La humanidad está actualmente entregada a la tecnología, muchas promesas, pero también cada vez más grandes problemas. “Me dediqué a ver donde estaba la sabiduría y la ciencia, la estupidez y la locura” (Eclesiatés,1:12-1). Los últimos informes científicos demuestran la amenaza del fin de la tierra si no se introduce cambios sustanciales en las energías.

Estoy presente en todas las actividades que realizo, pero estas experiencias no me dicen quien soy. Este hombre ha perdido el sentido de lo absoluto que sostiene su vida. La modernidad ha definido al hombre como autónomo y agente de su propia historia. El filósofo, francés, Gabriel Marcel observa que el mundo está lleno de problemas, pero sin misterio. Todo pensamiento y derecho positivo necesita un fundamento para poder trascender el relativismo. La ciencia es la mera observación material de la realidad. Sin embargo, no se puede hablar del misterio porque es anterior a mi. Solo puede afirmar mi existencia después de tener la seguridad que yo mismo existo. Existo antes de conocer. Debo llegar a una afirmación que es supuesta para que pueda decidir. ¿Pregunto por lo absoluto, pero existo yo? De allá, la conocida frase: ¿Porqué existe algo y más bien nada? Existe la tentación de rebajarnos a una casualidad relativa sin sentido. El pensamiento moderno construye, pero no tiene una base de principios. Se puede ampliar o mejorar los principios, pero no reemplazarlos por otros.

La única esperanza auténtica es la que no depende de nosotros. El misterio no elimina las actividades del ser humano sino le abre un horizonte diferente para esperar más allá del cálculo de nuestras posibilidades.  Es el momento para tomar conciencia que el ser humano puede seguir esperando a pesar de la pluralidad de las ilusiones. Podemos comprobar esta problemática no por una explicación con ideas sino por tomar distancia de nuestra experiencia. La separación hacemos por una introspección o auto-reflexión. Pero entrar en sí mismo es al mismo tiempo un entrar también fuera de sí para evaluar mi vida. Hay una gran diferencia entre una reflexión sobre nosotros mismos a partir de una soberbia que goza de su sobreestima o a partir de una humildad que reconoce su inserción en una realidad más grande. Gabriel Marcel lo dice de la siguiente manera: “En la meditación tomo posición frente a mi vida, en cierto sentido me retiro de mi vida, pero no como un conocimiento puro, sino reflexiono sobre mí, sobre lo que soy o debería ser. No soy mi vida, pero si tengo la posibilidad de juzgarla es por la condición de poder meditar encima de todo juicio.” El ser humano crea su propio espacio de intereses. Esto le puede encerrar en un círculo de ver el mundo con cierta visión que lo aliena. Se puede perder la disponibilidad para el verdadero sentido de la vida. Se ha construido su propio mundo y se ha encerrado en su “seguridad”, pero no puede evitar la conciencia angustiosa de que no puede garantizar su propia vida. La entrega a un mundo de problemas le quita la posibilidad de tener esperanza. Al contrario, una reflexión sobre nosotros mismos nos concientiza que la vida se desarrolla en el misterio. Mi vida y todo lo que se presenta en mi vida y me permite desarrollar y gozar de la vida es un don gratuito. Se puede vivir con esperanza porque sabe que la vida no le pertenece.