Perú Católico, líder en noticias celebrando el Bicentenario de la Independencia. Este artículo es escrito por el Doctor e Historiador José Antonio Benito Rodríguez.

El mes de noviembre siempre nos trae el recuerdo de los difuntos. ¡Cuánto se puede hablar de esta obra de misericordia mucho más allá de los últimos doscientos años! Siempre la Iglesia ha sido la Buena Madre que ha acompañado a sus hijos en momento tan trascendental. Baste con recordar que hay una congregación, la de los PP. Camilos, con el significativo nombre de “Padres de la Buena Muerte”. Que han acompañado a miles de moribundos en el momento decisivo de la vida: su muerte; en su archivo custodian libros en los que consignan el nombre del moribundo, su domicilio y el padre camilo que lo atendió.

Muchas de nuestras huacas y centros arqueológicos de Lima y todo el Perú son en realidad cementerios, necrópolis. ¡Qué pena da constatar que uno de los nuestros se lo “tragó” el mar o un caudaloso río! El recordado Dr. Raúl Cantela escribió un precioso libro El rio se lo llevó sobre su hermano Carlos, P. Cali, franciscano, desaparecido en las aguas del río Tambo Dantescas fueron las imágenes de los muertos en el accidente de Faucet en el 1995 poco antes de aterrizar en Arequipa; de muchos de ellos sólo quedaron cenizas. ¡Cuántos desaparecidos, no enterrados o escondidos! ¡Qué paz nos deja el culminar la tarea de la persona humana en la tierra, enterrando cristianamente su cuerpo!

Hasta la Edad Moderna, lo habitual en la civilización cristiana era enterrar dentro o en torno a la iglesia. Durante los siglos XVI y XVII, en Occidente se mantuvo la costumbre de enterrar a los muertos dentro de las Iglesias, conventos, capillas de hospitales.

Esta situación cambia en la segunda mitad del siglo XVIII, con la difusión de las ideas ilustradas, en que son cuestionadas tales costumbres.  La idea central, era que los muertos se encontraban envenenando a los vivos y por ello la necesidad de erigir un campo santo que recogiera los cuerpos o focos infecciosos. La calidad del aire era fundamental Por este se expandían los miasmas de los muertos que venían como, a medio proceso de corrupción las tumbas eran abiertas para alojar nuevos huéspedes. Los muertos no podías descansar por eso de vengaban de los muertos, enfermándolos. Un tanto obsesionados por la salud y la higiene hicieron todo lo posible para trasladar los enterramientos a las afueras de los núcleos poblados, como graciosamente escribió el Cura Zamácola en Cayma (Arequipa) “para que los muertos no maten a los vivos”.

Paradigma de estos cementerios será el Presbítero Matías Maestro inaugurado, el dia 31 de Mayo de 1808, con una ceremonia simbólica, que llamará a la reflexión a la población, esta fue la traslación de  los restos de Arzobispo,  Juan Domingo Gonzáles de la Reguera, enterrado en el Panteón de la Catedral, quien había impulsado el proyecto del Cementerio.  El propio Arzobispo Bartolomé María de las Heras elogiará este Cementerio general o Campo Santo, cuya fabrica por su extensión bello orden, solidez y decencia, no tiene nada que envidiar a los mejores de Europa  exhortando que en adelante las inhumaciones tuvieran como destino el Panteón.

¡Cuánto ha hecho la Iglesia para enterrar como Dios manda a sus muertos! Frente a las antiguas necrópolis o ciudades de muertos, los cementerios son “dormitorios” que preparan para el Cielo eterno, siempre pendientes de brindar la vida eterna, la salvación de su alma, como lo fueron santos emblemáticos como Juan Macías es llamado el “ladrón del purgatorio” porque rezaba mucho por los difuntos, de igual manera la Beata Sor Ana de los Ángeles, dominica arequipeña del Monasterio de Santa Catalina o la clarisa Hermana Úrsula que escribió el célebre “Diario de las almas del purgatorio”.

