¿Jesús fue laico? ¿Jesús es Sumo y Eterno Sacerdote?

En este artículo responderemos si Jesús fue laico y si Jesús es Sumo y Eterno Sacerdote. Empecemos por esta última.

¿Qué significa que Jesús es Sumo y Eterno Sacerdote?

  1. En atención a la preocupación por conservar y comunicar la experiencia de la Encarnación y Glorificación del Verbo y de su morada entre nosotros (memoria Iesu), la Iglesia dispone de un único gran depósito de la Palabra de Dios, un único manantial (scaturigine), constituido por la Sagrada Escritura y la Sagrada Tradición. Para el fin que nos ocupa, debemos concentrarnos en la primera que, a diferencia de la segunda, goza de la inspiración, es decir, de un carácter particular según el cual su redacción ha sido suscitada directamente por la acción del Espíritu Santo, sin perjuicio de los límites y talentos propios del autor y/o redactor humano. Esto significa que tenemos en este texto la Palabra divina en palabras humanas.
  2. El discernimiento acerca de cuáles son los libros inspirados y cuáles no es un proceso complejo en el que se da la participación de la totalidad de la Iglesia, bajo la autoridad del Magisterio que goza del carisma de la verdad (cooperación horizontal – vertical: todos ponen el hombro, pero hay una gracia particular en algunos de los miembros del pueblo para definir, bajo autoridad divina). Aunque la definición oficial se da recién en el Concilio de Trento (1546), el recurso a estos textos puede atestiguarse desde los primeros siglos del cristianismo.
  3. Es el conjunto de la Iglesia el que reconoce el carácter inspirado de los textos que componen la Sagrada Escritura. En otras palabras, la experiencia original se ha conservado, con carácter inspirado, en estos libros. Pero debe notarse que no hablamos de los textos inspirados, sino de la Sagrada Escritura porque no los entendemos como un conjunto superpuesto de experiencias, sino como una realidad unitaria. La Iglesia los ha recopilado en un único conjunto, porque la unidad es una nota esencial de la experiencia cristiana: un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Pueblo santo. De pluribus unum.
  4. El Nuevo Testamento (la parte de la Sagrada Escritura redactada a partir de la encarnación del Verbo) está conformado por veintisiete libros. En el hecho de que todos ellos hayan sido conservados por la comunidad primigenia (y respetados como tales por la comunidad posterior que nunca se ha concebido en ruptura con la comunidad precedente, sino bajo una hermenéutica de continuidad ya que, en el fondo, constituyen un único y mismo Sujeto) se ve que la totalidad de las afirmaciones allí contenidas resultaban relevantes y verídicas para ella. De donde se sigue que cualquier reflexión deba considerar la totalidad. Una reflexión hecha a partir de un dato que no considere todos los demás es siempre una reflexión potencialmente herética. La esencia de la herejía no es el afán por error (un hereje rara vez piensa que es hereje) sino la pérdida de perspectiva de la totalidad. De donde se sigue con claridad que un libro del NT no puede marginarse en la reflexión teológica, si es que no se desea caer en herejía. El único modo lícito de hacer esto es advirtiendo deliberadamente que se desea proceder así (como, por ejemplo, podría hacer alguien que desee concentrarse en la cristología de los capítulos que desarrollan la pasión de Cristo en el Evangelio de Mateo).
  5. El estudio (siempre hipotético, por cierto) del proceso de redacción del Nuevo Testamento es una dimensión interesante de la reflexión teológica, siempre y cuando no tenga pretensiones de totalidad. En otras palabras, puede ayudar a profundizar en ciertos pasajes de interpretación difícil, pero no puede pretender ir contra la enseñanza del conjunto.
  6. Los libros del NT presentan no solo un relato crónico de la vida de Jesús, sino, principalmente, una aproximación teológica a Cristo resucitado. Si se prefiere, una reflexión post-pascual sobre el acontecimiento Cristo a la luz del hecho de la resurrección. Es decir que esta experiencia, la del Jesús resucitado, se presenta como el acontecimiento clave para interpretar todo lo que el Señor dijo e hizo (gestis verbisque). Aquí nos iluminan los versos de Unamuno:

No me mires a los ojos,
sino a la mirada mira
que quien se queda en la carne
no llega nunca a la vida.

