Homilía del tercer Domingo del Tiempo de Adviento: la alegría en el espíritu

Tradicionalmente se llama a este domingo “de gaudete” porque la liturgia nos cita esa palabra de San Pablo que significa alégrense, como lo veremos al hablar del apóstol. Pero lo importante es que entendamos que se trata no de la alegría superficial sino de una alegría profunda como la de Jesús, haciendo su oración al Padre, según lo presenta San Lucas; o como la alegría profunda de Juan Bautista, el humilde, que sentía la alegría plena al saber que ya había llegado el Mesías.

En este año de la pandemia aprovechemos para profundizar en el ambiente de alegría que requiere la fiesta de la encarnación del Verbo que ha venido a habitar entre nosotros.

  1. Isaías

El párrafo de hoy es muy conocido por todos y lo encontramos en distintos momentos en palabras y actitudes de Jesús mismo. Por ejemplo, cuando llega a la sinagoga de Nazaret, toma el rollo de la Escritura y lee este párrafo del profeta:

“El Espíritu del Señor está sobre mí porque me ha ungido…”

En aquel momento Jesús se lo aplica a sí mismo diciendo, “hoy se cumple esta Escritura”.

Por otra parte, cuando Juan envía a dos discípulos para preguntarle si Él es el Salvador o había que esperar a otro, Jesús les contesta con los hechos que vieron aquellos mensajeros y que responden también a las profecías de milagros de todas clases y evangelización a los pobres, de que habló el mismo Isaías.

No hay duda de que la situación que nos llama la atención hoy se halla en estas palabras:

“Desbordo de gozo con el Señor y me alegro con mi Dios”.

Esta es la alegría de la liturgia que compara el gozo del profeta con un encuentro entre novios que se adornan para mostrar su cariño; o con el brotar de las flores en el jardín o la alegría de los pueblos al sentir la justicia que hace el Mesías.

  • Como salmo

La liturgia nos recuerda el Magnificat para que pensemos en la alegría de la Virgen María, que exclamó gozosa ante el Señor:

“Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador”.

  • San Pablo

El apóstol se dirige a los Tesalonicenses con estas palabras:

“Estad siempre alegres” y para ello pide la constancia en la oración y la acción de gracias “en toda ocasión”.

Muy importante es también entender que es el Espíritu Santo el que produce la alegría profunda del corazón y por eso nos dice el apóstol que “no apaguemos el Espíritu”.

Como respaldo de esta presencia y ayuda continua de Dios, San Pablo nos invita a la confianza porque, “el que os ha llamado es fiel y cumplirá sus promesas”.

  • Verso aleluyático

Resalta una vez más que la presencia del Espíritu en nuestra alma es la que nos asegura la felicidad del que anuncia el Evangelio, buscando de manera especial a los pobres:

“El Espíritu del Señor está sobre mí; me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres”.

  • Evangelio

Es un bello párrafo que nos narra San Juan presentando al Bautista.

En dos cosas consiste el testimonio del Bautista cuando la gente la gente, curiosa con motivo, le pregunta quién es. Su respuesta es doble:

Una negativa y muy clara: “Yo no soy el Mesías, ni Elías, ni un profeta”.

La humildad aparece siempre que el Bautista habla de sí mismo.

La segunda respuesta aclara por quién se tiene él a sí mismo:

“Yo soy la voz que grita en el desierto”.

Sabemos que no hay nada más insignificante que la voz que anuncia, con unos simples sonidos, que se pierden en el espacio…

Con esto queda clara su misión cuando predica preparando la llegada del Mesías:

“Yo bautizo con agua… el que viene detrás de mí, al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia…”

Quitar el calzado y lavar los pies era propio de los esclavos, con esto el profeta da a entender que no merece ni ser esclavo del Mesías que viene.

Si ahondamos en las palabras de este santo, nos daremos cuenta de su felicidad y gozo al preparar al pueblo que espera al Mesías que ya viene.

José Ignacio Alemany Grau, obispo