El tiempo ordinario del Año litúrgico consta de treinta y cuatro semanas.  La última la dedica la Iglesia a Jesucristo Rey del universo, consciente de que todo el año lo ha dedicado a su Esposo, Rey y Señor. Recuerda que durante todos estos domingos los evangelistas, uno especialmente por año, nos han presentado la vida y enseñanzas de Jesús.
Este domingo XXXIV glorificaremos al Señor y Dios nuestro como único Señor y Rey de nuestra vida. Veamos los textos con que la liturgia glorifica hoy a Jesucristo.
La visión de Daniel
La Iglesia ve en esta visión una profecía del Mesías Rey que es Jesucristo.
Aunque velado y en género apocalíptico, difícil de comprender, se puede aplicar ciertamente a la Persona de Jesús, Hijo de Dios e Hijo de hombre, que vendrá al final de los tiempos como Él mismo profetizó en Mt 25.
Daniel lo presenta en el destierro de Babilonia para animar a los judíos desterrados, en medio de la peor persecución en tiempos de Antíoco IV Epifanes.
El título de “Hijo del hombre” Daniel lo refiere al pueblo de Israel que, a pesar de todo, se ha mantenido fiel a Dios y le promete la glorificación.
En la Biblia leeremos cómo Jesús se aplicó este nombre en diversas ocasiones sobre todo hablando de su pasión, muerte, resurrección y segunda venida al final de los tiempos.
La Iglesia ve en esta visión de Daniel el triunfo definitivo de Jesucristo.

Salmo 33

Este salmo canta la realeza de Dios.
Es del Antiguo Testamento, pero podemos aplicarlo perfectamente a Jesucristo, porque además de ser Hijo del hombre, es decir, hombre, es Dios verdadero y reinará por siempre.
Este es un buen día para rezarlo entero pensando en esta fiesta del Señor:
“El Señor reina, vestido de majestad; el Señor vestido y ceñido de poder: así está firme el orbe y no vacila. Tu trono está firme desde siempre y tú eres eterno”.
Continuemos leyendo el salmo y veremos cómo la naturaleza entera glorifica al Señor.
Apocalipsis
Este libro nos habla de la liturgia del cielo por la que todos debemos suspirar, adelantando, ya en la tierra, lo que haremos eternamente en la presencia de Dios.
Hoy leemos la grandeza de Jesús a quien llamamos “testigo fiel, primogénito de entre los muertos, príncipe de los reyes de la tierra”.
Hermosas definiciones que nos recuerdan la grandeza de Jesús muerto pero, al mismo tiempo, el primero de los resucitados.
Por otra parte, Él está por delante de los príncipes de la tierra.
Quizá lo que más debe colmar nuestra alegría es leer que Jesús nos ama y ha dado la vida para salvarnos.
De esta manera nos ha hecho agradables a Dios.
Piensa, amigo, que tú, en tu pobreza y pequeñez, eres rey y sacerdote para Dios Padre.
Es lo que decimos cuando afirmamos que el bautismo nos ha configurado con Cristo sacerdote, profeta y rey, para que podamos glorificar a Dios Padre.
Repitamos hoy con el apóstol Juan:
“A Él la gloria y el poder por los siglos de los siglos”.
Y terminamos adorando la grandeza de Jesús que se encierra en estas palabras:
“Yo soy el Alfa y la Omega (primera y última letra del alfabeto griego) el que es, el que era y ha de venir: el Todopoderoso”.

Evangelio

Contemplar a un hombre maltratado con su cuerpo sangrando por todas partes debido a los azotes, con un trapo rojo como túnica y una corona de espinas en la cabeza en plan de burla, debió impresionar a Pilato.
En ese momento, ¿con admiración, burla, ironía o lástima?, no lo sabemos, el presidente recordó que Jesús había sido condenado por llamarse rey y le preguntó directamente:
“¿Eres tú el rey de los judíos?”
Jesús, que sabe que la burla y los golpes no quitan la dignidad que uno tiene, le contestó:
“Mi Reino no es de este mundo”.
En otro momento ya le oímos decir: El “reino de Dios está dentro de ustedes”.
Y nosotros ahora, al terminar el año litúrgico, en el que hemos meditado las enseñanzas, milagros y la vida de Jesús, decimos con fe:
Sí, Jesucristo, yo creo que tú eres el Rey del universo y sé que un día volverás a asumir públicamente tu poder como único Señor.
Sabemos que, ciertamente, llegará el momento de tu reinado sobre toda la creación de la cual tú mismo eres Creador con el Padre y el Espíritu Santo.

José Ignacio Alemany Grau