Perú Católico, líder en noticias rumbo al Bicentenario de la Independencia. Este artículo es escrito por el Doctor e Historiador José Antonio Benito.

El año de 1767 –el de la expulsión de los Jesuitas de diversos territorios de las monarquías más representativas- se considera emblemático para marcar el cambio de época en la historia de la Iglesia, por las numerosas consecuencias que acarreó. La inolvidable película de La misión  de 1986 dirigida por Roland Joffé e interpretada por Robert De NiroJeremy IronsRay McAnally y Aidan Quinn con música de Ennio Morricone, tiene como telón de fondo el Tratado de Madrid (1750), entre España y Portugal, por el que se dirimió momentáneamente la disputa por la Colonia del Sacramento —en la desembocadura de Río de la Plata—; posteriormente estalló la Guerra de los Siete Años (17561762), un conflicto armado que afecta tanto al viejo como al nuevo mundo; años después (1767) sucede la expulsión de los Jesuitas con el consecutivo desastre para los virreinatos americanos, especialmente en la zona de las misiones guaraníes. Recordemos que a pesar de que en la actualidad corresponde al Paraguay en su momento dependía del virreinato del Perú y fue evangelizado por grandes jesuitas desde Lima o Juli como el P. Antonio Ruiz de Montoya, Alonso de Barzana y hasta Diego Martínez –confesor de Santa Rosa de Lima.

Años antes de la convulsión sociopolítica tupacamarista, el Virreinato del Perú había sufrido un terremoto religioso con la expulsión de los hijos de Ignacio. Resumimos los trabajos de los avezados historiadores P. R. Vargas Ugarte y P. Armando Nieto, que nos dan cuenta puntual del evento.

Fue el presidente de la Audiencia de Charcas, Victorino Martínez de Tineo, el responsable de aplicar el decreto en las casas de Chuquisaca, Potosí, La Paz, Juli, Oruro, Cochabamba, Santa Cruz de la Sierra y misiones de Mojos (dependiente del Perú) y en la de Tarija y misiones de Chiquitos (de Paraguay). Por su parte, el virrey del Perú Manuel de Amat estaba encargado de la ejecución del decreto en las casas de la Audiencia de Lima: Lima, Callao, Cusco, Arequipa, Trujillo, Ica, Huamanga, Pisco y Moquegua. En todas esas casas se procedió al extrañamiento el 9 septiembre.

Como habrían de intervenir tropas de la milicia, el virrey hizo servir una cena especial en palacio con ocasión de la fiesta de Nuestra Señora de Montserrat y allí las entretuvo hasta el amanecer del 9 de setiembre de 1767. A eso de las 2 de la madrugada, Amat distribuyó las comisiones para la ocupación de los cuatro edificios de la Compañía en la capital. Estos eran el Colegio Máximo de San Pablo, el Noviciado de San Antonio Abad, la Casa Profesa de los Desamparados y el Colegio del Cercado. El total de las tropas ascendía a más de setecientos hombres. Creemos que tan férreo aparato policial no se había visto nunca antes en Lima.

A las 4 de la mañana se dirigió la comisión desde el palacio del virrey, con una «compañía de artilleros y bombarderos» de sesenta hombres, al mando del capitán Fermín Lizarazo y el sargento mayor marqués de Salinas. En menos de diez minutos recorrieron las diez cuadras que medían entre la Plaza Mayor y el noviciado. En total fueron 38 religiosos los intervenidos. Acto seguido, el oidor Messía y Munive requirió al rector Doncel para que dijese qué religiosos se hallaban empleados fuera del noviciado. El padre Doncel dio los nombres del hermano Andrés Seyán, chacarero, y del hermano Simón García, trapichero de la hacienda Santa Beatriz. Pero añadió que en la hacienda de San Jacinto (en Santa), distante 90 leguas de Lima, se hallaban los hermanos Juan Díaz y Natal Misio (o Michi), trapichero; en la hacienda San José, contigua a San Jacinto, estaba el hermano Antonio Barrera, y en la hacienda (no de cañaveral sino de viña) llamada Motocachi (provincia de Santa) se hallaba el padre Baltasar Márquez.

