Perú Católico, líder en noticias rumbo al Bicentenario de la Independencia. Este artículo es escrito por el Doctor e Historiador José Antonio Benito.

Manuelita Sáenz -compañera de Bolívar- libertadora del Libertador, va cobrando su auténtico rostro y rol a medida que se avanza en la investigación histórica. A pesar de ser uno de los personajes más novelados y hasta llevados al teatro y cine, todavía pesa la imagen unilateral de ser una de las amantes de Bolívar.

Al visitar la “Casa Museo Manuela Sáenz” de Pueblo Libre, uno siente su presencia y nota la fuerza histórica de una de las protagonistas de la Independencia de América y que puede aleccionarnos en el Bicentenario. La Casa pretende guardar su memoria, brindando un acogedor lugar histórico donde todavía se notan los ambientes de inicio de república gracias a la iniciativa de don José Zumaita Cevallos, director, quien la ha puesto en valor y, gracias a imágenes y textos, recuerda la heroína y permite el uso de su morada para importantes eventos culturales. Gracias a las nuevas semblanzas, especialmente la de Carlos Álvarez Saá a través de Los diarios perdidos de Manuela Sáenz y otros papeles, podemos valorar de modo más integral su vida y misión.

Manuela Sáenz nació el 27 de diciembre de 1795 en Quito, hija ilegítima del burgalés Simón Sáenz, funcionario de la Real Audiencia de Quito, y la joven quiteña Joaquina Aizpuru, quien muere al mes de dar a luz. Por esta razón, fue criada y educada en el Monasterio de las Monjas Conceptas de Quito por la Madre Josefa del Santísimo Sacramento. Cuatro años después, la llevan a su casa, donde Manuela se gana el cariño de su madrastra, a quien llama «mamacita», Juana del Campo Larraondo y Valencia, ilustre dama de Popayán, con quien tuvo varios hijos, hermanastros por tanto de Manuela. En la Hacienda Cataguango, propiedad de su tío Domingo Aizpuru, clérigo y cura de Yaruquí , siempre recibirá de ella un trato cariñoso y maternal.  Su padre le obsequia con dos esclavas negras Natán y Jonatás, niñas de su edad, para que jugaran y la cuidaran, iniciándose una amistad de por vida; en la casa paterna nació además un profundo lazo de amor con su hermano de padre, José María Sáenz de Vergara. Se sabe que, por sus talentos y dones especiales, fomentó su interés por la lectura y le enseñó buenas costumbres. Joven hermosa e inteligente, fue lectora de los clásicos griegos y autores franceses; aprendió francés y más tarde inglés. En la tranquila y libre vida de campo se convirtió en una excelente amazona.

Su padre, en el afán de asegurar el futuro de Manuela, concertó por su cuenta su matrimonio con un comerciante inglés, residente en Lima, Jaime Thorne a quien además le entregó 8000 pesos como dote. Por obediencia filial, aceptó la decisión del padre, cuando ella había abrazado ya la causa de la libertad. El matrimonio se efectuó en Lima en 1817. Allí, en contactos con patriotas y gracias a su medio hermano José M. Sáenz, que llegó en el batallón realista Numancia, logró que su hermano con todo el batallón se pasara a las filas rebeldes. Tal acción le valió ser condecorada por el general San Martín, con la Orden del Sol. Fue la época en que Manuela conoce y, por su coincidencia y comunión de ideas libertarias, hace estrecha amistad con Rosa Campuzano, íntima de San Martín. Gracias a esta relación, Manuela se entera de muchas particularidades del carácter y costumbres del Protector, que oportunamente revelará a Bolívar, quien, a su vez, aprovechará esa información para salir airoso en «el asunto de Guayaquil», porque le permitió conocer mejor a su oponente”.

Por aquellos días se concreta la separación de su esposo y marcha a Quito, donde apoyó a la independencia de Ecuador en mayo de 1822. Fue allá, donde Bolívar, después de liberar a Venezuela y Colombia, llegó, triunfante, a Quito en junio de 1822 y donde conoce a Manuela, quien se convirtió en la compañera de luchas, consejera política y amante. Claro que amante muy especial, más allá de los múltiples y fugaces amoríos del Libertador, durante ocho años: desde 1822 hasta 1830, fecha en que muere Bolívar. Como anota Carlos Álvarez Saá: “Ningún detractor ha podido comprobar, que Manuela tuviese un romance y peor un desliz antes de conocer a Bolívar, o mientras mantuvo relaciones afectivas con él. Y aún muerto, ella le fue fiel. Las difamaciones de que fue objeto no pudieron comprobarse, motivadas, como estaban, solo en la envidia o en el odio”. Ella fue la única mujer, que logró ejercer una cierta influencia sobre Bolívar, después de su legítima esposa, María Teresa del Toro y Alaysa, quien falleció cuando él tenía sólo 19 años y ella 22.

