Perú Católico, líder en noticias rumbo al Bicentenario de la Independencia. Este artículo es escrito por el Doctor e Historiador José Antonio Benito.

En el siglo XIX el actual territorio peruano contaba con las seculares diócesis de Lima, Cuzco, Trujillo, Arequipa y Huamanga. El territorio de la vasta provincia de Maynas por disposición del rey Carlos IV en 1802 se agregó al virreinato de Lima, y se erigió la diócesis de Maynas, con sede en Moyobamba, la única creada después de dos siglos.

En el Arzobispado de Lima comenzó el siglo don Juan Domingo González de la Reguera (1780-1804), sucediéndole don Bartolomé María de las Heras trasladado del Cuzco en 1806, hasta 1821, en que firma el Acta de la Independencia y a las pocas semanas por intransigencia del ministro Monteagudo decide volver a España, falleciendo en 1823.

El Cuzco era gobernado por Las Heras (1783-1805) justo en los revueltos tiempos de Túpac Amaru II. Le sucedió don José Pérez de Armendáriz (1805-19), y luego fray Calixto de Orihuela, agustino, que había sido su obispo auxiliar (1819-21), en 1821 y en 1826 presentó su renuncia, que solo fue aceptada en 1837, muriendo en 1841.

Arequipa tuvo en suerte al ilustrado, caritativo y emprendedor obispo Pedro José Chávez de la Rosa, 1786 a 1804, en que renunció y fuese a España, donde presidió las Cortes de Cádiz. Le siguió el fidelista Luis Gonzaga de la Encina (1805 al 16, en que murió), sucediéndole el arequipeño don José Sebastián de Goyeneche quien llenó toda una época (1817-59) y que tuvo que enfrentar la delicada situación de la proclamación de la Independencia con la tendencia regalista de Bolívar; fue promovido a Lima (m. 1872).

Trujillo, fue regentado en el último tercio del siglo XVIII por el célebre Baltasar Jaime Martínez Compañón  (1778 – 1788) después Arzobispo de Santafé en Nueva Granada), quien visitó su dilatada diócesis como ilustrado científico y celoso pastor. Le siguieron José Andrés de Achurra y Núñez del Arco (1788 – 1793) y Blas Sobrino y Minayo (1794 – 1796) José Carrión y Marfil (1798 – 1825) hasta que fue nombrado Monseñor José Carrión y Marfil en 1798 y lo regentará en los difíciles momentos de 1821 en que fiel a sus convicciones fidelistas fue expulsado por el nuevo gobierno patriota, debiendo regresar a España donde murió en 1827 como abad de la colegiata de Alcalá la Real (Jaén).

Huamanga o Ayacucho era presidida por don José Antonio Martínez de Aldunate desde 1805 al 1810 en que fue trasladado a Santiago de Chile. Le sucedió Monseñor Juan Vicente Silva y Olave de 1812 al 16 y Monseñor Pedro Gutiérrez de Coz de 1818 al 21 en que se retiró del país, trasladado a Puerto Rico en 1826, donde permanece hasta su muerte en 1833.

En Maynas inició el episcopado fray Hipólito Sánchez Rangel OFM, de 1805 al 21 en que dejó la diócesis, trasladado a Lugo en 1824.

A pesar de que el Congreso Constituyente de 1822 solicitó el retomo de Las Heras y Gutiérrez de Coz, fue en vano. El primero había muerto y el segundo –prelado en Puerto Rico- no lo vio conveniente. Sólo quedaban Goyeneche de Arequipa y Orihuela del Cuzco, reteniendo la nominación de administradores hasta 1837 y quedando vacantes las otras jurisdicciones.

Como señala Monseñor J. Dammert el pontificado de los obispos de este período fue muy ingrato, dado que debían “alinearse en un bando quedando expuestos al azar del triunfo o de la derrota”. Los realistas o fidelistas A Carrión, Gutiérrez y Rangel les tocaron la derrota por el triunfo de San Martín, a Las Heras y Orihuela por la malicia impositiva de Monteagudo y de Gamarra, el destierro. Sólo Goyeneche superó las dificultades con esforzada paciencia y ductilidad.

Bolívar impuso al Congreso la designación de don Carlos Pedemonte al arzobispado de Lima, de don Francisco Javier Echagüe a Trujillo, de don Mariano del Parral a Maynas, y de don Manuel Fernández de Córdoba a Huamanga. Según costumbre secular los Cabildos les entregaron sus facultades, al quedar sin efecto por decisión del Congreso de 1827, las perdieron.

De los Prelados de 1821 tres eran españoles y tres criollos, de éstos un boliviano de la Paz, Orihuela (como el primer arzobispo republicano, el canónigo Benavente). El deán Echagüe era de Santa Fe de Corrientes. De los seis, dos eran religiosos, Sánchez Rangel –franciscano- y Orihuela –agustino- y los otros cuatro del clero secular.

La convulsa época de la Emancipación sacudió a las diócesis de muy diversas maneras: la expulsión de sacerdotes realistas o viaje voluntario de otros, limitaciones al ingreso de noviciados religiosos, supresión de conventos por no contar con ocho miembros, cierre de seminarios por escasez de vocaciones, dificultad de ordenaciones por ausencia de obispos, continuación exagerada del Patronato regio de parte del nuevo Estado.

Tras la Independencia, en el Congreso fueron aprobados los obispados de Huánuco en 1831 y de Puno y el traslado de la sede de Maynas a Chachapoyas, con la incorporación de la provincia de Pataz. La Santa Sede trasladó al último en 1843 y erigió los otros dos en 1864. En 1862 se trató de la erección de un obispado en Cajamarca, pero no se llegó a una decisión. Se reiteró el proyecto en 1893, contando con la oposición del Cabildo Trujillano. En 1899 la Santa Sede erige el obispado de Huaraz y las Prefecturas Apostólicas de San Ramón a cargo de los franciscanos, de Madre de Dios de los dominicos, y de San León del Amazonas, Iquitos de los agustinos, todos ellos misioneros españoles.

Fuente: Mons. José Dammert Bellido “Diócesis peruanas en el siglo XIX” Revista Peruana de Historia Eclesiástica, Cuzco, nº 5, 1996,  pp.9-32.

Foto del autor de esta sección y artículo: Doctor e historiador José Antonio Benito.

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