60.- Iglesia ante el Bicentenario: La Compañía de Jesús. Restauración y petición de regreso al Perú

Perú Católico, líder en noticias rumbo al Bicentenario de la Independencia. Este artículo es escrito por el Doctor e Historiador José Antonio Benito.

Cuarenta y un años después de que el Papa Clemente XIV (1773) extinguiese la Compañía, fue restaurada por Pío en 1814. Diecisiete antiguos miembros de la Provincia del Perú se agregaron a ella. Entre ellos, José de la Fuente, Miguel Clemente, Manuel Torres, Pedro Alvarez, Antonio Alcoriza, José Morales, Juan Crisóstomo Muñoz, José Olivos, Francisco Martínez y Antonio Bravo. Ciertamente consta que sólo dos jesuitas del Perú, los sacerdotes Miguel Clemente y Antonio Alcoriza, murieron en el seno de la Compañía después del restablecimiento de la orden.

Miguel Clemente había nacido en Tarazona (Zaragoza) el 10 de diciembre de 1739. Ingresó en el noviciado el 9 de octubre de 1755. Al momento de la expulsión (1767) se hallaba en el colegio de San Luis Gonzaga de lea. Falleció en Roma el 12 de abril de 1816 formando parte de la Provincia Romana.

Antonio Alcoriza nació en Minglanilla (Cuenca, España) el 23 de marzo de 1742 y entró en el noviciado el 28 de setiembre de 1757. Vino al Perú en 1763. Cuando acaece la expulsión, se hallaba estudiando Teología en el Colegio Máximo de San Pablo de Lima. Recibió las sagradas órdenes en Ferrara, ciudad que había alojado a numerosos exjesuitas. En Nápoles se vinculó con el P. José Pignatelli (canonizado en 1954), el hombre providencial que alentó y congregó a los dispersos que decidieron mantener vivo el espíritu de San Ignacio. Fue secretario del padre Provincial de Sicilia, Manuel Zúñiga, y luego rector del colegio de Caltanisetta. Pasó a España y llegó a ser rector del Colegio Imperial de Madrid. Murió el 19 de diciembre de 1832, a los 90 años de edad.

En las Cortes de Cádiz, reunidas durante la vacancia del trono español por el cautiverio napoleónico de Femando VII en Francia, los diputados de Hispanoamérica presentaron una moción a fin de que se restableciese la Compañía de Jesús “en los Reinos de América”. Suscribieron el pedido los diputados peruanos Vicente Morales Duárez, Blas Ostolaza, Ramón Olaguer y Feliz (nacido en Chile), Dionisio Inca Yupanqui y Antonio Suazo. En la sesión del 9 de abril de 1811 apoyaron la moción, pero no fue aprobada.

Restaurada la Compañía de Jesús y vuelto al trono Femando VII, dispuso el monarca el restablecimiento de la orden en todas las provincias, incluso en las de Ultramar (las cuales políticamente ya se hallaban en trance de secesión). La Real Cédula del 25 de mayo de 1815 fue comunicada al Virrey del Perú, Joaquín de la Pezuela, quien se aprestó a cumplirla, según el decreto publicado en la Gaceta del Gobierno del 9 de abril de 1816 y difundido en Lima por bando.  

Al pedido de los americanos en las Cortes de Cádiz se sumarían, en el Perú, los de varios cabildos del Virreinato. Así, el Ayuntamiento de Lima, en sesión del 15 de octubre de .1816, acuerda elevar una representación al Rey a fin de que envíe a jesuitas a estos territorios (de donde los había extrañado su “augusto abuelo”, según frase del propio Femando VII). Recordaban los cabildantes que los jesuitas fueron los que promovieron la ilustración pública y las buenas costumbres con particular dedicación y continuado afán. Otros ayuntamientos que se agregaron al de Lima en la súplica por el regreso de la Compañía, fueron el de Cajamarca (8 de enero de 1817); Cuzco (23 de noviembre de 1816); Chachapoyas (13 de marzo de 1817); Huancavelica (2 de enero de 1817); Lambayeque (25 de enero de 1818); Trujillo (19 de noviembre de 1816), etc. Todos los ruegos de los munícipes aducen las ventajas que el campo de la educación reportaría de la venida de los jesuitas.

Los cabildos eclesiásticos anhelaron asimismo el regreso de los padres. Así lo hicieron los de Lima y Cuzco. Los canónigos de la Catedral Primada, encabezados por el arzobispo Bartolomé María de Las Heras, dicen al Rey que “la ruina de sus establecimientos fue una llaga de que se resintió profundamente la América en todos sentidos”.

Todos deseaban su vuelta, pero el regreso no se dio por entonces debido a que los viejos jesuitas sobrevivientes no se hallaban en condiciones de venir a América y la época eran muy movida debido a las luchas por la independencia.

En las Cortes de Cádiz, junto con todos los representantes “españoles americanos”, menos uno de Quito, los cinco diputados del virreinato del Perú había pedido (9 abril 1811) la restauración de la Compañía en la América española, por ser su presencia “de la mayor importancia para el cultivo de las ciencias y para el progreso de las misiones”.

Entre 1816 y 1817, hicieron llegar sus peticiones similares los cabildos de Cajamarca, Chachapoyas y Trujillo. Un sacerdote del Oratorio de S. Felipe Neri, Domingo López Escamilla, ex novicio de la Compañía, que había optado por quedarse cuando la expulsión, escribió (16 junio 1816) de Lima al P. General Tadeo Brzozowski, pidiéndole el envío de jesuitas e indicando que las rentas de los bienes que fueron de la Compañía podrían servir para sufragar los gastos de viaje y reconstruir los ruinosos edificios.

En 1832 murió nonagenario en Madrid el padre Alcoriza, el último de los antiguos jesuitas del Perú. Vinieron tiempos más difíciles. Las primeras décadas republicanas importaron nuevas ideas de liberalismo anticlerical, y aun de jacobinismo, que abonó el campo para el anti jesuitismo.

Declarada la independencia de la república del Perú (1821), todos los intentos anteriores se interrumpieron por el predominio de los gobiernos liberales y anticlericales, de hecho, el 26 noviembre de 1855 se dictó una ley que prohibía el restablecimiento de la Compañía; la prudencia llegó a abolir tal medida en la constitución del año siguiente. Habrá que esperar a 1871 en que se cumplirá el anhelado retorno de la querida Orden.

Foto del autor de esta sección y artículo: Doctor e historiador José Antonio Benito.

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