Homilía del Domingo XXX del Tiempo Ordinario: La alegría de la acogida de Dios

El fin del ser humano es prepararse en la tierra, en el tiempo que Dios le conceda, para llegar a su Creador y encontrar en Él el gozo en plenitud.

En fin de cuentas Dios nos ha creado para que podamos gozar de Él en una eternidad feliz.

  • Jeremías

Nos muestra la alegría del pueblo de Dios purificado en el destierro e invita a todos los que regresan a manifestar el gozo que les ha causado el amor de Dios al permitirles regresar a su tierra: “Gritad de alegría por Jacob, regocijaos por el mejor de los pueblos. Proclamad, alabad y decid el Señor ha salvado a su pueblo”.

Así volvía el resto de Israel después de tantos sufrimientos:

“Ellos se marcharon llorando” y Dios les promete: “los guiaré entre consuelos, los llevaré a torrentes de agua”.

Termina con la gran promesa del Señor:

“Seré un padre para Israel”.

  • Salmo 125

Es un salmo de aclamación y agradecimiento a la misericordia de Dios en el que se repite:

“El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres… Nos parecía soñar: la boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares… Hasta los gentiles decían: el Señor ha estado grande con ellos. El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres”.

Los versículos del salmo que hoy nos presenta la liturgia coinciden con el profeta Jeremías:

“Al ir iba llorando llevando la semilla, al volver vuelve cantando”.

Dios quiera que la Iglesia tan rechazada por los poderosos hoy, llegue a sentir el gozo y la alegría de la acogida de Dios.

  • Carta a los hebreos

Nos habla de la diferencia entre los sacerdotes, que normalmente son limitados y pecadores y tienen que ofrecer sacrificios por sus propios pecados, y Jesucristo que ha sido nombrado sacerdote por el mismo Dios por su naturaleza divina.

Él como Dios que es, ofreció un sacrificio de una vez para siempre, purificando a todos los hombres:

“Tú eres sacerdote eterno según el rito de Melquisedec”.

  • Verso aleluyático

En medio del gozo y la alegría aleluyática nos invita a meditar cómo a Jesucristo le debemos la luz de la vida que nos trajo con el Evangelio y el sacrificio de su vida en la cruz: “destruyó la muerte y sacó a la luz la vida, por medio del Evangelio”.

  • Evangelio

Nos cuenta San Marcos que al salir Jesús con los discípulos de Jericó y, acompañados de mucha gente, el ciego Bartimeo que estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna, empezó a gritar: “Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí”.

Muchos lo regañaban para que callara, pero el gritaba más fuerte. Jesús se detiene y lo mandó llamar: “¿Qué quieres que haga por ti?”. Él contestó: “Maestro, que pueda ver”.

Jesús le devuelve la vista y Bartimeo se junta a la multitud para acompañar al Maestro, y seguro que por todas partes iba proclamando: yo era el ciego, pero ya veo.

Qué hermoso ejemplo para todos nosotros en estos momentos en que la prensa y los grupos de poder quieren acallar la voz de Jesús y de su Iglesia.

Pedimos al Señor que amanezca la luz para este mundo y que todos podamos volver a distinguir la luz y las tinieblas y así podamos caminar con Él.

Quiero invitarles, al final de esta reflexión, a recordar nuestro amor al Señor de los Milagros.

Estamos en los días más importantes del mes de octubre y, si no nos dejan caminar junto a la imagen del Señor, caminemos en espíritu y gritemos:

¡Señor de los Milagros ven con nosotros para que contigo lleguemos a la luz!

José Ignacio Alemany Grau, obispo