XIV Domingo del tiempo ordinario: La fuerza de los débiles

Hay profetas hoy como ayer.

La Iglesia de Jesús (y también otros grupos de buena voluntad) tienen profetas que gritan hoy:

¡No a la muerte, no al odio, no a la eutanasia, no al terrorismo…!

A un profeta lo que le importa es ser fiel a Dios y cumplir la misión que le confió en el bautismo, al ser configurado con Cristo profeta.

El resultado depende de quien recibe el mensaje y Dios mismo respeta su libertad.

Ezequiel nos da una lección importante para todos los que piden libertad para sus aberraciones y al mismo tiempo no permiten libertad para los que quieren ofrecerles la felicidad.

“Hijo de Adán yo te envío a los israelitas, a un pueblo rebelde que se ha rebelado contra mí. Sus padres y ellos me han ofendido hasta el presente día. También los hijos son testarudos y obstinados; a ellos te envío para que les digas: esto dice el Señor”.

Fíjense bien a quiénes envía Dios al profeta. Es un pueblo testarudo. Harán caso o no:

“Ellos, te hagan caso o no te hagan caso, pues son un pueblo rebelde, sabrán que hubo un profeta en medio de ellos”.

El pensamiento está claro: todos esos que matan la vida y sacrifican a sus hermanos se perderán.

Dios se lo avisa por medio de los profetas y mártires de hoy.

Por otra parte, sabemos que el gran profeta que representa Ezequiel es Jesús.

El versículo aleluyático nos dirá las palabras que Él mismo pronunció en la sinagoga de Nazaret:

“El Espíritu del Señor está sobre mí; me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres”.

Las pruebas de la vida son para nuestra santificación.

Pablo cuenta su experiencia:

“Para que no tenga soberbia, me han metido una espina en la carne: un ángel de satanás que me apalea para que no sea soberbio”.

Nosotros sufrimos cada uno distintas pruebas y tentaciones.

Podemos decir que la tentación es nuestra debilidad y nos enseña a acudir a Dios. Pablo lo hizo así:

“Tres veces he pedido al Señor verme libre de él (el ángel de satanás) y me ha respondido: “Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad”.

El apóstol lo entendió y nos comparte la conclusión que sacó para su propia vida. Ahora “muy a gusto presumo de mis debilidades porque así residirá en mí la fuerza de Cristo”.

A Pablo solo le importa Jesucristo. Como vemos en sus cartas Jesús es su vida y su todo.

Pablo no vivía amargado como muchos de nosotros.

Él pasó pruebas mucho peores, como leímos hace pocos días, y a pesar de todo nos dice:

“Vivo contento en medio de mis debilidades, de los insultos, las privaciones, las persecuciones y dificultades sufridas por Cristo”.

Pidamos hoy a Pablo que interceda por nosotros para que podamos entender y sacar la misma conclusión que él sacó:

“Cuando soy débil, entonces soy fuerte”.

El Evangelio nos lleva a Nazaret.

Jesús “va en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado empezó a enseñar en la sinagoga”.

La gente escuchaba admirada y se preguntaban: “¿De dónde saca todo eso?”. “¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado?”. “¿Y esos milagros de sus manos?”. “¿No es este el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón?”

(Ya sabemos de sobra que “hermano” en el contexto significa “pariente”, entre otras cosas porque ya conocemos a la madre -diferente de María-  de algunos de estos “hermanos”).

Por lo visto no se trataba solo de admiración sino, como contará San Lucas en el capítulo cuatro, ese encuentro de la sinagoga terminó muy mal porque quisieron apedrearlo y tuvo que escaparse.

Marcos, a su vez, dice que Jesús se fue admirado porque en su pueblo “no pudo hacer milagros y solo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe”.

También entre nosotros pasa algo similar, porque no faltan ambientes y familias donde no se acepta que un paisano o familiar pueda, autorizadamente, dar consejos y enseñanzas. Y a veces dirigir la oración y explicar la Palabra de Dios.

Esto mismo es lo que Jesús advierte:

“No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa”.

En este mundo de confusión en que por todas partes nos presionan para que actuemos contra la naturaleza y contra la ley de Dios, es preciso que surjan los profetas que vivan y enseñen el camino de salvación para todos.

Con el salmo responsorial fijemos nuestros ojos en el Señor y pidamos la misericordia que necesitamos para superar las dificultades de la vida:

“Nuestros ojos están fijos en el Señor esperando su  misericordia”.

José Ignacio Alemany Grau, obispo