La conciencia y los valores o virtudes, por Fray Johan Leuridan

El ser humano tiene un valor intrínseco porque Dios lo ha creado. El ser humano está hecha a imagen de Dios (Mateo, 5,43-48; Lucas, 6,27-36); Génesis, 1, 26). Como imagen de Dios ha recibido la conciencia de los valores. Por autoreflexión podemos descubrir en nuestra conciencia la existencia de los valores, también llamada la dimensión intelectual o normativa de las virtudes. Ellas tienen el mismo papel de los principios básicos para el conocimiento. La moral, las virtudes son los criterios básicos de orientación para las decisiones sobre la vida. Querer lo mejor para la vida depende de la virtud moral.

Si no existiera un fundamento común entre todos los hombres y el conocimiento moral de los principios y de las virtudes no se hubieran podido hablar de derechos universales. El deseo del bien, los valores, los ideales de la conciencia moral fundamentan y promueven la vida moral y permite evaluar nuestras decisiones y comportamientos. Los seres humanos tienen una experiencia de comunidad, tienen algo en común – amistad, familia, asociación, país, mundo. La autenticidad de las relaciones entre las personas es solamente posible por los valores que cultiva cada una de ellas. Los valores constituyen la posibilidad de confiar y de entenderse, de poder entregarse y de poder agradecer.

El ser humano se vuelve indiferente o cínico en la sociedad de los mensajes materialistas de las ideologías del liberalismo, del socialismo y de la tecnología. Se obliga al ser humano someterse a la situación sin valores donde prevalece un solo valor: el poder.  Este ser humano es totalmente ajeno al amor, la justicia, la solidaridad, el respeto, la generosidad, el agradecimiento, la compasión, la fortaleza, la lealtad, la templanza etc. Este conjunto de virtudes en el ser humano se llama la “ley natural”. No es una expresión feliz porque no es una ley, tampoco se refiere a algo biológico y tampoco son conceptos precisos sino son orientaciones espirituales  hacia el bien. Esta “ley natural” es el “sine que non” de la ética. El ser humano tiene por esencia una vocación ética. Esta “ley natural” es la ley de mi ser.

Los mensajes de los presidentes, de las redes y los medios de comunicación no promueven los valores.  Los principios fundamentales de la sociedad son la libertad y la igualdad, pero la sociedad está llena de corrupción. Se promueve el individualismo, pero ser libre es ser- libre -con otros. En esta sociedad se ha eliminado la pregunta por el bien. No existe la conciencia de conocer y hacer el bien. Los talentos como la inteligencia, la memoria, la fuerza física, el bienestar material, etc. no tienen ningún valor moral, como ya lo enseñaron Aristóteles y Kant.

Tomás de Aquino añadió a la filosofía tradicional de las virtudes, la virtud del amor. La humanidad aprendió este valor por la revelación de Dios en su Hijo. El amor es el sentido de la vida. El cumplimiento de todas las virtudes depende del amor. Solo el hombre que ama se preocupa en cumplir con todas las virtudes porque busca el bien de todos. Un hombre sin amor buscará los derechos solo cuando conviene a él, a su grupo o a su partido. Además, esta justicia puede convertirse en venganza, encarcelación y tortura de los que reclaman sus derechos. No se puede cumplir con mis derechos a costa de los demás. El amor espiritual es la voluntad de buscar y hacer el bien a todos. El amor es un principio más fundamental que la libertad y la igualdad.

Los “frutos del Espíritu,” que menciona San Pablo, son la caridad, la humildad, el buen trato entre ustedes, la paz, el amor y la lucidez. Estas cualidades nos hagan saber si el trabajo del Espíritu se está realizando en nosotros.  El gran silencio sobre este mensaje en la sociedad actual hace un daño enorme a la humanidad. Nuestra capacidad para amar y, también, de dejarnos amar para en seguida poder amar a los demás, durante toda la vida, es esencial. “Como hijos amadísimos de Dios, esfuércense por imitarlo. Sigan el camino del amor, a ejemplo de Cristo, que nos amó y se entregó por nosotros” (San Pablo, Efesios, 5,1).

El próximo aporte será sobre “haz el bien”.

Por Fray Johan Leuridan Huys