XXV Domingo del tiempo ordinario: “Siervos y no caudillos”

El mundo de hoy, y de siempre, es como un campo de batalla entre el bien y el mal, los justos y los pecadores.
La bondad del justo, su paciencia y fidelidad exaspera a los “malvados”. No los pueden soportar y de una manera irracional buscan acabar con ellos. ¿Por qué?
Nos lo dice hoy el libro de la Sabiduría. Examinemos:
Pero vengarse de qué: “Acechemos al justo que nos resulta incómodo: se opone a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados, nos reprende nuestra educación errada. Veamos si sus palabras son verdaderas”.
Y todavía burlándose de que Dios lo va a auxiliar continúa: “Lo someteremos a la prueba de la afrenta y la tortura para comprobar su moderación y apreciar su paciencia; lo condenaremos a muerte ignominiosa, pues dice que hay quien se ocupa de él”.
Así actuaron los malvados con los profetas, con el Siervo del Señor, como recordamos el domingo anterior y con la Iglesia a través de los siglos, como lo vemos en nuestros días.

¿Has pensado cuál es el daño que hace la Iglesia a quienes la persiguen de tantas formas e incluso hasta con los ejércitos?
La Escritura nos invita a la esperanza porque Dios no abandona a los suyos. Leamos:
“Los malvados desconocen los misterios de Dios, no esperan el premio de la santidad, ni creen en la recompensa de una vida intachable” (Sb 2,22).
Precisamente porque esto es así, los justos mueren confiando en Dios y perdonando a los malvados:
– “Padre, perdónalos… en tus manos encomiendo mi espíritu”.
– “¡Viva Cristo Rey!”
– “¡Jesús, ayúdanos!”
El salmo 53 es la oración de los perseguidos ayer y hoy.
Recémoslo en nombre propio y de nuestros hermanos perseguidos:
“Oh Dios, sálvame por tu nombre, sal por mí con tu poder.
Oh Dios, escucha mi súplica, atiende a mis palabras.

Porque unos insolentes se alzan contra mí y hombres violentos me persiguen a muerte, sin tener presente a Dios”.
Por encima de todo, está la invitación a la confianza: Dios es mi auxilio, el Señor sostiene mi vida.
Santiago, por su parte, nos presenta cómo es la sabiduría de justos y malvados.

Podemos pensar que la sabiduría de los apóstoles antes de Pentecostés era la de los versículos 14 y 15:
“Si en vuestro corazón tenéis envidia amarga y rivalidad… ésa no es la sabiduría que baja de lo alto sino la terrena, animal y diabólica”.
Por eso discutían en el camino sobre quién sería el más importante, como veremos en el Evangelio.

La sabiduría de Jesús y de los suyos, en cambio, “es pura… es amante de la paz, comprensiva, dócil, llena de misericordia y buenas obras, constante, sincera”.
Santiago continúa describiendo la lucha en que viven los malvados.
El próximo domingo nos dará una lección más fuerte.
Recemos para que Dios nos ayude a descubrir que no vale la pena ser caudillos porque, a la larga, triunfan los sencillos y los humildes.
Pero recemos bien para que no nos suceda lo que dice Santiago:
“No tenéis porque no pedís. Pedís y no recibís, porque pedís mal para dar satisfacción a vuestras pasiones”.
El Evangelio de Marcos nos presenta el segundo anuncio de la pasión de Jesús. Veamos unos detalles:
* “Jesús iba instruyendo a sus discípulos”: Eran los tiempos lindos de aquella primera y única comunidad que formó Jesús.
* Les decía:
“El hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres y lo matarán; y después de muerto, a los tres días, resucitará”.
Otra vez les repite que Él ha escogido el camino del Siervo del Señor para redimirnos.

* Los apóstoles no entienden. No pueden entender porque ellos llevan en la cabeza y en el corazón la imagen del Mesías, caudillo y libertador, tal como pensaban entonces los judíos…
Lógicamente lo que iban hablando por el camino era qué puesto tendría cada uno en ese “imperio”.
* Jesús les explica que para Él no hay más que un camino frente al orgullo y al poder que es la sencillez y humildad del niño que se fía de su padre.

* “Y acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo:
El que acoge a un niño como este en mi nombre me acoge a mí… y al que me ha enviado”.
Si quieres ser fuerte, amigo, adopta la debilidad del niño para tener la fortaleza de Dios.

José Ignacio Alemany Grau, obispo