XXXIII Domingo del tiempo ordinario: ¿A qué hora se acabará el mundo?

Solo falta el domingo de Cristo Rey para terminar el año litúrgico.

Por eso la Iglesia nos invita a reflexionar sobre el final de los tiempos. Y esto tanto a nivel personal como al de toda la humanidad.
Esto es precisamente lo que nos dice el verso aleluyático:
“Estad siempre despiertos pidiendo fuerza para manteneros en pie ante el Hijo del hombre”.
Antes de seguir adelante pensemos que hay una invitación a la vigilancia que es una de las virtudes que más necesitamos.
Jesús mismo nos ha dicho:
“Vigilad y orad para no caer en la tentación”.

En cuanto a las lecturas de hoy, traen una invitación más o menos clara, para que tomemos en serio nuestro futuro después de la muerte.
Aunque nos gusta a todos conocer con claridad lo que sucederá, el género literario que utiliza la liturgia en este día se llama “género apocalíptico”, que no es fácil concretar.

El profeta Daniel comienza el párrafo de hoy hablando de Miguel, nombre que significa “quién como Dios”.
El profeta dice que este arcángel se preocupa del pueblo del Señor.
Y añade: “Serán tiempos difíciles como no los ha habido desde que hubo naciones hasta ahora”.
Precisamente en esa situación es cuando se habla muy claramente de la resurrección, aunque estamos todavía en el Antiguo Testamento:
“Muchos de los que duermen en el polvo despertarán: unos para vida eterna, otros para ignominia perpetua”.
A continuación nos hace una comparación de la belleza de los elegidos, a los que llama sabios:
“Los sabios brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a muchos la justicia, (brillarán) como las estrellas por toda la eternidad”.
Es bueno que recordemos también otro pasaje del Antiguo Testamento que nos habla claramente de la resurrección (2M 7,14):
“Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se tiene la esperanza de que Dios mismo nos resucitará. Tú, en cambio, no resucitarás para la vida”.

Esto es lo que dijo el tercer mártir de la familia de los macabeos al tirano.
En cuanto a la segunda lectura, hoy concluimos con el último párrafo de la carta a los Hebreos que nos presenta la liturgia en los últimos domingos.
Es un párrafo sencillo que te invito a leer y meditar.
Primero habla, una vez más, de los sacerdotes del Antiguo Testamento:
“Cualquier otro sacerdote ejerce su ministerio, diariamente, ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, porque de ningún modo pueden borrar los pecados”.

En cambio, oímos en este día la grandeza del sacerdocio de Cristo:
“Cristo ofreció por los pecados, para siempre jamás, un solo sacrificio; está sentado a la derecha de Dios y espera el tiempo que falta hasta que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies”.
Es decir, que debemos amar y admirar a Jesús porque “con una sola ofrenda (la del Calvario) ha perfeccionado para siempre a los que van siendo consagrados”.
El salmo responsorial (15) nos pide que cuando pensemos en el futuro mejor, tengamos presente que la herencia mejor para toda la eternidad es Dios:
“El Señor es el lote de mi heredad y mi copa, mi suerte está en tu mano… por eso se me alegra el corazón… porque no me entregarás a la muerte ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción”.
Que este salmo nos llene de esperanza en la fidelidad de Dios y nos permita repetir con alegría las palabras del salmista:
“Me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha”.
Y cuando repitamos la antífona del salmo será bueno que le digamos a Dios, con sinceridad, con mucha fe y esperanza:
“Protégeme Dios mío que me refugio en ti”.
En cuanto al Evangelio refiriéndose a la pregunta que todo ser humano lleva a flor de labios, Jesús, como quitándole importancia, dice simplemente:
“En aquellos días”.
¿Y qué sucederá entonces?
Siguiendo el mismo género literario de Daniel nos habla de “después de esa gran angustia el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán”.
Si quieres saber a qué se refiere esa “angustia” la respuesta la puedes encontrar en los versículos anteriores de este capítulo trece de San Marcos.
El profeta Daniel nos recordaba que el Hijo del hombre sube al cielo en una nube hasta “llegar al anciano”, ahora San Marcos lo hace bajar del cielo de una manera similar, entre nubes, “con el poder recibido de Dios”.
Y entonces “enviará a los ángeles para reunir a los elegidos…”

Aludiendo a la parábola de la higuera nos pide que cuando “veáis suceder esto, sabed que Él está cerca, a la puerta”.
Finalmente, como respondiendo a una pregunta que varias veces le hicieron sus mismos discípulos, Jesús completa:
“En cuanto al día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, solo el Padre”.
Quizá te extrañe que diga Jesús que el Hijo no lo sabe. La verdad es que Jesucristo, como Dios lo sabía todo, pero como hombre debía atenerse a decir lo que había determinado la voluntad del Padre.

La intención de Jesús es que estemos siempre bien preparados y no nos importará el momento exacto que sabemos será una gozada.

José Ignacio Alemany Grau, obispo