El alto parecer que Manuelita tenía de Bolívar está en sus palabras escritas en el Diario de Paita:

Él era un hombre solitario, lleno de pasiones, de ardor, de orgullo, de sensibilidad. Le faltó tranquilidad. La buscaba en mí siempre, porque sabía de la fuerza de mis deseos y de mi amor para con él. Simón sabía que yo le amaba con mi vida misma. Al principio ¡Oh amor deseado… tuve que hacer de mujer, de secretaria, de escribiente, soldado húsar, de espía, de inquisidora como intransigente. Yo meditaba planes. Si, los consultaba con él, casi se los imponía; pero él se dejaba arrebatar de mi locura de amante, y allí quedaba todo. Como soldado húsar fui encargada de manejar y cuidar el archivo y demás documentos de la campaña del Sur. De sus cartas personales y de nuestras cartas apasionadas y bellas. Mi sin par amigo dejó en mi una responsabilidad inmensa que yo, agradecida, cumplí a cabalidad con mi vida misma… Sí, su amor sigue aquí en mi corazón, y mis pensamientos y mi amor por él están con él en la eternidad. Qué señor mío este Simón, para robar todos mis pensamientos, mis deseos, mis pasiones… Lo amé en vida con locura; ahora que está muerto lo respeto y lo venero”.

En octubre de 1823, Manuela Sáenz se domicilia nuevamente en Lima, donde por un tiempo se encargó del archivo personal del Libertador. Hacia 1825,  los dos se reúnen en la quinta «La Magdalena», en Lima, sede del Gobierno y residencia del Libertador. Manuela goza de la gloria y del poder, admirada y mimada por el pueblo. Las reuniones sociales mirada y mimada por el pueblo. Las reuniones sociales eran casi diarias, con gran derroche de alegría y lujo.  Al producirse en Lima, el 25 de enero de 1827, una rebelión contra la Constitución de Bolívar, se instaló un nuevo Gobierno, que la intimó a abandonar el Perú. Varios generales colombianos y venezolanos son tomados presos y Manuela interviene con la intención de defender la estabilidad de la República, pero es detenida y recluida en el Monasterio de las Carmelitas; su inquietud y arrojo la llevan a intentar la evasión, sin lograrlo, por lo que recibe el ultimátum de «… salir inmediatamente del Perú o ser definitivamente confinada en una cárcel…». y fue así, que Manuela Sáenz se vio obligada a trasladarse a Bogotá.

Después sobrevinieron los años trágicos. Se avivó la lucha tenaz del general Santander, contra Bolívar. Manuela con arrojo y valentía salvó a Bolívar de dos atentados y vino la llamada “noche septembrina” -25 de septiembre de 1828- en la que Manuela con inteligencia y valor enfrentó a los militares que llegaron a asesinar a Bolívar. Al siguiente día Bolívar la proclamó “La Libertadora del Libertador”. Bolívar renunció a la presidencia de Colombia y decidió abandonar el país. Enfermo avanzó hasta San Pedro de Alejandrina, cerca del puerto de Cartagena, donde murió en Santa Marta el 17 de diciembre de 1830. A Manuela se le impidió acompañarle.

Después de la muerte de Bolívar y ante el temor del gobierno de que Manuela encabezase la oposición, fue expulsada de Colombia. Más tarde, ya en tierra ecuatoriana, también fue expulsada de Ecuador por iguales temores del gobierno. Cuando le preguntaron sobre su futuro, dijo: “En vida adoré a Bolívar, ahora le venero”.

Frente a las calificaciones de revolucionaria, de mujer liberada, de precursora del feminismo en la América Latina . De un examen detenido de la documentación existente de y sobre esta encantadora dama emerge, sin embargo, una personalidad distinta, con marcados matices religiosos incluso. Bolívar siempre reconoció su talento como manifiesta en la carta al general Córdova: «Ella es también Libertadora, no por mi título, sino por su ya demostrada osadía y valor, sin que usted y otros puedan objetar tal. […] De este raciocinio viene el respeto que se merece como mujer y como patriota». Bolívar valoraba de ella su fidelidad, pues nunca deseaba nada para sí, por eso cada vez se fue confiando más a ella, hasta dejarla encargada de su archivo. En ausencia de Bolívar era ella quien despachaba la correspondencia con los generales y medía la temperatura moral del ambiente.

