Perú Católico, líder en noticias rumbo al Bicentenario de la Independencia. Este artículo es escrito por el Doctor e Historiador José Antonio Benito.

En esta breve nota quiero fijarme en sus valores humanos y en su religiosidad, más allá de su conocida trayectoria política.

Para comenzar no está de más recordar que sus padres, aunque casados en Argentina, donde le nacen sus cincos hijos, son de Palencia (España): Juan de San Martín, de Cervatos de la Cueza, y Gregoria Matorras, de Paredes de Nava. Nuestro protagonista –el benjamín- nació el 25 de febrero de 1778, en el pueblo de Yapeyú (Corrientes), capital de su departamento y uno de los cinco en que se dividió el gobierno de los guaraníes, evangelizados de modo ejemplar por los jesuitas; en esta provincia, su padre fue teniente gobernador. En 1781, la familia se trasladó a Buenos Aires y, en 1784, se embarca toda la familia para Cádiz (España). Contaba José con seis años

Su niñez y primera etapa escolar estará marcada por la ausencia de los jesuitas, expulsados de las Reducciones guaraníes y –ya en Málaga- convertida su casa en escuela gratuita de las Temporalidades. Sus compañeros se quedarán admirados por su inteligencia, su excelente caligrafía, así como su aptitud para el dibujo, la natación y la equitación, requisitos necesarios para su ingreso en el ejército. Durante siete años (de seis a trece) gozará de la sencilla casa paterna y del austero cuartel. La ciudad andaluza, frente al mar, alegre y bullanguera, no pasaba de los cincuenta mil habitantes. Sus raíces americanas y castellanas, con el influjo del mundo oriental, arábigo o bereber, de puertos exóticos, cimentarán su vigorosa personalidad.

No entenderemos del todo a José de San Martín si no consideramos como clave vital su profesionalidad militar. Sus hojas de servicio, su currículum vitae, son la del militar cabal. No hay que olvidar que su propio padre es militar y varios de sus hermanos ejercerán tal profesión. Estamos ante un militar profesional, educado en su infancia en la tradición de una familia española de Palencia, aunque trasplantada al virreinato de La Plata, forjado académica y prácticamente en la escuela del ejército hispano que se enfrenta a Napoleón, a caballo entre un Antiguo Régimen extinto y un Nuevo Régimen que alborea y que en horizonte otea el alumbramiento de nuevas naciones en la Patria Grande de la América.

Lo que siempre han destacado sus estudiosos es su fuerza de voluntad, su coherencia de vida, su magnanimidad. No nos extraña, por tanto, que su biógrafo más completo, B. Mitre, coloque como dedicatoria o epígrafe de su voluminosa obra la máxima que define su vida: “Serás lo que debes ser, y si no serás nada”. Gregorio Marañón, fino médico y perspicaz historiador, caracteriza a San Martín como “un hombre de acción, y de acción sujeta a una norma inflexible, la del deber [y] como todos los hombres adscritos genialmente a un deber, menos reflexivo que actuante”. Esta misma nota la evidencia un magistral texto de Jorge Basadre en el que, analizando las diferentes cualidades del militar y libertador, destaca la clave de su serenidad heroica en medio de la tormenta revolucionaria y bélica.

Conocemos su trayectoria militar y política que le consagra como el libertador de varias naciones como Argentina, Chile y Perú. Todavía no se esclarece lo sucedido en la entrevista de Guayaquil con Simón Bolívar y su retiro de su acción protagónica libertadora.

Su perfil de hombre comedido, equilibrado, familiar, es el de un católico “sociológico”, de a pie, sin que destaque por su piedad personal ni tampoco por su apostolado, pero que asumió con seriedad sus deberes de bautizado, hijo de la Iglesia. Damos cuenta de algunos de los rasgos y las manifestaciones de su religiosidad. Conoció a su futura esposa durante una misa de Gloria, en el templo de San Miguel Arcángel (Buenos Aires), y, al contraer nupcias, comulgó durante la misa de Velación. Tras el combate de San Lorenzo, ordenó celebrar un oficio y colocó cruces en las tumbas de los muertos. Como Gobernador de Cuyo, fundó el Colegio de la Santísima Trinidad, y mandó que junto a las “ciencias profanas” se enseñaran allí “los deberes del católico”. El “Código de Deberes Militares” para el Ejército de los Andes penaliza en su primer artículo al “que blasfemare el santo nombre de Dios o de su adorable madre e insultare la religión. Ese ejército fue puesto por él bajo la advocación de la Virgen del Carmen. Celebró los aniversarios de sus batallas con función de Iglesia. Juró por Dios y la Patria la Independencia nacional en Argentina, Chile y Perú. Donó al convento franciscano su bastón de General. Sus tropas usaban el Santo Rosario al cuello y lo rezaban a orden del sargento de semana. El Estatuto que hizo sancionar en Perú dice, en su Sección Primera, que “la Religión Católica, Apostólica y Romana es la religión del Estado; el gobierno reconoce como uno de sus deberes el mantenerla y conservarla, por todos los medios que estén al alcance de la prudencia humana”. El Estatuto reserva los puestos públicos a quienes profesen la Religión del Estado y reserva “severos castigos” para quienes ataquen “en público o privadamente”, “sus dogmas y principios”[1].

Su última voluntad, la de su testamento del 23 de enero de 1844, dice: “En el nombre de Dios Todo Poderoso a quien reconozco como hacedor del Universo” (indicar la referencia de la cita entre comillas). San Martín falleció con un crucifijo en el pecho, no recibió los últimos sacramentos por su muerte repentina. Su responso se rezó en la iglesia de San Nicolás y sus restos embalsamados fueron depositados por once años en la cripta subterránea de la catedral de Boulogne. Desde 1880 descansa en la catedral de Buenos Aires.


OLIVERA RAVASI, J.  La política religiosa de San Martín https://www.infocatolica.com/blog/notelacuenten.php/1412070207-san-martin-y-bolivar-su-polit

Foto del autor de esta sección y artículo: Doctor e historiador José Antonio Benito.

*No olvides de ingresar a este enlace en donde encontrarás todos los personajes que forjaron nuestra independencia: https://perucatolico.com/c/la-iglesia-ante-el-bicentenario/