Los cristianos extrajeron del hecho de la resurrección la luz profunda que allí se contenía. No se quedaron en los ojos, llegaron a la Vida.

  • Del hecho de que los cuatro evangelios no mencionen el sacerdocio de Cristo de modo explícito no se sigue que Jesús no se viera a sí mismo como Sumo y Eterno Sacerdote, ni que la comunidad cristiana no intuyera tal condición. El carácter oblativo de la muerte de Jesús y su condición de sacerdote (que va unida a la de Víctima y altar) puede estudiarse por diversas líneas argumentativas. En líneas generales, podríamos señalar las siguientes:
  • La de la tradición eucarística: el ofrecimiento de Jesús anunciado en la última cena, vinculado al perdón de los pecados y actualizado cada vez que el gesto de la fracción del pan se produce.
  • La del Cuarto Evangelio, en el que Cristo es designado como el Cordero que quita el pecado del mundo, que en la Cruz se cumplen las escrituras y que en el hecho de que no se le quiebra ningún hueso está presente la alusión al Cordero (bien sea pascual o el justo perseguido), con lo cual la oblación de Jesús entra en clave salvífico-sacrificial.
  • La de la teología paulina, según la cual Cristo se ha ofrecido al Padre por la expiación de los pecados y hace partícipes a los cristianos que existen en él de este misterio, uniéndolos así a su actividad redentora
  • La teología joánico – apocalíptica, según la cual existe un vínculo glorioso y escatológico entre el sacrificio del Cordero (cordero degollado) y la comunidad cristiana (que da su vida en virtud del seguimiento del Cordero) y que participa de la gloria de éste.
  • La más explícita: la teología de la Carta a los Hebreos, que aborda directamente esta cuestión a lo largo de toda su reflexión.

No es lícito, pues, argumentar que como las primeras redacciones omitieron en su enseñanza explícita este tema, las posteriores se lo inventaron. En la Carta a los hebreos se presenta este tema, grosso modo, así:

  1. En la Carta a los Hebreos, Jesucristo es presentado como sacerdote fiel y misericordioso. En la referida carta, Jesús no sólo está por encima de los ángeles (1. 4), sino que también posee «una gloria superior a la de Moisés» (3. 3). Él es fiel y aún más digno de fe que Moisés, porque éste, en su condición de servidor, era un miembro más de la casa o familia de Dios, mientras que Jesús, en su condición de Hijo, es su constructor (3. 4, 6). Ahora Cristo guía al Pueblo de la Nueva Alianza, como antes Moisés había conducido a Israel hacia el «Reposo» de la Tierra prometida.
  2. Pero los israelitas que habían salido de Egipto no entraron en esa Tierra a causa de su rebeldía y tuvieron que andar errantes por el desierto hasta su muerte. Este hecho, vivamente grabado en la memoria de Israel, contiene una severa advertencia (cf. 1 Cor. 10. 1-13). Ante una opción semejante se encuentran «hoy» los cristianos. Cristo, el Sumo Sacerdote que «llegó a ser causa de salvación eterna para todos los que le obedecen» (5. 9), nos invita a entrar en el verdadero «Reposo de Dios» (4. 1). De allí la exhortación a permanecer «firmes en la confesión de nuestra fe» (4. 14), a fin de no perecer «imitando aquel ejemplo de desobediencia» (4. 11).
  3. Este nuevo sacerdocio, que supera al antiguo, al mismo tiempo que lo lleva a su perfección, no está vinculado con el de Aarón. Jesús es sacerdote «según el orden de Melquisedec» (5. 6; 6. 20), aquel personaje misterioso del que habla el libro del Génesis y ante quien el mismo patriarca Abraham tuvo que inclinarse para recibir su bendición y ofrecerle el diezmo del botín (7. 4). Y solamente Cristo, como hombre entre los hombres e Hijo eterno de Dios, pudo ofrecer en la Cruz el único verdadero Sacrificio de expiación y reconciliación, que sustituyó de una vez para siempre todos los sacrificios y ofrendas de la Antigua Alianza. No hay por qué añorar el pasado. El culto del antiguo Templo ha quedado superado definitivamente, ya que no era nada más que «la sombra de los bienes futuros» (10. 1).
  4. Como único Mediador entre Dios y los hombres, Jesús ha abierto «el camino nuevo y viviente» (10. 20) que conduce al verdadero Santuario y que es su Cuerpo glorificado. Para avanzar por ese camino, es necesaria la fe, de la que son inseparables la esperanza y el amor. Es verdad que no se puede perseverar en la fe sin afrontar «un rudo y doloroso combate» (10. 32). Pero así como Cristo nos alcanzó la salvación por sus padecimientos y su muerte, así también el creyente tiene que dejarse «educar» por la corrección paternal de Dios (12. 5-13), a fin de unirse al Sacrificio redentor de Jesús.

