En los tres ciclos la Iglesia nos invita a meditar, hacia el final del año litúrgico, en los misterios del más allá, para que purifiquemos nuestra conducta y vivamos siempre de cara a Dios, buscando una eternidad feliz. Esto mismo sucede con las lecturas del día de hoy.

  • La Sabiduría

La primera pregunta es:

¿Quién es esta sabiduría a la que da tanta importancia la Escritura?

Por una parte sabemos que los santos padres la han aplicado al Logos, es decir a Jesucristo, Sabiduría de Dios.

La liturgia por su parte también ve en alguno de estos párrafos la figura de la Virgen María.

¿Y qué enseña el párrafo de hoy?

Da a entender que la Sabiduría sale al encuentro del sabio. Y el sabio, a su vez, movido por el deseo de encontrarla, sale ansioso a buscarla.

De esta manera, se hace posible y hasta fácil un encuentro entre el hombre sabio y la sabiduría.

  • Salmo responsorial

El salmo 62 nos habla también del hambre de Dios que tiene el salmista.

Es como un desahogo del corazón que tiene necesidad del Creador:

“Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo. Mi alma está sedienta de ti”.

Comparándolo con la tierra reseca, que se agrieta en el calor del verano, dice también:

“Mi carne tiene ansia de ti como tierra reseca, agostada, sin agua”.

Día y noche tenemos la invitación de acordarnos y meditar en nuestro Dios:

“En el lecho me acuerdo de ti y velando medito en ti”.

  • San Pablo

En su carta a los tesalonicenses, nos ofrece un motivo muy importante para vivir la esperanza en el Señor:

“Si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo, a los que han muerto, Dios, por medio de Jesús, los llevará con Él”.

Esa es la profunda esperanza, fruto de la fe, que nos ofrece llevarnos hasta el corazón de Dios.

Y así nos pide el apóstol que nos consolemos con estas maravillosas palabras:

“Estaremos siempre con el Señor”.

  • Verso aleluyático

Se trata del gran aviso para este domingo, ya hacia el final del año litúrgico.

En él encontramos la clave para la reflexión de hoy:

“Estad en vela y preparados, porque a la hora que menos pensáis viene el Hijo del hombre”.

Una de las cosas que el mundo no quiere que pensemos es en las postrimerías, porque puede perderse a los “clientes” que las tomen en serio.

La Iglesia, por el contrario, como conoce bien que estas son una especie de motor que nos ayudará a actuar bien, sí quiere que las pensemos con seriedad y confianza al mismo tiempo. No dejemos de recordarlas:

+ La muerte, cuyo pensamiento nos ayudará a restar importancia a las cosas perecederas que nos ofrecen “el mundo, el demonio y la carne”.

+ El juicio, para que nos preparemos y quedemos bien ante el único Juez verdadero y justo que nos pedirá cuentas de cómo ha sido nuestra vida.

+ El infierno, como un peligro, muy doloroso por cierto, del que hay que huir.

+ La gloria que es el encuentro con Jesús, nuestro amor y nuestro amigo, que nos invita a vivir eternamente con Él, con el Padre y el Espíritu Santo.

Con esto te darás cuenta de que el mundo tiene sus motivos para llenarte de ruidos, vicios y distracciones con toda clase de imágenes y diversiones, para no perderte.

  • Evangelio

Nos presenta la conocida parábola de las diez vírgenes que acompañaban a los novios para celebrar las bodas.

De entre ellas cinco eran prudentes y llevaron repuesto de aceite para las lámparas con las que debían iluminar la fiesta. Las otras cinco no lo llevaron.

Cuando a medianoche oyeron que gritaban: “¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!”,

las primeras entraron, en cambio las otras, como habían ido a buscar el repuesto de aceite, no pudieron ingresar a la celebración.

Cuando llegaron, desesperadas, gritando: “¡Señor, señor, ábrenos!”, el novio, que se había visto defraudado, les dijo:

“Os lo seguro: no os conozco”.

Y Jesús vuelve a sacar la conclusión tan importante para este domingo:

“Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora”.

Buena meditación, amigos, para este domingo treinta y dos del tiempo ordinario.

José Ignacio Alemany Grau, obispo