Decía la Beata Anna Catherina Emmerich, en sus visiones y éxtasis, que muchas almas difuntas se sentían aliviadas al ver gente orante en los cementerios. Aunque sus oraciones no estaban dirigidas a ellos (los visitantes oraban por sus difuntos, no por el resto de enterrados), a veces Dios permitía que se beneficiaran de ellas los enterrados en tumbas colindantes. Enterrar a nuestros difuntos debe ser siempre un acto de caridad, amor y empatía, y qué mejor manera de hacerlo que llevando sus restos a un lugar donde Dios ha derramado grandes gracias a través de bendiciones sacerdotales y oraciones de todo tipo».

El más famoso muerto enterrado y en una tumba que no era propia fue el mismo Jesucristo. José de Arimatea facilitó una tumba de su propiedad para el Señor. Pero no sólo eso, sino que tuvo que tener valor para presentarse a Pilato y pedir el cuerpo de Jesús. Y también participó Nicodemo, quien ayudó a sepultarlo. (Jn. 19, 38-42)

¿Por qué es importante dar digna sepultura al cuerpo humano? Porque el cuerpo humano ha sido alojamiento del Espíritu Santo. Somos “templos del Espíritu Santo”. (1 Cor 6, 19).

Prácticamente todas las cofradías y hermandades –además de incentivar la práctica de la caridad, la oración, el culto, tuvo muy en cuenta el enterrar cristianamente a sus miembros muertos. Así sucedió con las primeras del Perú: Santísimo de la Catedral desde 1539, la de los Carpinteros de San José, la de sastres en 1573, en San Francisco y que tuvo como titular la Purísima, la de los zapateros o de San Crispín de la Catedral, la de la Soledad, en 1603, en San Francisco, la de las Cárceles, la de la Piedad de la Merced, de 1606, la de los Plateros o de San Eloy en San Agustín, la del Niño Jesús en la iglesia de san Pablo de los Jesuitas, Nuestra Señora de Copacabana en la iglesia del hospital de San Lázaro, la d la Soledad del Cuzco en La Merced.

En la entrada principal del local de la Sociedad de Beneficencia podemos contemplar en la pared un cuadro con unas elocuente inscripción: “Cuadro de Honor. La Sociedad de Beneficencia Pública de Lima inscribe aquí, en testimonio de respeto y gratitud los nombres de los que fundaron los establecimientos de caridad y obras pías que administra y los de aquéllos que con sus bienes o eminentes servicios, contribuyeron a su conservación y engrandecimiento…El Presbítero Licenciado Don Matías Maestro Distribuyó su fortuna entre varias instituciones piadosas. Construyó el cementerio general de Lima. En el año 1826 fue nombrado Director General de Beneficencia y en este puesto prestó grandes servicios a las casas de misericordia”.

¡Cuántas cofradías se fundan para fomentar el rezo por las “Benditas Ánimas” del Purgatorio como la de la Catedral de Lima desde 1553! Su objetivo “recoge esa necesidad de orar y brindar sosiego a esa alma que se halla en el purgatorio dispuesta a ingresar al cielo”[1]. Tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo y toda la historia de la Iglesia vive esta gozosa realidad de orar por los difuntos: “Mandó Juan Macabeo ofrecer sacrificios por los muertos, para que quedaran libres de sus pecados” (2Mac1246). Tal práctica se ha intensificado en este tiempo de pandemia y día a día se vive en los miles de templos y capillas del Perú. ¡Cómo no agradecer a la Iglesia por tantas misas, tantas oraciones por los difuntos en estos 200 años!


[1]“Implorando para entrar al cielo: La cofradía de las Benditas Ánimas del Purgatorio de la Catedral de Lima” Celia Miriam SOTO MOLINA El Mundo de las Catedrales (España e Hispanoamérica) San Lorenzo del Escorial 2019, pp. 673-694.

Foto del autor de esta sección y artículo: Doctor e historiador José Antonio Benito Rodríguez.

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