En preguntas y respuestas:

  1. ¿Jesucristo es un laico?

Depende de qué se entienda por tal. Si por laico se entiende un judío no perteneciente a la tribu de Leví que, en consecuencia, no ejerce la función sacerdotal en el templo, entonces la respuesta es afirmativa, pero inexacta. El pueblo de Israel no conoció la noción de laicidad. Esta es una categoría que surge en el catolicismo para distinguir al fiel que ha recibido el sacramento del orden (que obra una transformación real en el alma) de aquel que no lo ha recibido. El sacerdocio hebreo no obraba una transformación real en el alma de la persona, solo designaba una función cultual, de ahí que bastara la noción de tribu para hacer la distinción.

No obstante, si por laico se entiende que Jesús no posee ningún tipo de sacerdocio, entonces la respuesta es rotundamente negativa.

  • ¿En qué sentido es sacerdote Jesucristo?

En líneas muy sintéticas podemos señalar que Jesucristo es sacerdote en tanto que su sacrificio en la cruz, libremente aceptado en obediencia filial al Padre, repara la desobediencia de Adán (justificación), abre al hombre a la vida de la gracia y de la acción sobrenatural (santificación) y repara el daño que la primera ofensa había hecho en él, impidiéndole disfrutar del soplo de Dios infundido en él en el momento de la creación (divinización). Pero, además, es un acto que permite reconciliar a la totalidad de la creación, afectada por el pecado, dando así un límite al misterio del mal. Por su muerte en la cruz, la totalidad de lo creado se orienta hacia la consumación en Dios.

Con esto afirmamos que la muerte de Jesús no es solo un acontecimiento ejemplar (es lo que le pasa a toda persona que intenta vivir la caridad), ni revolucionario (es el precio que se debe pagar para que las sociedades oprimidas puedan emanciparse), ni meramente estético (la verdadera belleza sería el sacrificio eminente, pero no esencialmente diferente de los demás). Señalamos que la muerte de Jesús en la cruz tiene una dimensión oblativa que trasciende las fronteras de la historia, insertándose en lo meta-histórico e, inclusive, en lo cósmico – protológico y lo cósmico – escatológico.

  • ¿Y qué es todo este trabalenguas?

“Simplemente” que: 1) Jesús, Verbo Encarnado, precede a la creación en tanto Segunda Persona de la Santísima Trinidad (es eterno) y es causa de todo lo creado; 2) Jesús, en el ejercicio de su sacerdocio, reconcilia a la humanidad y a la creación entera con Dios; 3) el universo y el ser humano tienen como destino a Dios, en Cristo. Si Jesús no es verdadero sacerdote y si su muerte no es un holocausto, entonces nada de la doctrina precedente tiene justificación o sentido.

  • ¿Y por qué tanto pleito sobre esta cuestión?

Lo que está en juego en estas afirmaciones no es solamente una cuestión académica o categorial. Lo que está en juego es nuestra comprensión de Jesús. La cuestión sobre Cristo no es si se trata de un personaje histórico o no, algo que por lo demás está fuera de duda. La pregunta es si Jesús tiene trascendencia cósmica, es decir, si su ser mismo está relacionado con el origen del universo y su consumación. Y aquí es donde entra la cuestión del sacerdocio, que reconcilia ambas. Su sacerdocio es eterno y trascendente, en tanto que viene de Dios y hacia Dios se orienta: restablece y eleva el orden de la creación que el pecado ha perturbado.

  • ¿Y esta idea del “laico” Jesús de dónde viene?

Se trata de planteamientos cristológicos de la década del setenta que, buscando una revalorización de la condición del laico dentro de la Iglesia terminaron por forzar no poco la imagen de Jesús. Hoy, con aguas más tranquilas, podemos destacar el esfuerzo que esta visión realizó por reivindicar al Pueblo de Dios, pero al altísimo precio de desfigurar la más sana cristología.