Hay muchos que pasan de largo ante los dolores del prójimo. Hablan mucho del pobre y del indigente, pero no hacen nada.

Tú, admira el modelo que ha propuesto Jesús en el Evangelio de hoy, y «Haz tú lo mismo».

  • Deuteronomio

La Sagrada Escritura en el libro del Deuteronomio nos advierte cuál es la voluntad de nuestro Creador. La llevamos en el corazón y a flor de labios. No hay que subir al cielo para preguntar o surcar los océanos inmensos para enterarnos…

«El mandamiento está cerca de ti. En tu corazón y en tu boca. Cúmplelo».

Lo que tenemos que hacer, por tanto, es cumplir lo que esta luz impresa por Dios en lo más íntimo de la conciencia nos pide.

Escúchalo, porque esa es la voz del Señor y sé consecuente con su Palabra.

Esto mismo es lo que nos pide la Escritura cuando nos dice:

«Conviértete al Señor, tu Dios, con todo el corazón y con toda el alma».

  • Salmo 18

Son elogios del salmista, enamorado de la Ley del Señor, que proclama valientemente y que será bueno que meditemos de vez en cuando, porque «la Ley del Señor es perfecta y descanso del alma».

Sigue admirando los distintos versículos y piensa con cariño que lo que el Señor manda es para felicidad y perfección de cada uno de sus hijos:

«Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón (…) La voluntad del Señor es pura y eternamente estable. Más preciosa que el oro».

+ San Pablo

Hoy la liturgia nos presenta el himno que escribió San Pablo sobre Jesucristo en la Carta a los Colosenses. Un párrafo hermoso que no acabaríamos nunca de meditar, en el que afirma:

«Cristo es imagen de Dios invisible», es decir, que al Dios invisible y eterno lo vemos y lo «gozamos» en Cristo Jesús.

Todo lo que hay en el cielo y en la tierra ha sido creado por medio del Verbo, como dirá San Juan:

«Todo fue creador por Él y para Él».

Jesucristo es, antes que todo, en la eternidad.

Además, es la cabeza de la Iglesia que Él fundó y de la que nunca se ha desprendido.

Finalmente, Jesucristo es el vínculo de unidad entre todo lo que existe. Solo hay unidad verdadera cuando se realiza en Cristo.

  • Verso aleluyático

El verso aleluyático nos recuerda una vez más la importancia del Evangelio y de Jesús que es Palabra de Dios.

Glorifiquemos nosotros también al Señor repitiendo: «Tus Palabras, Señor, son espíritu y vida. Tú tienes palabras de vida eterna.

  • Evangelio

El cumplimiento de la ley se reduce a vivir la caridad. Primero, con Dios: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser».

El segundo mandamiento que Jesús clarificará en la última cena, dice así: «Amarás al prójimo como a ti mismo».

El Maestro de la ley que había preguntado, para que no acabara tan pronto la conversación, preguntó: «¿Y quién es mi prójimo?».

La respuesta de Jesús es una parábola muy conocida: un hombre asaltado por los ladrones. Un sacerdote y un levita que dan una vuelta como para no verlo, y un extranjero, un samaritano, que «lo vio, le dio lástima, se le acercó, le vendó las heridas echándoles aceite y vino, y montándolo en su propia cabalgadura lo llevó a la posada y lo cuidó».

Luego pagó todos los gastos.

La pregunta de Jesús es: «¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo?».

El Maestro de la ley contestó: «El que practicó la misericordia con él».

Jesús concluye con lo que ha sido nuestro título y debemos tener siempre presente: el prójimo es el que está más cerca y nos necesita.

José Ignacio Alemany Grau, obispo