El vacío ético del liberalismo y del socialismo, por P. Johan Leuridan

                      1. IDEOLOGIAS MATERIALISTAS          

El socialismo en América Latina critica siempre al liberalismo como estrechamente ligado a la corrupción. Sin embargo, los veinte últimos años han demostrado que cuando el nuevo socialismo del siglo XXI de América Latina llega al poder se va por el mismo camino. Todos los presidentes y su entorno han terminado con juicios o se han aferrado al poder por no permitir elecciones limpias como es en Nicaragua y Venezuela. En estos casos el socialismo se transforma en la dictadura del comunismo.

Los filósofos del siglo XX ven la solución para la corrupción como un asunto público y proponen un contrato. Las normas para el comportamiento se consiguen por procedimiento. Después de una consulta con el pueblo el Congreso nacional debe formular las leyes. Los filósofos de la liberación lo ven como un tema político. Hay que cambiar las estructuras. Los filósofos del utilitarismo lo ven como un cálculo entre dolor y placer.  La filosofía analítica define el comportamiento del hombre a partir de los resultados de las ciencias.

Todas estas reflexiones hacen depender la actitud correcta de leyes o estructuras que se imponen por coacción. Este acercamiento es consecuencia de un pensamiento que considera a la materia como la totalidad de la realidad. La materia manda porque no hay otra cosa. No tiene nada que ver con la libertad. La libertad es sola la incógnita de las causas del entorno que nos presionan. El espíritu es producto de la materia. La verdad no está en el ego. Espiritualidad es lo contario de introspección. ¿Si Dios no existe como fuente de todos los valores, cómo puedo entonces encontrar algo que da valor a la vida? Desde este punto de vista no deseamos ni queremos algo porque es un bien sino es un bien porque nosotros lo consideramos como un bien.

El liberalismo y el socialismo tienen la misma raíz materialista. Ambos quieren organizar la sociedad de partir de una teoría económica.

Marx postulaba en sus teorías la preponderancia de las “fuerzas productivas” (la tierra, el transporte, la energía, la maquinaria, los instrumentos etc.) y de “las relaciones de producción” reduciendo toda la historia a un único elemento: la lucha por los intereses económicos. La historia de los modos de producción y el avance de la tecnología indican la situación en la que se encuentra cada fase. La conciencia es un producto social al que el hombre se acerca con el aumento de la productividad. Marx suponía que cambiando el mundo material el hombre cambia a sí mismo. Transformando la realidad exterior, esta realidad exterior transformada reacciona sobre él. Del cambio material saldrán hombres nuevos. El marxismo propone la moral de la “lucha de clases.” La moral se define en función del éxito de esta lucha. La verdad depende de la clase. La verdad está siempre de parte de la clase de la clase dominada y la mentira de clase que domina. Vista esta definición de la verdad, la lucha contra la otra clase justifica todos los medios. Esta definición extraña de la verdad se ha divulgado, consciente o inconscientemente, como una evidencia indiscutible. La lucha de clases lleva a un cambio estructural de la sociedad, donde la vanguardia asume el poder dictatorial y automáticamente se resolverán todos los problemas, incluso los éticos. La libertad y las opiniones de la persona no juega ningún papel. La “lucha de clases” explica toda la historia y por lo tanto no deja ningún espacio para una realidad trascendental.

John Locke es, sin duda, la figura principal en el inicio de la historia moderna. Locke es precursor de la revolución de Paris. El liberalismo plantea las tres instituciones de libertad política (Gobierno, Congreso nacional, Poder Judicial), elecciones libres, pluralidad de partidos, las leyes protegen la libertad, libertad social donde la vida privada como la familia es ajena a toda norma e intervención del Estado y la libertad económica del mercado. Este último predominará durante la historia cuya justificación encontramos ya en el siglo diecisiete de parte del filósofo de David Hume. La libertad es el juego de las interacciones económicas en el mercado. La justicia es producto del mercado. Los economistas ven al hombre como alguien que tiene permanentemente el deseo de satisfacción material. El marketing crea las angustias de compra. La envidia, consecuencia de la comparación con las otras personas refuerza esta angustia.

Actualmente las fronteras nacionales están perdiendo relevancia. Fue el resultado de formaciones transnacionales y mercados financieros que combinaron necesidades nacionales con planificación y administración de carácter internacional. El actual poder globalizado esté en manos de una élite tecnócrata que determina una estructura de valor que se presenta hoy como la única que define los valores para los hombres. Se trata de un mundo uniformado donde el otro no es una persona con quien se establece un encuentro sino es un objeto puro de producción y de consumo.

