Homilía del Domingo XXV del Tiempo Ordinario: No coman el dinero del pobre

Todos nos quejamos de la corrupción y los robos, pero la mayoría comienzan robando como la cosa más natural:

+ Tres personas tienen un trabajo y se ve que trabaja uno solo y los otros dos «miran».

+ Voy a comprar y la balanza me da un kilo de 750 gr.

+ Compro fruta y dos o tres piezas están malogradas.

Es difícil que alguien empiece robando tres mil soles en el banco.

  1. Amós

«Disminuís la medida, aumentáis el precio, usáis balanza con trampa, compráis por dinero al pobre, al mísero por un par de sandalias vendiendo hasta el salvado del trigo».

Dios pedirá cuenta de todo esto.

Ni al pobre ni al rico se le puede robar. Es un pecado contra el séptimo mandamiento de la ley de Dios.

  • Salmo 112

Dios «levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre, para sentarlo con los príncipes de su pueblo… Bendito sea el nombre del Señor».

  • San Pablo

El apóstol pide oraciones por las autoridades:

«Lo primero de todo, que hagáis oraciones, plegarias, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres, por los reyes y por todos los que ocupan cargos para que podamos llevar una vida tranquila y apacible, con piedad y decoro».

Todos nos quejamos y criticamos, pero ¿rezamos por los que tienen que gobernar?

El gobernante tiene muchos problemas y es casi imposible que pueda agradar a todos.

San Pablo pide esa tranquilidad social para que se pueda extender el reino del Señor que «quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad».

Finalmente, sobre el modo de orar, añade el apóstol: «Quiero que sean los hombres los que recen en cualquier lugar alzando las manos limpias de ira y divisiones».

  • Verso aleluyático

El mayor pobre es Jesucristo que «siendo rico, se hizo pobre, para enriquecernos con su pobreza».

Empobrecerse para enriquecernos es una maravillosa prueba de amor.

  • Evangelio

«No podéis servir a Dios y al dinero».

Sí se puede tener a los dos, pero lo que no se puede es servir, es decir, ser siervo del dinero y de Dios simultáneamente ya que el siervo debe dedicarse plenamente a su Señor.

Con la parábola de hoy Jesús ilumina esta afirmación:

Un hombre robaba a su señor. Cuando este se da cuenta le dice:

«¿Qué es eso que me cuentan de ti?». Entrégame el balance de tu gestión porque quedas despedido.

El siervo ladrón es astuto y, antes de entregar su puesto, se hace amigos robando a su señor disminuyendo notablemente las deudas de los clientes que debían a su señor.

Jesús «felicitó al administrador injusto por la astucia con la que había procedido» y nos advierte en la parábola que «los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz».

No alabó el robo, sino la astucia que, en su tiempo, más que ahora, se consideraba como una virtud.

El Señor también nos anima a que aprovechemos «el dinero injusto para que cuando nos falte nos reciban en las moradas eternas: ¡No podéis servir a Dios y al dinero!».

Es Jesús mismo el que saca la conclusión:

«Ningún siervo puede servir a dos amos, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo».

Como el dinero en sí mismo no es ni bueno ni malo, sino que depende del fin que se le dé, procuremos hacer siempre el bien para aumentar nuestras riquezas en el cielo.

José Ignacio Alemany Grau, obispo