El primer día del año, en la octava de Navidad, la Santa Iglesia conmemora la fiesta litúrgica de María Santísima, Madre de Dios, para reafirmar la legitimidad de aquel supremo título.

En el siglo V, el hereje Nestorio se atrevió a decir que María no era Madre de Dios (Theotokos), sino apenas Cristotokos (madre de Cristo, persona humana). Debido a esa injuria, los católicos del mundo entero protestaron y pidieron una reparación. Obispos de diversos países se reunieron en concilio en la ciudad de Éfeso el año 431, condenando las ideas del impío Nestorio. Declararon entonces solemnemente este punto central del misterio de la Encarnación:

“La Virgen María es Madre de Dios, porque su Hijo, Cristo, es Dios”. Acompañados por toda una multitud de la ciudad, que los rodeaba llevando antorchas encendidas, hicieron una gran procesión cantando: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén” — jaculatoria que fue añadida por la Iglesia en la oración del “Avemaría”.

Al Perú le cabe la honra de haber designado al departamento selvático de Madre de Dios, con ese piadoso y categórico nombre.