Todos sacaron sus jergones, «mudas de ropa, cajas, pañuelos, tabaco, chocolate y utensilios de aseo», así como los breviarios y libros de devoción. En los carruajes que ya estaban aguardando en la puerta del noviciado, 14 jesuitas fueron conducidos al Colegio de San Pablo. Como los jóvenes no tenían todavía ningún vínculo canónico que los ligase con la Compañía de Jesús, la mayor parte regresaron a sus casas.

En los días subsiguientes al allanamiento dictado por Amat, la comisión presidida por el oidor Messía Munive procedió al inven tario del inmueble (que es hoy la casona de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos). 

Por las vías del Cabo de Hornos o Panamá, los expulsos partieron al Puerto de Santa María (España), entre octubre 1767 y julio 1769. El 29 de octubre de1767 se embarcaron en el navío El Peruano 181 jesuitas, entre sacerdotes, estudiantes y coadjutores. La primera etapa duró 32 días hasta Valparaíso, donde subieron al barco 24 jesuitas de Chile. El segundo grupo de desterrados salió del Callao el 15 de diciembre de 1767 en la Balandra de Otaegui, pero el navío siguió esta vez la ruta de Panamá, con tras bordo hacia Cartagena. De allí a La Habana, continuando el penoso viaje, para concluir en Cádiz el 23 de noviembre de 1768: 92 días había durado la travesía de este tramo atlántico. A las dos anteriores expediciones se sumaron otras dos: una con 120 jesuitas, que salió del Callao en el navío Santa Bárbara el 26 de marzo de 1768. La otra, el 24 de abril, a bordo de El Prusiano, que zarpó del Callao tomando la peligrosa y pesada ruta del Cabo de Hornos, con ochenta jesuitas de la provincia del Perú. La mayor parte de los exiliados fueron a parar a los Estados Pontificios. Los españoles y criollos fueron enviados a Ferrara, lugar asignado a la provincia del Perú, y los demás, a sus respectivas provincias. 

Muchos pidieron la dispensa de sus votos, sobre todo los estudiantes, como fue el caso de Juan Pablo y Anselmo Viscardo y Guzmán. El célebre autor de la “Carta a los españoles americanos” tenía 21 años en 1769. Tiempo después –sabedor de la rebelión de Túpac Amaru- escribirá desde Londres que su propósito es “liberar a los indios de la esclavitud de España y recuperar el imperio de sus antepasados”. No olvidemos que los dos fueron alumnos internos en los colegios jesuitas del Cuzco.

El Papa Clemente XIV (Ganganelli), presionado por las cortes borbónicas y en particular por el embajador español Moñino, declaró extinguida la Compañía de Jesús por el breve Dominus ac Redemptor, del 21 de julio de 1773.

Fiándose de las promesas del gobierno español de permitir el regreso a sus países de origen a los que salieran de la Compañía de Jesús, abandonaron ésta 91 sacerdotes, 43 escolares y 28 hermanos de la provincia del Perú, casi todos criollos. En el momento de la supresión de la Compañía de Jesús (1773), los jesuitas de la provincia del Perú eran aún 99 sacerdotes y 39 hermanos. Permitido el regreso de los antiguos jesuitas a España y a las colonias de América entre 1798 y 1799, muchos lograron llegar a España, sobre todo a Barcelona y Cádiz, desde donde enviaron en vano a Madrid sus peticiones de regresar al virreinato,  Lima, Huancavelica, Moquegua, Arequipa, La Paz y Cochabamba.

Por real cédula de 1769, ejecutada por Amat a través de la Junta de Temporalidades, el local del noviciado sirvió para el nuevo Colegio o Convictorio de San Carlos, sobre la base de los antiguos colegios de San Martín (jesuita) y Real de San Felipe. En la segunda mitad del siglo XIX, el edificio fue cedido a la Universidad de San Marcos. El templo de San Carlos, convertido en 1924 en Panteón de los Próceres, depende del Centro de Estudios Histórico-Militares del Perú (Ministerio de Defensa).”

Foto del autor de esta sección y artículo: Doctor e historiador José Antonio Benito.

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