En la obra de Ramón Vinke La Devoción a la Virgen de los Próceres de la Independencia:  Belgrano,  San  Martín, O ́Higgins, Rivas, Bolívar, Sucre y otros[1] se rescatan algunas facetas de su humanidad y religiosidad, especialmente vividos en los largos y dolorosos días en Paita, pequeña población de Perú, en donde murió víctima de la epidemia de difteria. Un tanto tardíamente Ecuador ha rendido homenaje a la heroína. Pablo Neruda le dedicó un bello poema titulado “La insepulta de Paita”, Canto General en la que enfatiza su vocación americana «¿Quién vivió? ¿Quién vivía? ¿Quién amaba? / Manuela, brasa y agua, columna que sostuvo / no una techumbre vaga sino una loca estrella. / Hasta hoy respiramos aquel amor herido, / aquella puñalada de sol en la distancia»

Estando en Bogotá, en el año 1829, se unió a la Cofradía de Jesús, María y José de la Peña, situada en la Capilla extramuros de Bogotá. Ello le permite “gozar de las indulgencias plenarias, y remisión de todos sus pecados, concedidas por la Santidad del Señor Benedicto XIV; en este día, en el artículo de la muerte invocando el Dulce Nombre de Jesús, …Por el ejercicio de cualquier obra de misericordia, o caridad; por acompañar a Su Majestad cuando sale a visitar algún enfermo, o si no pudiere rezará cinco Padrenuestros, y cinco Avemarías, por su salud”.

El historiador colombiano Camilo Delgado refiere los desórdenes, que se produjeron en Turbaco, cerca de Cartagena, en marzo de 1834, a raíz de la llegada de Manuela Sáenz, quien había sido expulsada de Colombia por el Gobierno del Presidente Santander. En su exilio se dirigió a Jamaica y en octubre de 1835 hizo el intento de volver a Quito. En tal pobreza que se ve obligada a realizar menesteres humildes para ganarse el sustento. Se dedica a envolver cigarrillos y, como eso no es suficiente, comienza a vender sus pertenencias.

Fue así, que en 1836 se estableció en Paita, al norte del Perú, donde fue recibida con cariño y afecto por sus habitantes, quienes inclusive organizan en su honor diversos festejos populares; además, de la entrega de un pergamino conmemorativo firmado por los principales de ese puerto. Allí,  realiza grandes esfuerzos para sobrevivir, recurriendo a la preparación de dulces y confites, al tejido de crochet, a la venta de cigarrillos, a las tramitaciones aduaneras y a las traducciones inglés-español. Manuela sigue siendo una mujer extraordinaria, y no le es difícil incorporarse a la vida cotidiana en Paita. Fue madrina de muchos niños, a condición de que se les bautizara con los nombres de Simón o Simona. Afirma su biógrafo Carlos Álvarez Saá que “Manuela no realizó acto alguno que la avergonzara o ridiculizara ante el Libertador. Mientras estuvo en Paita, donde transcurrió la última etapa de su vida, fue ejemplo de dignidad y corrección para todos aquellos que la conocieron”. Rescatamos de su Diario textos significativos:

