XXVIII Domingo del tiempo ordinario: “La sabiduría nos habla en Jesucristo”

La lectura del libro de la Sabiduría viene después de un versículo interesante que dice así:
“La entrada y la salida de la vida son iguales para todos” (Sb 7,6).
Un pensamiento para ser meditado.
Para centrar la reflexión del día de hoy es bueno recordar el sueño de Salomón en que el Señor le dice “pídeme lo que deseas que te dé”.
Lo que pide el gran rey está resumido en su pedido de prudencia y sabiduría que es lo que hoy leemos.
“Supliqué y se me concedió la prudencia, invoqué y vino a mí el espíritu de sabiduría”.
A continuación viene una hermosa alabanza a la Sabiduría que dentro de la tradición cristiana podemos entender que está referida a la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Verbo, la Sabiduría de Dios.

Desde esta referencia entendemos mucho mejor el resto de la lectura.
“La preferí a cetros y tronos, y, en su comparación, tuve en nada la riqueza. No le equiparé la piedra más preciosa, porque todo el oro a su lado es un poco de arena y junto a ella la plata vale lo que el barro. La quise más que la salud, la belleza… Con ella me vinieron todos los bienes juntos”.
Será bueno que nos preguntemos a nosotros mismos qué es lo que pedimos cuando hacemos nuestra oración a Dios.
Todo es importante, pero adquirir la Sabiduría de Dios es lo más importante.
El salmo (89) responsorial es una súplica para ser liberado de los males de la vida.
Se trata de pedidos al estilo de Salomón.
“Sácianos de tu misericordia Señor. Danos alegría por los días en que nos afligiste, por los años en que sufrimos desdichas. Que baje a nosotros la bondad del Señor. Haga prósperas las obras de nuestras manos”.
La carta a los Hebreos habla de las maravillas que encierra la Palabra de Dios que, como hemos dicho antes, es la misma Sabiduría.
De ella nos dice que “es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo”, que habló por los profetas y últimamente por Cristo.
Penetra en nuestro corazón, nos juzga, nada se le oculta. Todo está patente y descubierto a los ojos de aquel que nos ha de juzgar: “Los ojos de aquel a quien hemos de rendir cuentas”.

Esto de la palabra, como espada de doble filo, solemos entenderlo en el sentido de que, quien la predica, siente que él mismo es el primero en ser juzgado por ella.
¿Qué haces tú, amigo, con la Palabra de Dios? ¿La lees? ¿La meditas? ¿La vives? ¿La transmites?
El Evangelio de San Marcos nos dice:
“Cuando salía Jesús al camino se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó…”
(Medita cómo llega este hombre con tanta ilusión y cómo terminó el relato. Parece que echó su juventud a los pies de Jesús y le dijo:)
“Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?”
Aunque no nos parezca, es esta una de las preguntas más importantes que debemos hacernos todos a nosotros mismos y a las personas que nos ayudan espiritualmente.
“Jesús le dice: Ya sabes los mandamientos” y se los resume: “No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre”.
El joven con toda sencillez le contesta:
“Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño”.
Y ahora viene una escena que es una belleza y un agridulce.
“Jesús se le quedó mirando con cariño”.
Y le explica que le falta hacer una cosa si quiere llegar a la perfección.
“Anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo y luego sígueme”.
La reacción del muchacho cambió totalmente la escena:
“Frunció el ceño y marchó pesaroso porque era muy rico”.
¡Qué duro debe ser sentir tan cerca a Jesús, ver la oferta de seguirle, ver los ojos amorosos del Señor y… marcharse triste!
En una segunda escena San Marcos nos presenta la actitud de los apóstoles que no acaban esta exigencia de Jesús, ya que en el Antiguo Testamento las riquezas eran una señal de la bendición de Dios.

Espantados preguntan al Maestro: si un rico no puede salvarse “¿quién puede salvarse?”
Jesús contesta: “esto es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo”.
Pedro aprovecha la oportunidad: “nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido”.
La respuesta del Señor es muy generosa. Te invito a que la leas.
Amigos, hagamos negocios con los bienes materiales para conseguir los eternos y entonces sí seremos verdaderamente inteligentes.

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Un minuto para enriquecer tu formación:
*Respondiendo a la inquietud del domingo pasado:
“Abandonará el varón a su padre y a su madre…” indica un mandato que exige el matrimonio.
Decir “abandona”, es justificar el hecho de que ya se está cumpliendo este mandato.
*Para este día te invito a leer el primer libro de Reyes, capítulo 3, para que conozcas el sueño de Salomón.
*Sí será bueno que veas la diferencia de la respuesta de Jesús a Pedro comparando: Mc 10, 30 con Mt 19,29.

José Ignacio Alemany Grau, obispo