                        2.  TRABAJO Y RELACION HUMANA.

Al final del siglo XX se abrió el debate sobre la crisis de la modernidad por el fracaso del liberalismo y del socialismo. El cuestionamiento de la razón por la Postmodernidad relativizó también las ideologías que pretenden dar soluciones definitivas. Las ideologías se imaginan conocer toda la realidad. Presentan esquemas como “soluciones” a todos los problemas, desconociendo los límites de la razón. Sin embargo, no se puede negar que cada ideología aportó una verdad. El liberalismo enseñó que la riqueza es producto de la iniciativa privada en el mercado y el socialismo enseñó que todos necesitan una protección del Estado para la seguridad y la buena distribución de la riqueza. Ambas ideologías son necesarias. Las decisiones dependen de la razón práctica en base de los aportes de ambas ideologías, pero no del pragmatismo que es oportunismo.

Su larga experiencia personal en un sistema comunista le permitió a Karol Woytila, posteriormente Juan Pablo II, elaborar y publicar sus profundas críticas y superación del marxismo. Tanto para el liberalismo como para el socialismo la relación entre los hombres es un subproducto de la organización económica. No entienden que el hombre no es solo tiene una relación con la materia que transforma sino también tiene una relación con los otros seres humanos que trabajan con él.   No entienden que las relaciones entre los trabajadores pasan por la cultura, es decir, la libertad con sus implicancias éticas. “Con su trabajo el hombre ha de procurarse el pan cotidiano, contribuir al continuo progreso de las ciencias y la técnica, y sobre todo a la incesante elevación cultural y moral de la sociedad en la que vive con sus hermanos” (Inicio de la encíclica “Laborem Exercens).  Trabajando el hombre se hace menor o peor, éticamente hablando, en su encuentro con los otros trabajadores.

Para el marxismo no importa si el cambio se realiza por hombres que viven la hermandad o si se hacen con egoísmo. Cuando el comunismo fracasó las altas autoridades, nacidas y educadas en el sistema, se nombraron a sí mismos dueñas de las nuevas empresas capitalistas. Los más importantes opositores a los propietarios se convirtieron en los nuevos propietarios. El comunismo produjo un hombre viejo. También la conducción burocrática de la economía por parte del sistema político a favor de una economía de mando, resulta incapaz de movilizar las fuerzas del hombre. El conocido filósofo Jürgen Habermas aclaró la distinción fundamental entre trabajo y acción comunitaria, superando en el materialismo histórico la reducción de las relaciones de producción a la dimensión de las fuerzas productivas. El desarrollo de las fuerzas productivas puede ayudar a la liberación moral del hombre, pero no la causa por sí mismo, ni siempre la ayuda.

El sociólogo Ralf Dahrendorf observa que las instituciones de la libertad (las elecciones, los tres poderes del Estado y la economía del mercado) son como estructuras de vidrio y hormigón a las que nos hemos acostumbrados, pero en los que no es fácil encontrar un sitio familiar y acogedor. No ofrecen un sentimiento de pertenencia moral. Faltan estructuras y ligaduras más profundas que unen a las personas por medio de los valores éticos.  Además, el capitalismo avanzado ha dado un carácter ideológico a la ciencia y la técnica para eliminar la dimensión moral de la sociedad. Esta nueva ideología de la vida indica que los grandes valores son las necesidades materiales. La buena vida dependería entonces solo del desarrollo de la ciencia y la técnica. Se considera que cualquier problema que se presenta es por falta de desarrollo de la tecnología. La masa se olvida de la ética, es decir, de las buenas relaciones entre las personas, la amistad. También se pierde el sentido de la política como servicio al ser humano. La política se convierte en técnica y el Estado obedece a los grandes monopolios. Los planes de estudio elaborados en los Ministerios de Educación eliminan el arte, la ética y la religión. Sin arte el ser humano será un autómata y sin ética no sabrá convivir con otros.

Para el socialismo la materia transforma al ser humano sin que el ser humano se da cuenta. De la misma manera el Estado impone su ideología en la educación. Para el liberalismo no se puede hablar de valores porque cada uno vive como quiera, la libertad negativa. Alan Badiou llamaba “una sofística que devasta” a la teoría que afirma que no se puede unir personas alrededor de una idea positiva del bien. Martha Nussbaum señaló que la filosofía de la neutralidad de los gobiernos, esta libertad negativa, ha sido particularmente negativa para las familias y sobre todo para la educación de los hijos.

Las dos ideologías se consideran autónomos y definen el bien en función del desarrollo material, promovido por el individualismo o por la dictadura.

