Perú Católico, líder en noticias rumbo al Bicentenario de la Independencia. Este artículo es escrito por el Doctor e Historiador José Antonio Benito.

El P. Julián Heras, historiador franciscano, publicó la “Razón de los religiosos residentes en los conventos de Nuestro Padre San Francisco de este Arzobispado, con expresión de sus patrias y empleos, hecho por mandato del Excelentísimo Señor Protector Don José de San Martín, por oficio comunicado por conducto del Señor Gobernador Eclesiástico Doctor Don Francisco Javier de Echagüe, con fecha 12 de diciembre de 1821”  En el acápite de capellanes de Ejército mencionan a Jorge Bastante, quien pronunció el primer sermón en la Misa Te Deum, el 29 de julio de 1821, Manuel Negrón, Esteban Rosell, Domingo Solís,  Diego Cueto y Bruno Terreros

Bruno Terreros Baldeón nació hacia 1780 en Muquiyauyo, de padre español y madre india. Ingresó en el convento de Ocopa, en 1810 fue ordenado subdiácono y años más tarde, el arzobispo Las-Heras lo nombró coadjutor del curato de Chupaca, distinguiéndose por su pobreza y sencillez evangélicas, lo que le ganó el aprecio de sus feligreses. El socarrón tradicionalista don Ricardo Palma escribe de él que su homilía dominical, “se mostraba más realista que el rey, y decía que la revolución americana era cosa de herejes, francmasones y gente pervertida por la lectura de libros excomulgados. Añadía que eso de derechos del hombre, y de patria y libertad, era pampiroladas sin pies ni cabeza; y que, pues el rey nació para mandar y la grey para obedecer, lo mejor era no meterse a descomponer el tinglado, ni en barullos que comprometen la pelleja en este mundo y la vida eterna en el otro. Y con esto, amados oyentes míos, que viva el rey, y viva la religión, y viva la gallina, aunque sea con su pepita”.

En una de las listas aportadas por el secretario de la Junta de Purificación P. Felipe Cuéllar lo incluye entre los eclesiásticos que “han comparecido a purificarse”.

Llegada la proclamación de la Independencia y retirado el virrey Laserna de Lima hacia la sierra de Junín, en 1822, su general Carratalá en Cangallo incendió templos, robaron ornamentos sagrados, se escarneció á los sacerdotes, llegando el jefe español Barandalla a ordenar el fusilamiento del cura Cerda.

En ese contexto, un capitán realista, al mando de sesenta soldados, llegó a Chupaca y amenazó a fray Bruno con patearlo si no le entregaba un cáliz de oro. El hasta entonces manso franciscano amotinó á los indios e hizo huir a los realistas. Desde ese día fray Bruno colgó los hábitos, se plantó al cinto sable y pistolas y, trabuco en mano, se puso a la cabeza de doscientos montoneros, lanzando antes esta proclama:

«Compatriotas y hermanos muy amados: —Penetrado de los sentimientos naturales y revestido con las sagradas vestiduras de mi carácter, os anuncié muchas veces, desde la cátedra del Espíritu Santo la felicidad de los peruanos, que ha de resultar después de las guerras. Y ahora, poseído de dolor, me veo precisado á tomar el sable desnudo, como defensor de la religión, sólo con el objeto de derribar esas felicidades lisonjeras con que los tiranos nos tienen engañados, por saciar sus codiciosas ambiciones. Testigos los templos sagrados destruidos, violados los santos Evangelios de Jesucristo, y sus miembros perseguidos. —Sacerdotes del Altísimo, llorad con lágrimas de sangre al ver convertidas en cenizas las casas de oración y los tabernáculos en astillas, por llevarse los vasos sagrados y las custodias con la Majestad colocada. Esos sacrílegos españoles, plegue a Dios, y hago testigos a los ángeles y á toda la corte celestial, que á todo trote caminan al extremo de su total ruina. Jamás levantó el brazo Jesucristo, sino cuando vio su templo infamado con ventas y comercios. Yo jamás hubiera tomado el sable, si no hubiera visto los santuarios servir de pesebreras de caballos. Separaos, verdaderos y fieles patriotas, y dejad solos a los contumaces en su desgraciada obstinación.»

A partir de entonces, el coronel fray Bruno, además de dirigirse a sus feligreses desde el púlpito, contribuyó a la transmisión de las ideas independentistas a través de la escritura de efusivas proclamas que lograron inflamar el ánimo de los montoneros patriotas que lo seguían. Cuenta Palma que él predicaba «con el Evangelio en una mano y el trabuco en la otra, como lo hicieron en Francia los sacerdotes de la Vendée». 

De este modo, fray Bruno logró que aquellos guerrilleros lucharan por lograr la Independencia como si se tratase de conquistar su propia salvación. Se adhirió a las fuerzas libertadoras de Arenales, y gran parte de su labor la desarrolló en los pueblos aledaños a esta ciudad, sobre todo después de la catástrofe de Azapampa. Don Ricardo Palma, por su nombradía, le dedicó toda una tradición en la que narra sus aventuras y enaltece su heroísmo: «Tal fue la fama que sentó entre los realistas, que éstos, a manera de refrán, repetían: ¿Fraile y coronel? Líbreme Dios de él».

Los hombres que le seguían asistían a la misa que su caudillo celebraba, en los días de precepto, y algunos se hacían administrar por él el sacramento de la Eucaristía. Aquellos guerrilleros, más que por su patria, se batían por su Dios. Morir en el combate, era para ellos conquistarse la salvación eterna.

Se cuenta en 1878 que, en el convento de San Francisco, el padre Cepeda recuerda haber visto llegar a la plazuela de la iglesia á fray Bruno, seguido de sus guerrilleros, y que, apeándose con gran agilidad, se dirigió a la sacristía, de donde salió revestido, y celebró misa en el altar de la Purísima, con no poca murmuración de beatas y conventuales.

Lo cierto fue que llegó a inspirar pánico a los realistas Afianzada la Independencia, renunció fray Bruno su clase de coronel, solicitando de Bolívar, por toda recompensa de sus servicios a la causa nacional, el permiso de volver a su convento.

En 25 de agosto de 1825 fue nombrado Terreros cura de Mito, contiguo a su pueblo natal. En su nueva vida religiosa olvidó sus costumbres de guerrillero montonero y fue tan solicito en el cumplimiento del deber sacerdotal, que, según la tradición de Palma, en 1827, al atravesar el río de Jauja para ir a confesar á un moribundo, desoyendo el ruego de algunos indios que le pedían no se aventurase por estar el río muy crecido, fue arrastrado por la corriente y pereció ahogado.

Foto del autor de esta sección y artículo: Doctor e historiador José Antonio Benito.

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