El Evangelio comentado: Curación de un leproso (Mt 8, 1-4)

Espacio de reflexión de la Parroquia Nuestra Señora de Fátima, que invita a realizar una pausa diaria en nuestras actividades cotidianas para dedicarlas a la oración a través de la lectura del evangelio y el comentario diario de nuestro párroco, padre Carlos Cardó, SJ.

En aquel tiempo, cuando Jesús bajó de la montaña, lo iba siguiendo una gran multitud. De pronto se le acercó un leproso, se postró ante Él y le dijo: “Señor, si quieres, puedes curarme”. Jesús extendió la mano y lo tocó, diciéndole: “Sí quiero, queda curado”.Inmediatamente quedó limpio de la lepra. Jesús le dijo: “No le vayas a contar esto a nadie. Pero ve ahora a presentarte al sacerdote y lleva la ofrenda prescrita por Moisés para probar tu curación”.

Los capítulos 8 y 9 de Mateo están dedicados a las obras mesiánicas que Jesús realizaba como signos anticipatorios de la venida del reino de Dios. Los tres capítulos anteriores (5-7) sobre el sermón del monte contenían las enseñanzas necesarias para entrar en el reino. Mateo ve una unidad entre las palabras y las acciones de Jesús, tal como fue enunciada en los sumarios del final de los capítulos 4  y 9: Jesús recorría todos los pueblos y aldeas, enseñando en las sinagogas judías, anunciando la buena noticia del reino y sanando todas las enfermedades y dolencias (Mt 9, 35, Cf. 4, 23-24).

Las curaciones de leprosos son especialmente significativas. La idea que se tenía de su enfermedad (y en general de las afecciones contagiosas de la piel) hacía de estos pobres desgraciados verdaderos cadáveres andantes y su eventual curación era como si los muertos volvieran a la vida. La lepra tenía significación religiosa y social. La diagnosticaban los sacerdotes y sólo ellos podían verificar su curación. Excluidos de todo intercambio social, obligados a vivir a la intemperie fuera de los poblados, no podían asistir a los actos religiosos de su comunidad, eran vistos como heridos por Dios e impuros, y nadie podía acercárseles y, menos aún, tocarlos porque transmitían su impureza. De todas estas maldiciones quedaban libres si se curaban, pero los sacerdotes tenían que autorizar su readmisión en la vida social.

El relato se centra en la respuesta de Jesús: Quiero, queda limpio. El milagro en sí no se describe, tampoco la actuación de los presentes ni hay ceremonial alguno. Lo único que hace Jesús es tocarlo, no como parte de ninguna técnica de curación, sino movido a compasión y, por supuesto, a sabiendas de que, al hacerlo, infringe una prohibición legal. Queda claro que lo que cura es la voluntad del Señor, que pone en acto el poder liberador propio del Mesías anunciado por los profetas (cf. Is 26,19; 35, 5s; 61, 1).

Pero además del poder de Jesús sobre las fuerzas del mal, el texto destaca que el milagro es posible por la fe. No es una acción mágica; se encuadra dentro de una relación entre dos personas. El enfermo se dirige confiadamente a Jesús, reconoce su poder y mueve su voluntad. Por su parte, el Señor atiende la súplica del que lo implora.

Después de curarlo, le ordena que se presente al sacerdote y ofrezca el sacrificio prescrito por Moisés, para quedar reincorporado a la comunidad. Pero más allá de respetar lo mandado por la Ley es claro que Jesus con este tipo de acciones anula todo motivo de discriminación y exclusión entre las personas. Con su llegada quedan derribadas las barreras de separación entre los hombres y queda claramente fundamentado en la nueva ley el derecho de todos los seres humanos a ser tratados con igualdad y respeto, por tener una misma dignidad de hijos o hijas de Dios.

El silencio que Jesús impone al enfermo curado tiene en cuenta la idea errónea que el pueblo se ha formado del Mesías esperado y evita que en torno a su persona se genere un ambiente de entusiasmo mesiánico triunfalista. No quiere tampoco que la gente lo siga de manera interesada, como un simple taumaturgo dotado de poderes sobrenaturales, y se vean sus curaciones como meros sucesos asombrosos, y no como señales de la presencia anticipada del reino de Dios.

Finalmente, el gesto del leproso, de postrarse ante Jesús en señal de adoración, y el invocarlo comoSeñor, muestran que reconoce la presencia de lo divino en él. Su súplica contiene una auténtica confesión de fe cristiana y señala la clave de interpretación de todo el relato. La figura del leproso adquiere carácter simbólico, representa al cristiano que, en la Iglesia, encuentra a Jesucristo resucitado con todo su poder liberador. El pasado de la acción salvadora se actualiza por la virtud iluminadora de la palabra revelada y hace ver al lector del evangelio que también para él –cualquiera que sea su enfermedad o dolencia, su necesidad o padecimiento– sigue disponible la gracia del Señor como lo estuvo para aquellos enfermos y necesitados a los que liberaba con su poder misericordioso.

Fuente: http://parroquiadefatimamiraflores.blogspot.pe/