XXII Domingo del tiempo ordinario: “¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores”?

Volvemos hoy al Evangelio de Marcos y nos encontramos con un texto aparentemente superado, pero que nos da ciertos criterios para discernir sobre nuestro ser de cristianos. Todo comienza con el simple gesto de lavarse las manos antes de comer, la cuestión no está aquí, sino en la pregunta que los fariseos hacen a Jesús: “¿Por qué  comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores?”. Esta tradición no la explica Marcos en el mismo relato, tenían unas normas minuciosas elaboradas por los grandes escribas, consideradas tan importantes como los Diez Mandamientos o la Ley atribuida a Moisés.

Parece ser que en todas las religiones se produce este fenómeno, en un primer momento el acento se pone en lo interno y no en la organización. Pero después los organizadores, insisten en la importancia del culto y las normas que ellos mismos elaboran. Finalmente se cae en una religión puramente cultual y en el cumplimiento de ciertas normas llamadas “morales”, que poco tienen que ver con la esencia de lo que comenzó como una experiencia personal.

La pregunta es: ¿si no sucede hoy lo mismo? El Evangelio norma de la conducta cristiana, ha sido sustituido en ocasiones por normas de los hombres que atentan muchas veces contra el mismo Evangelio. El mismo hecho de imponer normas de arriba hacia abajo, parece ser antievangélico, podríamos poner muchos ejemplos: la moral y el perdón, el bautismo que es un proceso de conversión y lo ofrecemos a todos, la Eucaristía que no es una obligación, la autoridad que es servicio y no distinción, las leyes eclesiásticas… Los casos pueden multiplicarse y hablar de los divorciados, las madres solteras, los homosexuales… y también discutirse, pero podemos seguir preguntándonos: ¿si nuestras normas tienen que ver con el Evangelio? No faltaran buenas explicaciones.

Por eso la respuesta de Jesús es contundente: “Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: Este  pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos. Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a las tradiciones de los hombres”. Aquí radica la distinción entre la falsa y la verdadera fe, en poner el corazón, en no querer mirar más a las manos sucias que al corazón limpio.

El culto que Dios quiere es, en palabras de Santiago: “visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones”, escuchar la voz de los pobres, los pequeños y necesitados. Antes fueron la Ley y los profetas, ahora es el Reino de Dios. Ellos son la norma principal como se no dice en la primera lectura: “Escucha, Israel, los mandatos y decretos que yo os mando cumplir”. Jesús para finalizar nos recuerda, que las cosas exteriores no nos hacen ni buenos ni malos, lo bueno y lo malo nace del interior de uno mismo. Lo que sale de nosotros, lo que es fruto de un acto libre y responsable, eso sí es importante. ¿Qué es lo que nos sale de dentro?, escucha, el Reino está dentro de nosotros y el Reino no es norma, es un acto de amor.

Cuando reina una religiosidad infantil atenta a lo mandado o prohibido, a lo que es pecado o virtud, entonces la religión deja de ser fuente de alegría y liberación. Y cuando la fe no produce alegría interior, paz interior, liberación, tengamos la plena seguridad de que no es de Dios, ni viene de Dios, ni llega a Dios. Es la experiencia que tuvo la samaritana, la adultera, Zaqueo, el buen ladrón, los mismos apóstoles…

Lo más importante lo llevamos cada uno en nuestro corazón, por eso hay que tener cuidado con lo que metemos en él. Las leyes y las normas han de estar puestas siempre al servicio del desarrollo de las personas.