Sí, su amor sigue aquí en mi corazón, y mis pensamientos y mi amor por él están con él en la eternidad. Qué señor mío este Simón, para robar todos mis pensamientos, mis deseos, mis pasiones…Lo amé en vida con locura; ahora que está muerto lo respeto y lo venero… Nunca permití que Simón pensara en nuestro amor como una aventura; lo colmé de mis favores y mis apetencias y casi olvidó su acostumbrado filtreo donjuanesco. Además, había en los dos emoción y dicha que no se destruiría jamás, que serían perdurables hasta el fin. ¡Amar y ser amada intensamente! Él por su parte halló en mi ¡TODO! y yo, lo digo con orgullo, fui su mejor amiga y confidente. Para unificar pensamientos, reunir esfuerzos, establecer estrategias. Dos para el mundo. Unidos para la gloria, aunque la historia no lo reconozca nunca…Yo tuve razones muy poderosas para unirme con él: convicción de patriota, juntos, a costa de todo. Mi firmeza y mi carácter, debido a que estaba convencida de que Simón sería único en la historia del mundo, como Libertador de una nación grande y soberana. Cuando surgió el asunto de Guayaquil, yo ya conocía bien al general San Martín, y usé mi amistad con algunos de sus devotos; especialmente con Rosita, para averiguar cosas necesarias a la causa de la anexión de Guayaquil a Colombia…Le manifesté a S.E. que yo conocía muy bien las debilidades del señor General San Martín, que me había condecorado como «Caballeresa del Sol»…A San Martín le interesaba Guayaquil, claro; pero no lo merece. Es ceñudo. Está siempre preocupado por la responsabilidad de él. Más parsimonia no se halla en otro cuando habla. Es flemático lo mismo que cuando escribe. Además, es masón (yo hasta aquí no sabía que Simón también). Además de todo, el general San Martín es ególatra y le encanta la monarquía, y es mojigato. Disponga entonces usted de cualesquiera de estos atributos, además de que él presentará la dimisión por su propia cuenta». Así que mi señor General y Libertador fue a Guayaquil. Se encontró con el «Protector», que se quejó de que los oficiales de S.E. le recibieron con un saludo de bien venida «a Colombia». Además de que no soportó ni la conferencia ni la fiesta (se preparó gran alboroto con ese fin). Pues este señor es seco y sombrío. Y se retiró con su ambicioso plan. Simón prometió que al volver a mí, sería todo él mi propiedad. Luego «El garzal»: amor y placer que no conocía; paz y dicha que no tuve antes…Los dos escogimos el más duro de los caminos. Porque a más del amor, nuestra compañía se vio invadida por toda suerte de noticias; guerra, traición, partidos políticos, y la distancia, que no perdonó jamás nuestra intimidad. Juntos soportamos el allanamiento a nuestras vidas. Hicimos un pacto de respeto a las ideas ajenas, muy por encima del respeto que debió dárseles a las nuestras…Me tratan de orgullosa, ¿lo soy? Si, lo confieso y más. Saberme poseída por el hombre más maravilloso, culto, locuaz, apasionado, noble. El hombre más grande, él que libertó al Nuevo Mundo Americano. Mi amor fue siempre suyo y yo su refugio y donde había el reposo de sus angustias. Y los desvelos por la Patria de él. Simón; mis pensamientos y mis consejos siempre fueron tuyos, aun en el desorden de mis ideas

En Paita la encontró en 1850 el célebre revolucionario italiano Giuseppe Garibaldi, cuando navegaba por las aguas del Océano Pacífico. Anotará -nostálgica- en su diario, dirigiéndose a Bolívar siempre presente: Qué contraste Simón: de reina de La Magdalena, a esa vida de privaciones. De Caballeresa del sol a matrona y confitera; de soldado húsar a suplicante; de Coronel del ejército a encomendera…

De igual manera, en 1856 Ricardo Palma, el célebre recopilador de tradiciones peruanas, ya algo envejecida, tullida, sentada en un sillón de ruedas: “sus ojos, un tanto abotargados ya por el peso de los años, chispeaban de entusiasmo al declamar los versos de sus vates predilectos. En la época en que la conocí, una de sus lecturas favoritas era la hermosa traducción poética de los Salmos por el peruano Valdés; Doña Manuela empezaba a tener ráfagas de ascetismo, y sus antiguos humos de racionalista iban evaporándose”. Se refiere al “Salterio Peruano o paráfrasis de los ciento cincuenta Salmos de David y de algunos Cánticos sagrados en verso castellano, para instrucción y piadoso ejercicio de todos los fieles, y principalmente de los peruanos”. Imaginamos a la anciana Doña Manuela Sáenz, sentada en su sillón de ruedas, abismada en sus recuerdos, sus desvelos y devaneos, recordando su primera infancia con la salmodia del claustro concepcionista, sus luchas, sus amores, sus sueños y frustraciones, saboreando y recitando los salmos.  El primero de ellos, versificado en ocho estrofas de cuatro versos endecasílabos por el Dr. José Manuel Valdés: “Feliz el hombre que jamás admite de los necios impíos el consejo: “Que de los pecadores el camino anchuroso y florido deja presto”.

Manuela Sáenz falleció el 23 de noviembre de 1856, a punto de cumplir los 59 años de edad, durante una epidemia de difteria que azotó la región. El 5 de julio de 2010, en el marco de los actos del 199º aniversario de la firma del Acta de la Independencia de Venezuela, fueron llevados al Panteón Nacional —después de haber atravesado por tierra Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela— unos restos simbólicos de Manuela Sáenz, es decir, tierra del puerto de Paita, depositada en un cofre.


[1] Caracas, 2020,  https://www.academia.edu/42330646/LA_DEVOCI%C3%93N_A_LA_VIRGEN_DE_LOS_PR%C3%93CERES_DE_LA_INDEPENDENCIA

Foto del autor de esta sección y artículo: Doctor e historiador José Antonio Benito Rodríguez.

*No olvides de ingresar a este enlace en donde encontrarás todos los personajes que forjaron nuestra independencia: https://perucatolico.com/c/la-iglesia-ante-el-bicentenario/