Perú Católico, líder en noticias rumbo al Bicentenario de la Independencia. Este artículo es escrito por el Doctor e Historiador José Antonio Benito.

Comienzo por rescatar el nombre de los clérigos participantes en la revuelta de Cuzco en 1814: Ildefonso Muñecas, cura tucumano en Catedral de Cusco, líder de las guerrillas. Juan Angulo Torres, cusqueño, cura de Lares. Vicente Centeno, cura cusqueño, capellán de Béjar y Mendoza; Mariano José de Arce, cura arequipeño. Justo Sahuaraura Inca, cura de Soraya (Aymaraes). Manuel Molina, cura huamanguino. Eduardo Becerra, cusqueño, capellán de Pumacahua. Pedro Mendoza, cura de Urcos, y Francisco Carrascón, cura español, racionero de la catedral de Cuzco.

Nace en Zaragoza a principios de marzo de 1759, cursó en la Universidad de esa ciudad, ampliando después su formación en los conventos dominicos de Pamplona y Orihuela. En 1784 fue ordenado sacerdote, teniente de cura del Real Sitio y Hospital de San Fernando, y seis años después capellán del segundo regimiento de infantería del Príncipe, destacado en la guarnición de Alicante. Entre 1790-1791 desempeñó su ministerio en la plaza y presidio de Melilla, desde donde fue ascendido a la capellanía del regimiento de caballería de Alcántara, participando en las campañas del Rosellón y el Ampurdán desde 1793 hasta 1795. Debido a una enfermedad, abandona la lucha y lo vemos en tareas pastorales en el Puerto de Santa María. Su espíritu inquieto le lleva a ganar la plaza de racionero de la catedral de Cuzco a inicios de 1800.

Su presencia en el Cuzco no pasará desapercibida y pronto se hará sentir por su actitud díscola y pleitista, del que no librará ni al mismo obispo de las Heras, a pesar de haber sido su protector. Se esforzó en presentarse como un cristiano celoso de su trabajo y un fiel vasallo que actuaba por el bien de su rey, y plasmó en innumerables escritos dirigidos a la Corona las prácticas corruptas y abusivas que observaba en el obispado y en los tribunales civiles. Convencido de que era objeto de la arbitrariedad de los funcionarios reales acabó considerándose una víctima del sistema que le llevó a implicarse en la insurrección junto a los hermanos Angulo.

Entusiasta con el nuevo orden constitucional de las Cortes de Cádiz, se declaró partidario del establecimiento de una nación peruana independiente, sirviéndose de los sermones, proclamas y ceremonias religiosas para sensibilizar a los fieles.

Su proclama de 16 de agosto de 1814 tuvo que ver con el inicio de la insurrección de los Angulo. Comienza con la invocación “mis amados compatriotas del Bajo y Alto Perú” y se extiende a lo largo de trece puntos que legitiman la lucha son presentados de forma sistemática y coherente. La crítica al Antiguo Régimen se entremezcla con los nuevos principios liberales; viejas doctrinas pactistas emergen para dar sentido a la insurrección fundamentada en la escolástica. Lo más revolucionario y provocador de su proclama fue la propues ta de un “nuevo imperio peruano”, regido por los propios habitantes sobre la base de las riquezas naturales del territorio. Concluye en que la causa de la independencia es querida por Dios, que Cuzco es una ciudad santa y que José Angulo encarna un nuevo Moisés.

Los sermones serán pronunciados en la Catedral y en la iglesia de la Compañía y recogen planteamientos políticos similares a los de la proclama, distinguiéndose de aquélla por el hecho de que en éstos las referencias religiosas adquieren un protagonismo más acusado. El sermón de la bendición de las banderas, pronunciado el 8 de septiembre de 1814 en la catedral con la precisa asistencia del obispo José Pérez de Armendáriz responde a estos criterios. En el centro de su interpretación Cuzco, y por extensión Perú, son presentados como víctimas de una tiranía parecida a la que padecieron los judíos en Egipto; como en ésta, los líderes revolucionarios eran los Moisés y los nuevos Mesías elegidos y salvadores.

El otro sermón, responde a los mismos planteamientos y mezcla también, de forma intencionada, el relato bíblico con los objetivos políticos de la insurrección. En esta ocasión Carrascón toma como refe rencia la figura del apóstol Andrés, hermano de Simón Pedro, y el pasaje evangélico “venid en pos de mí y yo os haré pescadores de hombres”. El amor a la patria está por encima del amor a uno mismo y ello es razón para luchar por ella y salvarla de la tiranía española. La lucha de independencia requiere muchos sacrificios pero, a imitación del apóstol Andrés, quienes la sigan alcanzarán también la aureola de mártires.

En pleno 1814, el padre Carrascón mandó pintar un cuadro sobre la rebelión de las panaderas lideradas por Buenaventura Ccalamaqui en Huamanga en apoyo a la revolución encabezada por el Brigadier Pumacahua en la ciudad del Cusco. Mujer valiente y de sangre campesina, seguida de un enorme grupo de mujeres se dirigió al entonces cuartel de Santa Catalina y realizó un memorable motín desafiando al destacamento de la monarquía española acantonada en esta ciudad.

Todos los anhelos separatistas de Francisco Carrascón quedaron frustrados con el triunfo de la causa realista. A la ejecución de los líderes principales de la revolución siguieron los juicios contra el resto de los implicados. A la vista del informe fiscal y del alegato de la defensa, una comisión de guerra, dictó sentencia contra Francisco Carrascón el 17 mayo de 1815, condenándolo a la pena de muerte. Lejos de ejecutarse dicha sentencia en Cuzco, Juan Ramírez determinó que el prisionero fuera enviado a Lima con otros encausados, entre ellos el cura de Lares, Juan Angulo, para que quedara a disposición del virrey, quien lo derivará a España, donde estará encarcelado de 1816 a 1817. Durante todo ese tiempo siguió elevando escritos al rey, proclamando su inocencia y denunciando ser víctima de una persecución injusta que se prolongaba ya durante casi dos décadas

La última noticia, antes de perderse su rastro, data de 1827 cuando solicitaba en su Zaragoza natal un cargo en aquel arzobispado. No había perdido a sus 69 años un ápice de su espíritu reivindicativo, combativo, infatigable y ajeno a toda desesperanza. BIBLIOGRAFÍA: Miguel Molina Martínez, “Presencia del clero en la revolución cuzqueña de 1814: ideas y actitudes de Francisco Carrascón”, Revista Complutense de Historia de América, 36 (2010), págs. 209-231.

Foto del autor de esta sección y artículo: Doctor e historiador José Antonio Benito Rodríguez.

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