Todas las responsabilidades vienen de la caridad. Ella no es sólo principio de las micro-relaciones, como las amistades y la familia, sino también de las macro-relaciones, sociales y económicas. En el ámbito actual se afirma fácilmente la irrelevancia de la caridad. De aquí la necesidad de unir la caridad con la verdad y la verdad con la caridad. No solo prestamos un servicio a la caridad, sino que contribuimos a dar fuerza a la verdad. No es de poca importancia hoy, donde se relativiza la verdad.

El amor -caritas- es una fuerza extraordinaria, que mueve a las personas con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz. Es una fuerza que tienen su origen en Dios. Por tanto, defender la verdad, proponerla con humildad y convicción y testimoniarla en la vida, son formas exigentes de caridad.

Todos los seres humanos perciben el impulso interior de manera auténtica: amor y verdad nunca los abandonan, porque son la vocación que Dios ha puesto en el corazón y en la mente de cada ser humano. Cristo es la verdad. Su muerte y resurrección es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona.

Sin verdad la caridad cae en un mero sentimentalismo. Es presa fácil de la emociones y opiniones interesados. Sólo en la verdad resplandece la caridad y puede ser vivida auténticamente. La verdad es la luz que da sentido y valor a la caridad. Esta luz es también la de la fe y de la razón, por medio de los cuales se llega a la verdad natural y sobrenatural de la caridad, percibiendo su significado de entrega y comunión. En el contexto social y cultural actual, vivir la caridad en la verdad, lleva a comprender que la adhesión a los valores del cristianismo no es solo un elemento útil, sino indispensable para la construcción de una buena sociedad y un verdadero desarrollo humano. Sin la verdad, la caridad es relegada a un ámbito de relaciones reducido y privado.

Sin verdad y sin amor por lo verdadero, no hay conciencia y responsabilidad social, y la actuación social se deja a merced de intereses privados y de lógicas de poder, con efectos disgregadores sobre la sociedad. Recibimos el amor que brota del Padre por el Hijo, en el Espíritu Santo. Cristo nos ha revelado este amor por su mensaje y sus actos. Leemos en Romanos, 5,3-5: “Incluso no nos acobardamos en las tribulaciones, sabiendo que la prueba ejercita la paciencia, que la paciencia nos hace madurar y que la madurez aviva la esperanza, la cual no quedará frustrada, pues ya nos se ha dado el Espíritu Santo, y por él el amor de Dios se va derramando en nuestros corazones.

De esta manera se entiende que el principio de la caridad en la verdad es muy importante para el desarrollo y sobre todo en el mundo de globalización. La caridad exige la justicia. La justicia es inseparable a la caridad. La justicia es la primera vía de la caridad. La justicia es el reconocimiento y el respeto de los legítimos derechos de las personas y de los pueblos. La caridad va más allá de la justicia porque caridad es dar lo “mío” al otro. La ciudad del ser humano no se promueve solo con relaciones de derechos y deberes sino, antes más aún, con relaciones de gratuidad, de misericordia y de comunión. La caridad otorga valor teologal y salvífico a todo compromiso por la justicia en el mundo.

El bien común es el bien de todos nosotros. Trabajar por el bien común es cuidar, por un lado, y utilizar, por otro, este conjunto de instituciones que estructuran jurídica, civil, política y culturalmente la vida social. La doctrina social de la Iglesia es el anuncio de la nueva sociedad de los pueblos. Cristo es el primer y principal factor de desarrollo de los pueblos y nos ha dejado la consigna de caminar por la vía del desarrollo con todo nuestro corazón y con toda nuestra inteligencia. (La fuente de este aporte es la encíclica “Caritas en Veritate” de Benedicto XVI).