Sin embargo, la definición de la buena vida, de la realización de la moral no puede hacerse desde la racionalidad técnica, sino desde la comunicación moral entre las personas.

                          3.    EL DON DE LA LIBERTAD Y DE LA SOLIDARIDAD

El verdadero humanismo no se limita a dominar el mundo material. La sociedad no solamente debe distribuir bienes materiales sino también valores. Los deseos y las necesidades no son exclusivamente materiales. Actualmente se tiende a creer que “todo incremento de poder constituye sin más un progreso, un aumento de seguridad, de utilidad, de bienestar, de energía vital de plenitud de valores”, como si la realidad, el bien y la verdad brotaran espontáneamente del mismo poder tecnológico y económico. El hecho es que “el hombre moderno no está preparado para utilizar el poder con acierto”, porque el inmenso crecimiento tecnológico no estuvo acompañado de un desarrollo del ser humano en responsabilidad, valores y conciencia (Francisco, Laudate Si, 81-82). Se ha eliminado la pregunta por el bien y la conciencia personal.

La disminución de creyentes en la Iglesia católica no es por falta de modernización o por la corrupción de la pedofilia de algunos sacerdotes. El origen está en entender la emancipación de la vida como una actividad a partir de la razón instrumental. El espíritu técnico desprovisto de una dimensión interna es la causa de la degradación cultural. La élite tecnócrata y las ideologías materialistas eliminan en todo el mundo los valores. “Por otra parte, muchedumbres cada día más numerosas dejan de practicar la religión. Negar a Dios y la religión, prescindir totalmente de ellos, no constituye ya, como en el pasado, un hecho raro e individual: actualmente, con frecuencia, se presentan como exigencias del progreso científico o es un nuevo tipo de humanismo” (Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes, párrafo 7). Hay una decadencia religiosa que no fue destituido por nada que ha sido capaz de salvar a la convivencia social.

Nadie puede constituirse como persona, como familia o como país sin el trabajo, pero solo la elevación moral permite la relación justa con los otros.

La práctica de los valores nos posibilita una vida digna con las otras personas cercanos sino abarca también los grandes mecanismos productivos, financieros y comerciales.  La caridad y la verdad son los principios necesarios para que las grandes económicas estén al servicio del bien común. “Toda decisión económica tiene consecuencias de carácter moral” (Benedicto, XVI, Encíclica Caritas en Veritate, 2009). No podemos avanzar en el camino difícil de la transformación de la vida económica si no realizamos una verdadera conversión de mentalidades y corazones. Se confunda libertad con instinto de lucha y dominio, cualesquiera que sean las ideologías. No habrá economía humana si los instintos no son dominados por las fuerzas más profundas que se encuentran en el hombre (Juan Pablo II, encíclica Redemptor Hominis, capitulo 16).

Luigi Giussani observa que se trata de entender nuestra experiencia, descubrir su sentido. Sin embargo, el entender exige un criterio en base al cual se realiza.  Surge entonces la pregunta: ¿cuál es el criterio que nos permite juzgar lo que vemos suceder en la sociedad y en nosotros? Como no puede venir de los otros (viviríamos en alienación permanente), el criterio está en nuestra naturaleza. Es inmanente a la estructura originaria de la persona. Todo lo que un hombre quiere aprender lo compara con esta experiencia original. Esta experiencia es un conjunto de evidencias y exigencias. Cualquier información o juicio tiene lugar a partir de una confrontación con todo lo que existe con los grandes valores dentro de uno. Podemos llamarlos verdad, justicia, belleza, amor, solidaridad, agradecimiento, generosidad, misericordia etc. (Guissani, 1986, La conciencia religiosa en el hombre moderno, Madrid, Ed. Encuentro, 16-20).

Solo en la conciencia y en el ejemplo de la vida de Jesucristo encontramos los valores que recibimos de Dios. En Cristo se manifiesta el sentido de la vida. Cristo es la verdad y el amor que transforma el pensamiento, las emociones y es la fuente de una conciencia que el mundo tecnológico considera superflua. Por el encuentro con Cristo el ser humano recibe un ejemplo de vida de bien y de amor que lo convierte. Todos somos aceptados y amados.

Las dos ideologías afirman la autonomía absoluta de hombre, independiente de una supuesta realidad sobrenatural. Sin embargo, ser cada día más verdaderos significa cambiar nuestra falsa conciencia de que somos dueños de nosotros mismos y llegar al conocimiento claro de que hemos recibido la libertad y la solidaridad de Alguien que nos ama.

El encuentro con Dios llama a un pensar y actuar diferente. La primera pregunta no es: ¿Qué voy a hacer? sino: ¿Quién soy yo?

Por P. Johan Leuridan