz. Durante años hice campaña contra la posesión de armas nucleares, contra la acción militar en las islas Falklands (o Malvinas como dicen ustedes), contra la guerra en el golfo. Prediqué, asistí a manifestaciones, firmé peticiones, etc. Pero en realidad no había visto aún nunca la guerra. Hace un mes estaba en Rwanda. Y el Vicario del Vicariato, Yvon Pomerleau, me invitó a ir un día al norte del país, que estaba en guerra, para ver el trabajo de nuestras hermanas dominicas. Trabajan con los refugiados dispersos a causa de la guerra, con los heridos, con los presos. El día que fuimos había violentas manifestaciones contra el gobierno. Ese día murieron 300 personas, se nos dijo que debíamos quedarnos en el convento, pero nosotros queríamos al menos intentar visitar a las hermanas.

Tuvimos que abrirnos camino en medio de demostraciones de gente encolerizada, armados con lanzas y pangas (espadas). Finalmente llegamos hasta la zona que estaba en guerra y visitamos un campo de 35000 refugiados. Nunca había visto cosa parecida. Mil personas haciendo cola para una sopa. En el centro médico vimos a madres intentando persuadir a sus hijos para que comieran. Y el médico nos explicó que casi todos esos niños morirían; habían dejado de comer, no querían ya vivir. Pero allí estaban las hermanas, día tras día, haciendo todo lo que podían. Cuando fuimos al hospital, vimos que estaba lleno de jóvenes y niños sin brazos ni piernas y sin un ojo, con la mirada completamente perdida. Y allí estaba su padre, detrás de él, en silencio e impasible, sin saber qué hacer ni qué decir. Salí afuera y lloré. Hasta entonces no sabía lo que era la guerra. Pero allí estaban las hermanas. Fuimos a la prisión y hablamos con los presos que nos contaron sus sufrimientos y nos dijeron lo mucho que querían a las hermanas. Después de todo esto volvimos a la casa de las hermanas. Nadie hablaba )Qué podíamos decir? Hicimos lo único que era posible: celebrar juntos la Eucaristía. Recordamos el sufirmiento y la muerte de Cristo. Quizá a veces es conveniente que nos veamos reducidos al silencio hasta que podamos hablar de nuevo. En mi vida hablé mucho de la paz, pero ahora me doy cuenta de que vi, por primera vez, lo que podía significar tener hambre y sed de paz. El compromiso por la justicia, estar en favor de los pobres, por ejemplo es una prioridad de la Orden. )Cómo debemos vivir para que nuestras palabras tengan autoridad? (Cf. Discurso “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”, del M.O. a la Familia Dominicana de España. Caleruega 5-7 de Marzo de 1993. En Boletín de la Familia Dominicana n.5 año 1 Marzo-Abril 1993).

Queda en nosotros seguir preparándonos mejor de manera integral, y centrar nuestra vida con radicalidad en torno a la Eucaristía, al Cristo Resucitado, al Señor de la Vida, para así responder con altura y sin miedo ante los retos del mundo.

Fr. Carlos Raúl Sánchez Ortiz, O.P.