Homilía del Domingo XXVI del Tiempo Ordinario: Por qué sufrió Epulón y gozó Lázaro

La liturgia de hoy nos presenta una dolorosa realidad que es la misma de siempre.

En la humanidad hay unos que tienen todo y otros que no tienen nada.

Como nos dirá Jesús en el Evangelio… mientras unos comen y tiran la comida al mar para mantener los precios o la ropa al desierto para que nadie la pueda aprovechar, otros andan medio desnudos y hambrientos.

Debemos tener las cosas claras: tener riquezas como fruto del trabajo está bien. Lo que no está bien es no compartir y ver impasibles la pobreza y hambre de otros.

Veamos algunos textos de las lecturas de hoy.

  1. Amós

Vean con qué lujo vivían en su tiempo unos pocos, mientras la mayoría del pueblo pasaba hambre y necesidad de lo indispensable:

«Os sentáis en lecho de marfil arrellenados en divanes, coméis carneros del rebaño y terneras del establo. Canturreáis al son del arpa, inventáis como David instrumentos musicales. Y no os doléis del desastre de José».

El castigo de Dios será el destierro, anuncia el profeta.

  • Salmo 145

Alabemos al Señor que se compadece de todos:

«El Señor abre los ojos al ciego, el Señor endereza a los que ya se doblan, el Señor ama a los justos… Sustenta al huérfano y a la viuda y trastorna el camino de los malvados».

  • San Pablo

El amor al dinero, nos dice en su carta a Timoteo, es raíz de todos los males; por eso invita, en el párrafo de hoy, a actuar bien:

«Tú, hombre de Dios, huye de estas cosas (el santo busca apartarse de la enseñanza malsana y de la codicia de las que hablan los versículos anteriores), busca la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre. Combate el buen combate de la fe».

Y, finalmente, aconseja a los ricos:

«A los ricos de este mundo ordénales que no sean altaneros ni pongan su esperanza en la incertidumbre de la riqueza sino en Dios que nos provee de todo en abundancia (…) Que hagan el bien, sean ricos en buenas obras, generosos y dispuestos a compartir». Esta es la mejor promesa para todos los que tienen riquezas:

«Así atesorarán un excelente fondo para el porvenir y alcanzarán aquella que es realmente la vida verdadera».

  • Verso aleluyático

Jesús, que tenía todas las riquezas, quiso compartir con nosotros hasta el punto de enseñar San Pablo: «Jesucristo siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza».

  • Evangelio

Epulón (comilón), tenía todo el lujo y lo demuestra Jesús hablando de su comida, porque «banqueteaba espléndidamente cada día. Además, vestía con lujo, de púrpura y lino».

Eso no era pecado, lo malo era que no tenía ni un poco de misericordia con el pobre que se moría de hambre a su puerta.

Jesús tiene una pincelada que aclara la extrema situación: «que hasta los perros se acercaban a Lázaro para lamerle las llagas».

Cuando mueren los dos, Lázaro va al seno de Abraham, es decir, el «limbo de los justos» que esperaban la resurrección de Jesús para entrar en el cielo. Y el otro fue sepultado en los infiernos.

Epulón, desde allí, gritó desesperadamente a Abraham: «Ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua porque me torturan estas llamas».

Abraham le contesta que la situación ya no tiene remedio:

«Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida y Lázaro, a su vez, males. Por eso encuentra aquí consuelo mientras tú padeces».

En resumen, podemos decir que debemos aprovechar el tiempo porque solo aquí se gana la eternidad.

Con la muerte ya no hay remedio.

Amigos, tengamos en cuenta que el gran regalo de Dios a la humanidad es el tiempo para que durante él podamos ganar la verdadera riqueza de la que gozaremos eternamente en el cielo.

José Ignacio Alemany Grau, obispo