El método que utiliza el pensamiento único y relativista para descalificar a la Iglesia Católica

Método final para descalificar a la Iglesia:  la dictadura del pensamiento único y del relativismo

A finales del 2015 a los esposos Bodnariu (Marius y Ruth), que vivían en Naustdal (Noruega), el estado les arrebató a sus cinco hijos. Eran pentecostales y en el colegio de sus hijos, la dirección decretó que los Bodnariu eran «muy reliosos y su creencia en Dios crean una discapacidad entre los niños»[1]. Por tal motivo el gobierno se llevó primero a los dos hijos mayores, después a los dos menores, y finalmente al bebe de tres meses, para entregarlos a familias separadas que el gobierno consideraba mejores. Un poco más allá, siempre en Europa, se dio un hecho de connotaciones similares. En Madrid se aprobó en la Asamblea una ley de transexualidad que determina enviar a la fiscalía de delitos de odio, la carta que los obispos de Alcalá de henares y Getafe emitieron condenando dicha ley. La organización de transexuales plantea ademes interponer una demanda a dichos obispos por fomentar «el odio y la discriminación»[2], por defender y promover la doctrina de la Iglesia Católica.

Y es que hoy predicar lo que va contra el pensamiento único, es catalogado como discriminación, odio, falsedad y digno de ser reprimido. Curioso por venir de personas que supuestamente defienden la tolerancia, pero terminan siendo intolerantes. Y es a lo que se llama dictadura: cuando el poder se concentra en torno a una figura o élite que recorta la libertad y los derechos de los demás. El pensamiento único que cada vez más expande sus propuestas, pretende recortar el derecho de la Iglesia a expresarse, y lo que encuentra contrario a sus cánones, plantea que debe ser expulsado y reprimido. Hoy la corriente de moda, el relativismo, contradice sus propios supuestos paradigmas de buscar la libertad a costa de todo, y se presenta de modo bipolar: como relativismo para presentar su doctrina, pero como un autoritarismo para defenderla de cualquier cuestionamiento. Decía al respecto Ratzinger antes de ser elegido Pontífice: «¡Cuántos vientos de doctrina hemos conocido durante estos últimos decenios!, ¡cuántas corrientes ideológicas!, ¡cuántas modas de pensamiento!… La pequeña barca del pensamiento de muchos cristianos ha sido zarandeada a menudo por estas olas, llevada de un extremo al otro: del marxismo al liberalismo, hasta el libertinaje; del colectivismo al individualismo radical; del ateísmo a un vago misticismo religioso; del agnosticismo al sincretismo, etc. Cada día nacen nuevas sectas y se realiza lo que dice san Pablo sobre el engaño de los hombres, sobre la astucia que tiende a inducir a error (cf. Ef 4, 14). A quien tiene una fe clara, según el Credo de la Iglesia, a menudo se le aplica la etiqueta de fundamentalismo. Mientras que el relativismo, es decir, dejarse «llevar a la deriva por cualquier viento de doctrina», parece ser la única actitud adecuada en los tiempos actuales. Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida sólo el propio yo y sus antojos»[3].

Que no se comparta lo que creemos y trasmitimos como Iglesia, es aceptable. Pero que se quiera apartar a la Iglesia y obligarla por diversos mecanismos a estar callada y no tener capacidad de ser libre y afirmar en lo que cree, es lo que se llama dictadura. Un recorte arbitrario del derecho humano a creer y expresarse. Es paradójico que el relativismo en la práctica terminar llevando a un pensamiento único contradiciendo su predicación sobre los derechos humanos, la libertad y la democracia, atacando a quien plantee fundamentos objetivos que los cuestionen. Persigue entonces a quien plantee honestamente la necesidad de buscar la verdad objetiva y universal. Así, el relativismo en su pensamiento único, abandona la posibilidad del dialogo para llegar a la verdad entre todos, y cerrado, introduce la vivencia de una dictadura solapada donde la medida es su mismo pensamiento.

Es como cuando en política, en medio de una campaña electoral, unos partidos dicen defender la democracia, esgrimir que el «pueblo» es el gran responsable y su voz es la voz a seguir, pero resulta que si no sale favorecido en la elección, entonces ese mismo «pueblo» no es sabio, es ignorante y se ha equivocado. Resultando que ahora los únicos valederos y decentes serían solo los del «pueblo que votaron por ellos». Conclusión, la verdad, el bien y los valores serán auténticos solo si están con ellos, sino, son falsos. En última instancia, la medida siempre son ellos mismos y los demás serán un error.

Hoy se pretende afirmar que quien no sigue ese pensamiento único no es moderno, y se califica de anticuado, pasado y retrogrado. De cerrado, lo que para este pensamiento único es sinónimo de malo.

Con ello no solo se descarta a ciertas personas y grupos humanos, sino que se quiere no dar la oportunidad a cuestionar. A encontrar la verdad.

[1] Ver: http://infovaticana.com/2015/12/10/quitan-a-unos-padres-la-custodia-de-sus-hijos-por-ser-demasiado-cristianos/.

[2] Ver: http://infovaticana.com/2016/03/23/el-lobby-lgbt-contra-los-obispos-que-han-advertido-de-una-ley-totalitaria-e-injusta/.

[3] Ratzinger, Joseph. Homilía en la Misa pro eligiendo Pontífice, Plaza San Pedro, lunes 18 de abril de 2005.