‘Valientes para matar, cobardes para morir’

En una cárcel peruana, a fines de los noventa, ese coro se oía fuerte, nítido. Gritos de reproche de unos presos a terroristas recién llegados. Gritos que hieren   profundidades del amor propio y que punzan la llaga de esa “valentía” para segar vidas y que escasea al enfrentar las consecuencias de sus crímenes. Triste realidad.

Me acordaba de ese suceso, al contemplar -con dolor y amargura- la forma tan  cobarde e impune como hoy se insulta a Dios y se hace burla de lo más sagrado que tenemos los católicos. No hay semana que no se cometan auténticas tropelías -bien planeadas-, justificadas como muestras de arte, democracia, libertad de expresión, etc. No se trata de ladrones profanadores sino de sacrílegos odiadores. En naciones hispano parlantes, España y Argentina tienen -en mi opinión- el oro y la plata bien ganados, con el bronce corriendo a mucha distancia.

En Argentina, con cierta frecuencia, amanece un templo incendiado; un sagrario violentado con las hostias consagradas desparramadas en el piso; altar e imágenes pintarrajeados con insultos; etc. Una vez al año, un templo distinto es asaltado por una horda de feminazis y defendido por los mismos feligreses, sin responder los ataques -incluso físicos- y sin más armas que el Rosario. No por discapacitados o cobardes -faltaría más-, sino para evitar violencias mayores; por cristianos. Un hecho aislado sucedió hace unos días en Ecuador, que el pueblo quiso reparar con una Misa de desagravio. El envejecido homosexual Miguel Bosé -artística y físicamente venido a menos- quiso ocultar sus limitaciones colocando en el escenario una imagen de la Virgen con el Niño, pero poniéndose él en lugar de Ella.

España atraviesa una crisis social, económica, política y moral desde hace unos 30 años; acompañada -y quizá sea la causa fundamental- de uno de los laicismos más agresivos del mundo, de aquellos que quieren borrar toda huella de Dios en la  sociedad. Los actos sacrílegos son muy frecuentes. Obviamente no se meten con los musulmanes ni con los protestantes. La furia es contra la Iglesia Católica. De los más recientes, mencionaré una muestra obscena de “arte”, hecha con 280 hostias consagradas, robadas por el “artista”. La exposición -avalada por las autoridades de Pamplona y en local del ayuntamiento- duró varias semanas, no obstante las protestas de miles de ciudadanos católicos, impotentes ante tal atropello. En Barcelona, el 15 de febrero, una “poeta” recitó un Padrenuestro parafraseado y blasfemo, lleno de bajezas e injurias. Era la premiación Ciutat de Barcelona. La alcaldesa Ana Colau parecía divertirse con la blasfemia, que agraviaba también a millones de cristianos. Sonriente y agradecida, al final de la ceremonia dijo que necesitamos “dejar de lado los prejuicios y que fluyan las ideas y las emociones”. No importa que sea a costa de lo más amado y sagrado para los católicos. Es justo lo que buscan. (Continuará).

Edwin Heredia Rojas