Homilía del Domingo XXXI del Tiempo Ordinario: El primero siempre es Dios

Se ha echado a Dios de la sociedad. En algunos lugares se prohíbe hasta nombrarlo.

Sin embargo los católicos debemos hablar a Dios y de Dios más que nunca.

Él tiene que ser nuestra primera devoción. Y, si no nos permiten sacar en procesión la imagen del Señor de los Milagros, llevémoslo bien alto en nuestro corazón y en nuestros labios, imitándolo, invocándolo y poniendo en práctica lo que Él nos ha pedido.

  • Deuteronomio

Hoy nos recuerda las palabras tan famosas y repetidas:

«Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es solamente uno. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas.

Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria».

Ese viene a ser el resumen de la primera parte y más importante de la ley.

Debemos examinar cada uno de nosotros hasta qué punto cumplimos este gran mandamiento que no ha quedado en el olvido, ni debe olvidarse jamás.

  • Salmo 17

Se trata de un precioso himno de alabanza al Señor y hoy sí quisiera que todos lo meditáramos y lo tuviéramos siempre en nuestra mente y en nuestros labios:

«Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza; Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador».

Y sigue dándole a Dios otros nombres más, cada uno de los cuales supone profundidad en el amor:

«Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte… Viva el Señor, bendita sea mi roca».

Qué bonitos piropos que han brotado de un salmista que realmente amaba al Señor.

  • Carta a los hebreos

El autor de la carta nos explica cómo ha habido multitud de sacerdotes en el Antiguo Testamento porque todos tenían que morir. En cambio, como Jesús permanece para siempre, tiene un sacerdocio que no pasa y por eso nos puede salvar definitivamente a todos, ya que Él intercede siempre por cada uno de nosotros sin necesidad de ofrecer sacrificios por sí mismo porque es eterno y santo:

«Él no necesita ofrecer sacrificios cada día (como los sumos sacerdotes que ofrecían primero por los propios pecados y después por los del pueblo) porque lo hizo de una vez para siempre ofreciéndose a sí mismo».

Esa es la grandeza de nuestro Sumo Sacerdote, Jesús, y confiando en Él, podemos presentarnos seguros y purificados ante Dios.

  • Verso aleluyático

Publica la maravilla más grande que tenemos los cristianos: si de verdad amamos a Dios, haremos lo que a Él le gusta: cumplir sus mandatos.

Hay que tener en cuenta que estos son pedidos de Dios para nuestra felicidad y no un estorbo para ella, como piensan algunos.

El fruto de un amor así es lo más maravilloso que podríamos imaginar: «Mi Padre lo amará y vendremos a Él»; es decir, Dios presente en nuestra alma. Dios con nosotros.

  • Evangelio

Como estamos al final del año y del tiempo ordinario la Iglesia insiste hoy, una vez más, en el mandato principal: amar a Dios.

A este amor sincero debe ir unido el del prójimo por una razón muy importante porque  Jesús dio la vida tanto por ti como por él,  ofreciéndonos por igual la vida eterna.

Esto es lo que una vez más contesta Jesús al fariseo experto en la ley que le preguntó para ponerlo a prueba:

«Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Y el segundo es semejante a él: Amarás al prójimo como a ti mismo».

De esta manera San Marcos repite lo que hemos leído en el libro del Deuteronomio.

Hoy se nos escapó el mes de octubre, pero que quede grabada la imagen del Señor de los Milagros en nuestro corazón recordando su preciosa imagen que nos habla del misterio trinitario y del amor más grande en Cristo crucificado.

José Ignacio Alemany Grau, obispo